Las bolsas de harina flor eran de tela de
algodón crudo. La gente incluía en sus pedidos en las pulperías de Penco --entre otros alimentos-- harina para hacer pan. Resultaba más conveniente comprar la bolsa quintalera completa, ideada para
que su contenido durara un poco más de un mes en una familia de cuatro o cinco miembros. Así
los envases se juntaban. Con ellos las dueñas de casa confeccionaban sábanas; bastaba con unir cuatro bolsas para conseguir una y ocho para dotar una cama
completa. Cuando esta ropa era lavada y tendida al sol quedaban expuestos los
logos estampados por los molinos de origen en tinta indeleble azul o roja. Las
bolsas servían también para manteles del diario y allí sobre la mesa se veían
las marcas como adornos forzados. Esas telas 100% de algodón se utilizaban
además para bolsillos de pantalones y para fabricar ropa interior.
Logo de un molino de entonces. El símbolo original actual tomado de internet fue alterado aquí sólo para el propósito de ilustrar esta crónica. |
Hablemos de calzoncillos. Las mamás los fabricaban como
shorts con una pretina y tres botones en la bragueta (marrueco). Los
calzoncillos sueltos, no ajustados, de los hijos de los obreros eran casi todos
de ese material. Quedar en prendas menores significaba por tanto mostrar las
telas de fabricación. Sin decirlo expresamente las mamás daban a entender que lo mejor sería no exhibirse en calzoncillos en ninguna circunstancia para evitar posibles burlas o malos comentarios (aún no se usaba la palabra bullying).
En nuestra patrulla de scouts teníamos un jefe muy serio y mañoso. Ocurrió en una ocasión que tuvimos que cruzar el río Andalién a la
altura de Cosmito para levantar un campamento en una hermosa vega al otro lado,
junto a una loma. Ese sector tenía características de parque con
árboles nativos y sauces. Para acceder
debíamos atravesar el cauce, que no era hondo. Igualmente calculamos que el
agua nos llegaría más arriba de la cintura, incluso los más bajitos podrían sumergirse
hasta el pecho. Así que la orden fue sacarse los zapatos, los calcetines y los
pantalones del uniforme. Salvo los calzoncillos. Toda nuestra ropa la metimos
en los bultos y mochilas. Así sosteniendo la carga con las manos alzadas o sobre la cabeza, nos
dispusimos a cruzar el Andalién y vadear en esas condiciones hasta la otra ribera. El jefe mañoso dio el ejemplo entrando al río primero. Fue entonces
que los otros miembros de la patrulla observamos como su calzoncillo con el
logo de un molino en la parte posterior comenzaba a desaparecer bajo el agua. Lo que más causó
risa a aquellos más observadores e irreverentes fue ver a la salida del cauce que el logo
de un globo terrestre con sus meridianos en tono azul del calzoncillo mojado,
iba pegado a la piel de las nalgas del jefe.
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