viernes, julio 02, 2021

AQUELLA INTELIGENCIA NO HUMANA QUE SE ESCONDE EN EL ISLOTE DE PENCO

NINGÚN MARISCADOR DE PENCO va al islote de piedras para recolectar paguros, muy buena noticia para esos camarones.
 

          Quienes en esos años queríamos comer ricos mariscos frescos, la mejor opción era tomar una bolsa o un canasto, agarrar una barra pequeña de fierro con un extremo aplanado, quitarse los zapatos y vadear el brazo de mar que separa a ese islote de piedras –que se asoma durante las bajas mareas o que se esconde totalmente bajo las olas con la pleamar– situada frente a la playa de Gente de Mar en Penco. Alcanzada la isla, bastaba con levantar las piedras, todas de canto rodado, y atrapar bagres o hacer hoyos en el suelo de cascajos para encontrar almejas. Pero el plato fuerte siempre fueron los chumilcos y los caracoles. Sin embargo, tanta gente iba por lo mismo que estos productos llegaban a escasear. Pero, el verdadero motivo de esta crónica es otro.

          Esos moluscos espirales se ocultan bajo las piedras para protegerse de los mariscadores o para capear el sol cuando el islote queda expuesto. De suerte que dar con ellos y echarlos en la bolsa o en el canasto, simplemente hay que volcar las piedras donde buscaron refugio, haciendo palanca con la barra de fierro. Sin embargo, mucha atención: no todos esos moluscos, tan apetitosos, son verdaderos y he aquí la razón de este texto. Una buena cantidad de veces los mariscadores recogen tales «caracoles», que resultan ser nada más que conchas, pero con moradores distintos: un pequeño camarón con largas antenas, ojos saltones y un par de pinzas amenazantes para la caza y la defensa.

LA CONTAMINACIÓN de los mares ha obligado a los paguros a usar basura humana como refugio.

          Este simpático animal semi escondido en una concha ajena es el paguro y es bien conocido por los recolectores. Así, cuando en esos menesteres alguien se tropieza con este caracol falso, la ilusión se frustra. Ese alguien lo arroja lejos molesto por el engaño. Pobre animal por el desprecio y el porrazo, pero suerte porque seguirá con vida. El paguro posee una inteligencia que sorprendería incluso al filósofo René Descartes. Desprovisto por la naturaleza de una protección natural de su abdomen sin caparazón calcárea se ve obligado a buscar un lugar donde cobijarse y que, a su vez, no le signifique quedar inmovilizado. La mejor solución es apropiarse de una concha vacía, de algún caracol muerto. Allí mete su abdomen y puede desplazarse de un lado a otro en forma segura para ir por sus alimentos. Pues bien, el sólo hecho de buscar una concha desocupada, evaluarla al tamaño de su abdomen y calcular el peso para los traslados implica que el paguro tiene que tomar decisiones entre alternativas. Esta elección que el animalito realiza, por cierto, con harta prisa, requiere de un cierto nivel de inteligencia. De lo contrario, desnudo, no podría vivir.

VIVIR SEGURO POR UN TIEMPO en una casa prestada.

             El paguro también sabe que a medida que su cuerpo crece, la casa le va quedando chica, o sea, además de caminar con la concha a cuestas para conseguir su sustento diario, está obligado a explorar con tiempo una nueva caparazón, más grande donde mudarse para ocultar su abdomen blando. El drama es la urgencia. Si encuentra una carcasa debe considerar si corresponde a su talla, un buen problema entre seres inteligentes. Puede darse el caso que el paguro halle a la vez dos o tres conchas distintas, desocupadas y juntas –con las mismas características para habitarlas–, ¿en cuál de ellas se queda y por qué se decidió por ésa y no por las otras? ¿Eligió por la belleza, la comodidad o la contextura? Este decápodo pequeño tiene necesariamente que poseer inteligencia y no tan básica, mal le pese a Descartes quien, según el lingüista Daniel Everett citando al semiótico Charles Peirce, el filósofo francés dejó fuera del campo de los inteligentes a los animales.

CHARLES PEIRCE criticó
a Descartes por negarle
inteligencia a los animales.

          Y allí están los paguros viviendo sus vidas y sus subjetividades en casas prestadas o golpeando las puertas de otras viviendas más espaciosas y desocupadas donde mudarse, entre las piedras del islote de Penco.

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