viernes, julio 24, 2009

LA CABALGATA DE LA MUERTE*

*Relato literario de un experiencia personal, enviada a nuestro blog por Iván Ramos Castro.


La Cabalgata de la Muerte Tal parece el título de una película del oeste norteamericano. Pero no, fue un hecho real, me sucedió cuando tenía como unos catorce años. Acostumbraba a servir de escudero de unos amigos del barrio quienes eran expertos cazadores a quienes acompañaba a cazar liebres, perdices, tórtolas y a cuanto se moviera por entre las quilas y saliera volando. De mis amigos expertos en este arte, sobresalían Pedro Monsalve, más conocido como Pedro Cuete, a quién jamás vi fallar un solo tiro, tres tiros era igual a tres suculentas liebres y así lo mismo era con las perdices, las codornices y cuando ya veía completada la tarea, decía: ya cabro, volvamos. El solo mataba para satisfacer el sustento, jamás por las ganas de matar de manera indiscriminada a la apetitosa fauna que hacía vida por los cerros de Penco. Lo mismo era con Teodoro Nourdel, a quien llamaban Tillollo. El Tillollo era unos años mayor que yo y su hermana menor era una estupenda muchacha, por cierto ella estudió conmigo en la escuela Primaria y por ese entonces la Cupertinita, era cada día más bella, mejor razón para hacerme más amigo de su hermano el cazador. Un fin de semana por la tarde me acerqué hasta su casa con el pretexto de verla, al abrirse la puerta se apareció ella con su carita linda y risueña: Hola Pelaito - ¿en que andai..? - Hola Cupe, -respondí, mira, esta el Tillollo? En eso casi como un fantasma, se apareció el amigo cazador:- ¿Que querís h..? Ahí mismito se me alumbro la ampolleta: - Bueno, mira, venía a pedirte un favor.., hablaba sin dejar de mirarla a ella.- ¡Despierta cabro, dime que..!- Venía a ver si me podíai prestar tu escopeta para ir a cazar unos conejos...Medio fastidiado por el pedido pero también como para alejarme de su hermana me prestó su escopeta calibre 16 con mecanismo al estilo de una carabina Mauser, me pasó cinco tiros y me dijo: la primera liebre es mía, ahora anda a buscarlas camino a al cerro Copucho, que por ahí andan entre las retamillas tiernas. Ahora no tenía más remedio que salir de cacería, esta vez solo y guiado solo por mi instinto de cazador novato. Antes pasé por casa en busca de un morral, al no encontrarlo agarré el saco de tela en donde se juntaba la ropa sucia, y así dejándolas esparcidas por el cuarto me lance a cumplir con el primer safari de mi vida. Me adentré por La Perdiz y subí luego por la Forestal Coihueco bordeando por el tranque de la Refinería. Subí y subí, después de dos horas de caminata, oídos y ojos alertas, ni un miserable conejo, ni un insignificante urco, nada. Caminé por entre los pinares, me quedé unos cuantos minutos inmóvil, como lo vi hacer en el cine al jefe comanche Nube negra para sorprender a la caballería. Nada, aquello era un fracaso, ni un solo conejo de miércoles. De pronto, frente a mí una gigantesca liebre moviendo el hocico. No lo pensé ni una, apunté e hice fuego. Solo escuche un ligero click del percutor en vez de la detonación. Los cartuchos aun reposaban en el bolsillo de mi chaqueta. Cuando terminé de cargar, la liebre había desaparecido. La tarde caía y entre los árboles, la oscuridad se intensifica más que entre los sembradíos. Opté por regresar resignado a la derrota, disparé un tiro al aire y desde lo alto de un pino cayeron dos piñas secas. - Ahora si, se van a reír hasta en el liceo, seguro la Cupe lo va a contar.. En ese momento sentí un ruido lejano que asemejaba a una estampida de búfalos, gritos ahogados y rechinar de ruedas de carretas. De entre estos ruidos destacaba un golpeteo sordo, constante y ha medida de que aquella caravana o lo que fuera se aproximaba, tal sonido me parecía más misterioso... y espeluznante. Por precaución subí por un escarpado sendero desde donde pudiera apreciar mejor el fenómeno a punto de.. Serían como unos cuarenta o cincuenta jinetes picando espuelas y blasfemando sobre las bestias; más atrás, rodando como almas que busca el diablo, cinco carretas cargadas de niños y mujeres agarrados de las barandas y con la huasca de sus conductores haciendo círculos por sobre sus cabezas antes de caer sobre el lomo de los caballos. Los cuatro primeros jinetes llevaban sujeto con una cuerda por entre sus cabalgaduras, un ataúd de madera al descubierto cuya tapa, creí asegurada en la última de las carretas. Dentro del cajón y medio volteado, aprecié el cuerpo de un hombre envuelto en una blanca mortaja con algunas manchas, al parecer con vino rojo. El sonido sordo era consecuencia del golpeteo del cuerpo del finado en contra de las paredes del ataúd. El cortejo galopaba y corría, ebrio y sus oficiantes medio enloquecidos parecían volar por entre el bosque hasta que los vi perderse por la próxima curva de bajada hacia el pueblo. Después el silencio y la oscuridad, el bosque comenzaba a albergar el vuelo de los pájaros, un temor creciente se me fue pegando en cuerpo, unas cuantas cuadras más y divisé un claro, aseguré el arma y como para librarme de aquella espantosa sensación, pegué una carrera que de seguro no me hubiera agarrado ni el etiope Bikila Abebe. Brincando por entre matas de corena, charcas y buscando la mejor cortada del camino de vuelta a casa. Cuando llegue a Penco Chico, guardé la escopeta dentro de la bolsa y me fui hasta la casa de.., caramba, pero lo que viene mejor lo dejamos para más adelante.

N. de la R.: En la foto, una mata de corena, nombrada en este sabroso relato por nuestro amigo Iván Ramos. No hay pencón que no conozca este arbusto por ese nombre. Es de un verde intenso, largas espinas o púas, flores amarillas muy aromáticas las que dicen que sirven para combatir el resfrío en tisana caliente. Más al sur, en Puerto Montt la llaman espinillo. La gran cantidad de estas plantas en la  Región de Los Lagos matiza con su característico olor los campos sureños. La historia señala que la corena la introdujeron los españoles para hacer cercos y hoy se la puede hallar entre el Biobío y el archipiélago de Chiloé.

2 comentarios:

Vivianne dijo...

Buenísimo, excelente pluma, espero la segunda parte...

karla dijo...

Me gustó