domingo, septiembre 08, 2024

AVERIGUAMOS EL «SECRETO» DEL TÚNEL PASACALLE DE FANALOZA

JORGE DARWIN SOTO MEDINA nos contó con lujo de detalles aspectos olvidados de Fanaloza. En esta foto del recuerdo Soto Medina recibe a Patricio Renán, ídolo de Penco, en su oficina de ex LozaPenco. Las historias loceras que nos narró están contenidas en esta crónica.
 

Por Abel Soto Medina                    

El tema que dio origen a esta nota se inició con una simple conversación sobre el túnel aéreo de Fanaloza, datos concretos y nombres de personas –profesionales y trabajadores– de la industria, que después y sólo por un tiempo se llamó Loza Penco. Estos asuntos eran una inquietud personal, que imagino son también de muchos curiosos, que en mi caso necesitaba aclarar. Y una fuente seria de consulta resultó ser don Jorge Darwin Soto Medina (*), un hombre pleno de conocimiento vivencial de la industria locera.

                    Y qué mejor tema para entrar en materia que despejar mi incógnita acerca del uso que la fábrica le dio a aquella famosa pasarela sobre la calzada de Freire donde se leía FANALOZA, como si se hubiera tratado de un bizarro letrero publicitario de pasacalle. Eso era por fuera, pero ¿qué había por dentro?
                    ¿Buena pregunta? Sólo puede responderla con propiedad alguien conocedor de la historia de la fábrica por experiencia directa (**), que no la haya tomado de libros, ni de notas de prensa en alguna biblioteca o la haya oído decir de otros. Porque siempre será mucho más confiable escuchar a quien haya sentido los olores de la loza cruda, que haya respirado el polvo de la arcilla junto a los molinos de monótona rotación, o que haya caminado sobre los tablones de aquella pasarela en ambos sentidos.

DOS MOMENTOS DE LA PASARELA. Arriba, trabajadores de Fanaloza marchan a las olimpiadas con sus pares de CRAV en los años 60. ABAJO, una vista de la inundación de la calle Freire, bajo el túnel aéreo con la nueva designación corporativa: LozaPenco.

                    Así se desarrolló nuestra conversación con don Jorge Darwin, conversación que al final terminó en una entrevista:

                    –¿Qué «secretos» guardaba adentro esa pasarela?
                    –(Sonrisas) Ningún secreto misterioso. Debo partir diciendo, que la pasarela (o túnel aéreo) se constituyó en un ícono y símbolo de la empresa, toda persona que pasó bajo su sombra, cualquiera hubiese sido la razón y dirección, elevaba la vista para leer primero FANALOZA. Eso quedó grabado en su memoria, relacionándolo siempre con Penco, «La ciudad de Fanaloza», como versan unos grabados en las vajillas del restaurante Casino Oriente de Penco, que complementando su logo del pescado, agregaban dicha frase. Quizás mi respuesta puede ser, no muy satisfactoria para ti, pues no sé lo que esperas.

                    La verdad, yo nada en particular, sólo quiero saber qué había allí.

                Era una simple pasarela tipo túnel cerrado por todos sus costados, que conectaba dos sectores de la empresa, y que su objetivo era hacer más fluida la comunicación y traslado de algunos elementos de un sector a otro, acortando distancia por decirlo en palabras simples, y tomaba mayor importancia en los inviernos con las fuertes lluvias de entonces, que inundaban la calle Freire entre Infante y Toltén, lo que hacía imposible pasar a nivel de la calzada. Por tanto era una buena medida de protección para quienes debían transitar por las áreas productivas; que un locero, valoraba disponer de esa vía de comunicaciones.

                    La pasarela en todo su esplendor se puede apreciar en la foto de arriba que recuerda el desfile de trabajadores loceros portando la Bandera Chilena, encabezados por sus dirigentes, delegación de deportistas, que los llevaría al Estadio de la Refinería de Azúcar, para dar inicio a la 2da Olimpíada entre las empresas Fanaloza y Refinería Crav. En dicho torneo los trabajadores se transformaban en deportistas luciendo orgullosos los colores que los identificaba.
                    Volviendo al tema, sería fantástico, que se pusiera una gigantografía en el lugar (***), con la fotografía ya descrita, para evocar tiempos pasados, y devolver el honor a las memorias de tantos loceros que brindaron lo mejor de sus vidas en esa industria.
                    –Consulta sobre lo mismo don Jorge, ¿cuántos personajes que recuerde usted desfilaron por ahí?

                    –Bueno, concretamente el túnel aéreo unía la planta Vajillería y la planta de Sanitarios. Ahora, si le exijo un poco a mi memoria, diría que la primera planta de sanitarios siempre estuvo en el mismo sector, donde hoy se encuentra y había un horno, con una chimenea (****), casi similar a la que tiene Vidrios Planos (Lirquén), ya que ahí estaban los hornos para la fabricación de cajones de refractarios, que se utilizaban para el proceso de cocción en la fabricación de loza. Con el tiempo y la modernidad se fueron dejando de lado, fueron reemplazados por otros procesos que no requirieron de su participación en el proceso productivo. A modo de ejemplo, vamos viendo, si yo atravesaba desde Vajillería llegaba a Sanitarios donde había que bajar una escalera obviamente. Allí se encontraba la Gerencia de Producción, que encabezaba don 
Reginald Díaz Batchelor; el Laboratorio, que lo dirigía don Juan Arroyo Menke, con sus secciones de colores y barnices. Don Juan formaba equipo con el señor Emilio Heeler después que se retiró don Fernando Pulgar Ávalos. Otros destacables del sector, don Alfonso Marín y don Roberto Pierat. En esa ala de la fábrica estaban los Molinos a Bolas, cuya función era alimentar de pasta a la antigua planta de Sanitarios; se hallaba también en esa área la Bodega de Materiales, que la dirigía el gran futbolista de Fanaloza don Hernán Vidal Caballero; el Taller Eléctrico; la unidad de Mantención y la planta de Azulejos, que dirigía don Genaro Díaz Carlín, cuyo apoyo lo tenía en don

Edgardo Che Salinas Garcés. Las otras plantas menores en tamaño, pero no menos importantes, fueron las planta Planchuelas, bajo el mando de don Jorge Díaz Carlin, y su segundo Antony Vasey; la planta Porfina a cargo de don Genaro Díaz Martínez y planta Kitchen, en sus comienzo a cargo de Daniel Hormazábal. Todas esas instalaciones fueron las más destacadas en el área de Sanitarios original, cuya planta estaba bajo la responsabilidad de don Jorge Díaz Carlín y como encargado don Luis Jara González. Si uno iba caminando vía pasarela Fanaloza pero a la inversa de nuestro primer recorrido, del Área Sanitarios a la Planta de Vajillería, se iniciaba a través de la sección Decorado. Había un segundo piso, donde trabajaba el Jefe de la sección don Ernesto Ortiz y los trabajadores que registraban las producciones. En el primer piso don Fernando Sanz Camarena, que veía todo lo relacionado con las calcomanías. En este rubro y como Jefe de Decorado en su tiempo estuvo el señor John Clun, un profesional de origen
británico, quien jugó un papel importante, en el vínculo entre Penco e Inglaterra. Él viajaba frecuentemente a Londres y traía las calcomanías con diseños nuevos, que se replicaban acá, y el señor Sanz era el encargado reproducir. La planta de Vajillería estaba a cargo de don Eduardo Díaz Rony, y en la parte operativa por don Mario Silva. En esta área encontrábamos a los especialistas fileteadores, los hornos eléctricos dónde se colocaban las calcomanías a las tazas y platos, previo a su cocción, y todo el personal de la sección Decorado.

                    –Trabajadores que recuerde por sus aportes, aunque estamos seguros que todos fueron importantes...

Sí, efectivamente, todos los que pasaron por la empresa aportaron lo suyo, pero algunos por sus condiciones innatas dejaron su huella, como por ejemplo el escultor Hugo Pereira Díaz, que enseñó el Arte de la Pintura a un grupo de mujeres, algunas con conocimiento del pincel, otras aprendices, todas ellas dieron cuerpo a las piezas de porcelanas y porfinas. Su obra de escultor se puede apreciar en la Plaza de Penco, llamada Alegoría de las Américas. Llamó mucho la atención que cuando falleció nadie recordó su nombre. Otro grande dentro de la decoración fue su amigo el eximio pintor que compartió pincel con González Camarena en el Mural de la Casa del Arte de la Universidad de Concepción, me refiero al señor Albino Echeverría. Él por mucho años tuvo relación con la Pinacoteca de la U de Concepción. Quiero destacar que Fanaloza, dentro de sus políticas de integración, tenía un personal femenino de muy buen nivel profesional, que sin duda puso la mano fina en muchas decoraciones , especialmente en los Tornos, Fileteadoras, Pintados a Mano de piezas ornamentales. Siempre necesitaremos más tribuna para rendir un Homenaje a la Mujer Locera, y en el nombre de doña María Caamaño y de las Decoradoras y Pintoras, Helia Pérez Villablanca, María Ester Inostroza, Elba Cártes, Rebeca Montalba, Inelda Fernández, Sonia Quiroz, Ana Oñate, complementando este grupo la experta Decoradora Filomena Bórquez y otras distinguidas del pincel, etc. Incluyo en el necesario homenaje a numerosas otras mujeres que se desempeñaron abnegadamente en diversos servicios dentro de la empresa como labores en oficinas, apoyo técnico en el departamento de Bienestar, etc.

IMPORTANTE ROL FEMENINO en el desarrollo de Fanaloza, Penco.

                    Don Jorge Darwin queda pensativo un momento durante este conversación y considera que hay algo importante que se le ha quedado en el tintero...

                    Un recuerdo especial, dentro de los destacados como trabajadores loceros, obviamente cada uno en su área, podemos nombrar a Eduardo Lalo Órdenes, Augusto García, Anastelio Memo Durán, Armando Montoya, Pedro Villa, Osvaldo Rebolledo, Osvaldo Elgueta, Exequiel Chequelo Jara, y el popular Manuel Fernando Cabezón López Caamaño (hijo de doña María Caamaño ya nombrada). Me reservo para el final a don Enrique Careaga Romero, que llegó ser Alcalde de Penco, elegido por votación popular.
Mención aparte merecen los Encargados del Despacho de Sanitarios, los futbolistas del Fanaloza, Sergio Chueco Avilés, y Germán Mella.
                    –Bien, don Jorge, nos ha paseado por la pasarela Fanaloza, ahora le pregunto ¿quién fue el locero Jorge Darwin Soto Medina?
                    –Llegué a la empresa a comienzo de los años 60, cómo Contador de Unidades (registro de piezas producidas), posteriormente, postulé a Inspector de Turno, obteniendo después la Jefatura del área, después vino la Jefatura de Servicios Generales, y en el retorno de la producción de Sanitarios en Penco, fui designado para acompañar el proyecto del Ingeniero Cerámico don Leo Canessa Ossandón, quién por compromisos en Carrascal Santiago, no pudo estar acá, y se me nombró Jefe de la Planta Sanitarios de Penco.

Feliciano Palma y señora en una actividad social. A la izquierda, Jorge Soto Medina.                    
                    Para ir cerrando el tema, diremos que don Jorge, fue un ex trabajador de Fanaloza, que le tocó transitar por varios años, no digo cuántos, pero que vio nacer, crecer, modernizar, y también reemplazar equipos en las diferentes áreas productivas, pero quizás, sus más gratos recuerdos y satisfacción personal, fue haber, diseñado, creado, construido y puesta en marcha la Planta de Sanitarios N°2, que se ubicó en las ex instalaciones de la Crav Penco, un desafío mayor, pues había que adaptar lugares donde se refinaba azúcar, para diseñar, construir, poner en marcha y producir piezas de sanitarios. Para ello contó con la estrecha colaboración de los profesionales del rubro, como don Francisco Pérez, un experto en construcción de hornos; Juan Vega, técnico en matricería; José Bartolo Belmar, un especialista en pasta para sanitarios, y el diseñador César Martin. Todo lo anterior, eso sí, bajo la empresa Loza Penco.
INAUGURACIÓN DE LA PLANTA de Sanitarios N°2 de Loza Penco, en las instalaciones de la ex CRAV. De izquierda a derecha aparecen Jorge Soto, Kato Germany, el ex ministro Alfonso Márquez de la Plata y Feliciano Palma.


                    Por sus amplios conocimientos en el tema y en un período alejado de Penco, don Jorge fue llamado a hacerse cargo de la Gerencia de la empresa Sanitarios Colina en Santiago, podemos decir que estamos frente a un pencón que cuando habla, sus palabras huelen a caolín.
                    Para terminar la nota, diremos sólo queríamos saber algo más sobre la pasarela Fanaloza y al igual que en los tejidos, terminamos desenredando una madeja de secciones y personas sobre la empresa, y al hacer rodar la madeja, que al igual que un crisol, seguirá entregando historias loceras.

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(*) El entrevistado es hermano mayor de Abel Soto M.

(**) El filósofo británico Bertrand Russell llama aprendizaje ostensivo al que nace de una vivencia personal o experiencia directa, sin mediar la información que se pueda obtener de textos o de exposiciones de maestros.

(***) La idea que propone el autor de esta nota de instalar allí una gigantografía recordatoria de un ícono de Penco podría tener una alternativa, como fue la demostrada en Santiago, en mayo pasado, en que se recordó a la desaparecida estación Pirque en Plaza Italia usando una técnica de fantasía a escala real basada en la fotografía ampliada de esa estación.


(****) La chimenea aludida en el texto se vino al suelo con el terremoto del 21 de mayo de 1960.


miércoles, agosto 21, 2024

UN IDEAL DE MUJER

PORTADA DE LA NOVELA DE Salvador Reyes.
La pintura es del artista chileno Paolo di Girólamo.
 

                «Mónica Sanders» –la palpitante novela (1951) del escritor chileno Salvador Reyes– no la leí en mi juventud liceana, porque seguramente no clasificaba para el canon de adolescentes por ser una novela para mayores. De ahí que ese título apenas lo oí alguna vez en mi vida. Sin embargo, el nombre saltó al tapete de mi atención cuando me lo mencionó José Checho Vergara (QEPD), en una situación que le ocurrió en la biblioteca particular de don Óscar Contreras. El señor Contreras como se recordará fue un ejecutivo de Fanaloza, originario de Valparaíso. Él fue un humanista que se preocupó de apoyar a la juventud local y abría generosamente su biblioteca privada a estudiantes que tenían que hacer tareas y necesitaban fuentes: historia, geografía, literatura, filosofía, matemáticas. Y aquí llegamos a la situación del inicio. Vergara me dijo que fue a la casa de don Óscar a pedirle que le prestara la novela «Mónica Sanders»

                Con el libro entre sus manos el señor Contreras tenía dudas entre si acceder o no. El Checho tenía entonces unos 16 años. Por eso, le hizo una pequeña entrevista para explorar su nivel cultural y de madurez. Hasta que finalmente le pasó la novela con la exigencia de que debería devolverla en una semana. Cuando el Checho me contó esta anécdota pero no el contenido del texto, me despertó la curiosidad por el libro.

CHECHO Vergara y don Óscar, protagonistas de este relato.

                    La semana pasada hallé «Mónica Sanders» en una subasta de volúmenes viejos, me lo aseguré. Confieso que el libro no me soltó. Gran relato de un escritor de fuste como Salvador Reyes, un copiapino de corazón y porteño por adopción. Y Mónica, una mujer insoslayablemente cautivadora, bella, apasionada. Su amante secreto era el arponero y capitán de un ballenero del puerto... Razón tenía el señor Contreras para otorgar visa a los juveniles pretendientes de gozar la novela. No en vano él era amigo personal de Salvador Reyes a quien conocía como integrantres de un club cultural del puerto. No es claro que Reyes haya venido a Penco a visitar al señor Contreras como lo hacían otros artistas, Pablo de Rokha, por ejemplo.

                Mónica, el personaje de ficción, calzaba entre los ideales femeninos desarrollados por la literatura chilena del siglo XX del mismo modo, por ejemplo, como Solveig, la heroína de la novela «Roble Huacho» (1947) de Daniel Belmar. Luego del último encuentro con su amante furtivo, Mónica, portadora de un secreto íntimo, se despide con un beso y se aleja para disolverse entre las sombras de la noche de una calle de Viña del Mar. Por otro lado, Solveig no vuelve a la cita y huye a la estación ferroviaria del pueblo de Vilcún cerca de Temuco, donde se mezcla con la gente y se la pierde de vista en medio de los viajeros. Ambas no vuelven a aparecer más. Sin embargo, al menos Solveig será buscada infructuosamente aunque con una fuerte carga de irrenunciable esperanza en el resto del relato.

                Solveig y Mónica Sanders fueron el sueño de mujer de varias generaciones de adolescentes en Chile en esos años. Y, en Penco no fue la excepción. Ambos personajes representan la suma de todas las mujeres... Lamentablemente mi querido Checho ya no está con nosotros para haberle pregutando más sobre cómo fue la interrogación del libro por parte de don Óscar.

sábado, agosto 03, 2024

NUEVA FOTO EN COPIAPÓ DEL HISTÓRICO «PATA BENDITA»

OSVALDO CASTRO a la izquierda, a temprana edad, junto a amigos. A la derecha vistiendo la camiseta lila de Deportes Concepción en 1969.
                             Ya en enero pasado publicamos una historia del gran futbolista chileno Osvaldo Castro Pelayo (77), nacido en Copiapó en 1947 y quien hiciera historia en el fútbol nacional tanto en la Selección Chilena, en Unión La Calera y en Deportes Concepción y en el exterior, en el balompié de México, país donde reside.

                    Mi interés por la historia de este futbolista me llevó a solicitar más información de Castro Pelayo –también conocido como el Pata Bendita– al profesor pencón Juan Espinoza Pereira quien vive en Copiapó, sobre el pasado del Pata en la ciudad copiapina. El profesor Espinoza es un entusiasta colaborador de nuestro blog y además autor de varios libros culturales. Él indagó y encontró esta fotografía en la que aparece Osvaldo Castro en una fiesta de amigos en una fonda de Copiapó o de Tierra Amarilla, cuando la futura estrella del fútbol tendría quizá 17 años.


                    En su nota que acompaña a esta fotografía Juan Espinoza Pereira me dice que Carlos Fernández, el autor de algunos libros que están en tu poder, me hizo llegar esta foto hace unos días... que debería corresponder a una imagen donde aparece el «Pata Bendita». Después de recorrer varias casas en la Población Pedro León Gallo, donde nació, se crió y jugó sus primeras pichangas el joven Castro, casas donde aún quedan viejitos que tienen buena memoria de los ´50, 60´y ´70 (cosa curiosa, de los noventas en adelante no hay muchos recuerdos), pero sólo uno se atrevió a indicar quién podría ser... Luego recurrí a san internet y al revisar fotografías de los inicios del «Pata», comprobé que claro es la persona con camisa a cuadros al centro de la foto.

                    El profesor me dijo, además, que el ex astro del fútbol optó por desligarse de sus raíces  y que cortó toda relación con Copiapó y con su barrio por eso allí hay algunas personas sensibles que, por así decirlo, lo consideran ingrato.  Colectiveros mayores lo recuerdan también, pero solo como futbolista profesional, no como copiapino o tierraamarillano como dicen otros.

                    La nota que recibí termina diciendo: «Los créditos de la foto en todo caso son para el Doctor en Sociología e Historia, don Carlos Fernández, un hombre de a pie y un agudo observador de la realidad.

                    Un abrazo a la distancia». 

                    Pata Bendita está radicado en Ciudad de México donde dirige su propia escuela de fútbol «Pata Bendita».  Más información sobre la trayectoria de este extraordinario jugador chileno en el siguiente link:

https://penco-chile.blogspot.com/2024/01/el-pie-izquierdo-del-pata-bendita-fue.html

martes, julio 30, 2024

PENCO Y SU LOCA GEOGRAFÍA

EL VALLE ENTRE los cerros del Hospital y el cementerio. En esta área conviven nuevas poblaciones e instalaciones de Puerto Lirquén. Hace muchos años esta depresión daba lugar a fértiles chacras. Al fondo se aprecia el extremo norte de la Quiriquina y la boca grande.

                    Para entender bien una historia –real o inventada– sea importante, interesante, entretenida o todas las anteriores, deberíamos conocer también la geografía donde el relato se sitúa. Las características del terreno, del paisaje, su orientación en la rosa de los vientos, el clima, los aromas, la latitud. Me refiero al escenario, que es lo único que se puede demostrar sensorialmente. Los hechos surgen y se van, pasan, sólo queda el marco, «el sitio del suceso». No por otra razón, los turistas peregrinan a los lugares para evocar o buscar un contacto con los acontecimientos de antaño y recordarlos in situ. Ellos saben que no se encontrarán con los personajes de la obra de teatro de la vida, pero sí verán el tablado donde actuaron. La historia la conocen, sólo la geografía faltaba por conocer. Como hay gentes que nos leen en países lejanos, que no han estado nunca en Penco y quizás no vengan jamás intentaré explicar la geografía local, porque es la pura verdad que el terruño gravita en la psicología, el paisaje moldea sentimientos. Los pencones, protagonistas de muchas historias de nuestro blog, no escapan a esta condición. El sabor de un relato depende de las especias que brinda la geografía.

                    Empecemos por el clima. Por su ubicación costera, Penco es frío en invierno y agradable en verano. En la estación estival rara vez el termómetro asciende más arriba de los 27 grados centígrados y en los meses invernales la temperatura pocas veces cae por debajo de cero grado, hecho que se corresponde con las coordenadas: 36°,44', latitud sur. También es una realidad que el océano no es ajeno en la calidad de las condiciones climáticas. El mar es helado a causa de la corriente marina de Humboldt que nace en la Antártida y que predomina en toda la costa chilena. ¡Me cuesta entender cómo en esos años nos dábamos piqueros en ese hielo! Salíamos tiritando del agua para buscar alguna esquiva tibieza de la arena.

PLAYA DE PENCO (1886), pintura de Enrique Swinburn. El lienzo muestra a la izquierda el cerro Bellavista, con un corte en el cabo, hecho que podría explicar la prolongación original de la loma hasta la playa. Detalle, dos bañistas nadan cerca del bote. (Museo Nacional de Bellas Artes).

                    En verano predomina el viento sur-oeste, brisa bonachona y constante, que según los marineros es el viento de Chile (seguramente el mejor para navegar). En invierno, las condiciones de lluvia las origina el norte. Dependiendo de su fuerza llegan los temporales y en tales casos el norte se convierte en «nortazo». En ocasiones sopla una brisa del este –de tierra adentro–, que llaman puelche, cargada de olores frescos de los cerros con un efecto saludable y alentador. En otros momentos se presentan rachas que parecen provenir de Talcahuano, que arrastran una neblina, que cubre completamente el cielo. La gente dice que es la travesía. Un quinto viento conocido en Penco es definitivamente peligroso. Surge en la bahía espontáneamente si condiciones meteorológicas de humedad, presión y concentración nubosa coinciden. Así nacen las destructivas trombas marinas, con aspecto de torbelino, que a veces golpean la tierra con furia causando miedo y destrozos. Dicen que cada vez son más frecuentes y hasta les han cambiado el nombre: tornados. Estas combinaciones de vientos también juegan un papel en situación de incendios forestales. El sur-oeste empuja el fuego desde el pueblo hacia los cerros. En cambio el puelche resulta un desastre porque trae las llamas desde los cerros cuesta abajo, hacia la población. Los incendios potenciados por este viento arremolinado crean vórtices de fuego que arrasan lo que hallan a su paso a una velocidad arrolladora. Por los incendios forestales, Penco ha vivido emergencias dramáticas que han causado gran preocupación. Providencialmente la travesía interviene, entra en la escena acarreando nubes bajas, henchidas de humedad, que saturan los bosques, hacen descender la temperatura y ayudan a la extinción del fuego.

PANORÁMICA HACIA el sur poniente de Penco, en el centro se ve el cerro Bellavista, más allá la desembocadura del río Andalién. Al otro lado del río está la isla Rocuant y al fondo el cerro tetas del Biobío.

                    Los cerros le dan a Penco tribuna para contemplar la hermosa bahía, un auténtico mar interior, cerrado en parte por la península de Tumbes y su prolongación en la isla Quiriquina. Su aspecto evoca al mar de Galilea, según los que conocen ese lago de agua dulce en Tierra Santa. Sorprendido y quizá impresionado el conquistador Valdivia dijo de ella «la mejor bahía de todas la Indias», la primera descripción visual de la geografía pencona. Subercaseaux dijo creer que en la bahía existiría un volcán sumergido cuyas emisiones matarían peces y que justificarían la arena negra (volcánica) del sector sur de la playa. La suposición recogida de la tradición oral no se ha demostrado. Lo que sí parece más probable es que por el lecho de la bahía avance en el sentido norte-sur alguna falla tectónica de placas, quizá eso explicaría las salidas de mar a causa de un sismo de cierta intensidad. Sin embargo, por muy probable que parezca tampoco está probado.

Ahora vamos a las alturas. A diferencia de Tomé y Talcahuano, en Penco no hay una cultura de cerros a pesar de los que tiene. Los tomecinos, por ejemplo, les pusieron nombres a todos: Navidad, Estanque, Dagnino, Alegre, el Santo y se identifican con ellos... En Talcahuano lo mismo: David Fuentes, Centinela, Las Canchas. Los pencones, en cambio aunque sus cerros tienen nombres, es curioso que no los asuman pese a que son la base del pueblo...

UNA VISTA de Penco desde el cerro Villarrica. La calle es Alcázar y se prolonga hasta la línea del ferrocarril. A la distancia se ve el pequeño islote de piedras que dependiendo de las mareas se asoma y esconde.

                    Sin embargo, estas elevaciones del terreno le dan un marco único. Por donde usted llegue a Penco –salvo por mar o por el río Andalién– primero hay que cruzar cerros y bajar hasta llegar al plan pencón. Como hemos dicho dentro del medio urbano hay lomajes pronunciados. Estas ondulaciones del terreno crean valles, donde en el principio se establecieron las poblaciones. Si hacemos un recorrido de norte a sur por la comuna primero tenemos el cerro de los miradores y luego está el valle de Lirquén que se despliega teniendo como eje su estero que desemboca en la playa, hoy convertida en un atractivo balneario veraniego. Yendo hacia el sur pasamos el cerro del Hospital para caer en el segundo valle, que también tiene un estero. Esta depresión originalmente fue terreno fértil de cultivo pero con el paso del tiempo se ha ido poblando y sus calles compiten con las canchas de tránsito del puerto de Lirquén. Al este del valle en un tiempo funcionó una obra de tejas y ladrillos, la que se aprovisionaba del agua y la arcilla del estero. Más arriba la vega se estrecha y termina en una rinconada.

RUINAS DE LA antigua Refinería y el ex estadio de CRAV estaban en el pequeño valle que se abre entre el cerro Membrillar por el norte y el Bellavista por el sur.

                    Continuando en nuestra marcha al sur debemos pasar el cerro Cementerio el que declina al oeste hasta Cerro Verde. Al otro lado llegamos al plan de Penco, el valle más importante de la comuna, con su emblemático estero que lleva el nombre de pueblo. Después viene el cerro Membrillar inserto dentro del plan, pero un poco más replegado hacia el interior puesto que remata en calle Freire sin acercarse al mar, como los que ya hemos nombrado. También genera un valle menor, donde se emplazó la Refinería y el estadio CRAV. Por último, aparece el cerro Bellavista que actúa como un frontón al sur-oeste y que junto con la calle San Vicente demarca el fin del plan de Penco. Este cerro encierra al pueblo y originalmente llegaba hasta el mar. Para construir la línea del tren hubo que hacer un corte junto a la playa para ceder paso al ferrocarril y a la calle Playa Negra. El Bellavista bloquea una mirada directa de Penco hacia el sur-oeste, esto es hacia el río Andalién, la isla Rocuánt y las tetas del Biobío en Hualpen. La orientación uniforme de los cerros en sentido del interior hacia la playa tiene la sola excepción del Villarrica el único que corre de norte a sur. A sus espaldas está el bucólico valle del tranque, famoso en otros tiempos, origen del estero que cruza el pueblo. Villarrica fue la puerta terrestre de Penco ya que por ahí baja el histórico camino real, que desemboca en calle Los Carrera. Dicha ruta conecta a la comuna con el valle Central, el norte y el sur del país. El cerro Villarrica tiene un acceso peatonal por calle Alcázar con una escala de 89 pendaños y cinco descansos.

EL CERRO VILLARRICA se observa al fondo de la fotografía. Por allí baja al pueblo, la antigua capital del sur, el camino real.

                    Para concluir esta descripción, bastante reducida, de nuestra geografía mencionaremos tres islas dos de las cuales resultan muy particulares y desempeñan su rol en el escenario pencón. La que es una isla en forma es la Quiriquina, una porción de tierra rodeada de agua. Está frente al pueblo y sólo sabemos que no forma parte de Tumbes, por la presencia de boca chica que está la izquierda del espectador y que proyecta el mar hacia el océano. Por la derecha el límite es la boca grande, que separa a la Quiriquina de Cocholgüe en la comuna de Tomé. La isla es propiedad de la Armada de Chile por lo que para acceder a ella con fines turísticos es menester conseguir permisos. La segunda isla, llamada Rocuant (también isla de Los Reyes), ni parece una isla, se encuentra entre la desembocadura del río Andalién y el canal El Morro de Talcahuano. Es plana como una mesa en toda su extensión. Los humedales le otorgan finalmente cierta característica de isla. No tiene ningún relieve que la distinga. Se dice que en los tiempos de la colonia era una enorme potrero para criar y alimentar caballos. Rocuant no pertenece a la comuna de Penco, pero los pencones la sienten más cerca que los habitantes de Talcahuano.

Para finalizar, nos detenemos en el análisis de la tercera isla, la que sólo llaman la isla. Está formada por un gran grupo de piedras de canto rodado, las que se juntaron ahí con el paso del tiempo. Se halla a unos 200 metros de la playa frente a la cancha de Gente de Mar. La isla aparece y desaparece según el nivel de la marea. Cuando la mar está alta, se esconde y asoma cuando el mar está de baja. Durante la baja marea es fácil llegar caminando. Para no equivocarse de destino, la piedra del pato debe estar a la derecha. Dicha piedra en posición vertical se levanta a medio camino de la isla. Parece un menhir megalítico de unos 2,5 metros de alto, instalado por la naturaleza en el lecho marino hace millones de años. La isla es rica en pequeños animales acuáticos, donde el caracol de mar es el predominante. Es fácil hallarlos y recogerlos si el mariscador empuja y hace rodar las piedras, todas de forma más o menos redondeada. Sin duda deben agitarse con fuerza durante los temblores y chocar unas con otras. En ese sentido nuestra tercera isla sin nombre podría llamarse isla Rolling Stone.

PENCO URBANO, visto desde el mar al cerro. La calle Maipú es parte del centro de la comuna. Al fondo, el marco principal y orgullo pencón, el cerro Copucho. 

martes, junio 18, 2024

UNA TROMBA CAUSÓ MINUTOS DE HORROR EN PENCO

LA TROMBA MARINA, del 14 de junio de 2010, que se ve en esta foto de archivo tomada desde Lirquén surgió del sector del muelle de Cosaf. Probablemente en ese mismo punto nació el torbellino que este 18 de junio de 2024 golpeó fuertemente a una parte de Penco.
 

                    Un gran susto y daños en la propiedad pública y privada causó una tromba marina que golpeó el sector sur de Penco durante esta madrugada. El fenómeno, que se generó en la bahía por bajas presiones atmosféricas, ingresó al pueblo por el barrio Playa Negra con gran fuerza destructiva. Como secuela dejó voladuras de techos y cortes de energía. Testigos que viven en las calles Freire con San Vicente dijeron que un gran ruido se sintió minutos después de las 5:00 AM que fue interpretado como si se hubiera tratado de un avión. Pero el ruido aumentó rápidamente y sobrevino el golpe del ventarrón arremolinado. En los distintos lugares afectados estuvo rugiendo durante dos minutos de horror mientras proseguía su desplazamiento.

                    Al día siguiente se vio claramente la huella que dejó el paso destructor del torbellino. Como estaba oscuro a la hora del suceso, no hay fotografías del evento atmosférico, pero dio la impresión que se generó cerca del cabezal de muelle de Cosaf y que avanzó con furia hacia tierra firme impactando en primer lugar la línea de la costa en el sector Playa Negra, como hemos dicho. La fuerza del viento también derribó postes del tendido eléctrico los que además están sobrecargados de líneas de comunicaciones hecho que no es un misterio para nadie. Después avanzó entre el cerro y las calles San Vicente, Las Heras, O'Higgins, cruzó la zona baja y endilgó hacia el cerro Membrillar hasta llegar a la Hermita. Al frente, hacia el sur, en el sector que algunos llaman “Los Altos de Figueroa”, donde residen algunas autoridades locales, no hubo mayores daños.

UNA CASA DE Playa Negra, entre muchas otras, perdió su techumbre a causa
del impacto del viento.
                    
                    La historia pencona y penquista recuerda otros episodios similares. El anterior de estos fenómenos ocurrió en el 2010. Pero, mucho antes en 1936, hubo un tornado muy destructivo que golpeó el centro de Concepción, arrancó los tilos de la plaza y afectó a muchas personas. El relato que aún perdura refiere lo que le ocurrió a una familia que venía llegando de Europa el mismo día del evento. Ellos habían dejado sus valijas aún no abiertas en el tercer piso de su casa. El remolino arrancó el techo y se llevó las maletas, las que fueron hallada semanas después en el cerro Caracol. Otra narración habla de una mujer que trabajaba en una casa y que, mientras domía, fue sacada con cama y todo de su dormitorio por la fuerza del viento. De estas historias hay relatos, que entran en el ámbito de la leyenda, esto es que los hecho ocurrieron pero que la tradición popular agranda las cosas con el paso del tiempo resultando imposible su verificación para los contemporáneos.

                    Al igual que los temblores, las trombas marinas gestadas en la bahía de Concepción seguirán ocurriendo, porque son parte de la Naturaleza. La lección sería simple aunque no por ello sencilla: que la población contara con casas sólidas firmemente construidas a prueba de ventarrones.

jueves, mayo 30, 2024

MI COCODRILO LLAMADO DOMBIO

HARRY POTTER, interpretado por Daniel Radcliffe.
 

                    Así era mi pieza cuando yo tenía 12. Mi habitación, toda de madera, medía de alto unos 3 metros y la superficie, quizá unos 16 m2. Sí, era grande, pero había otras cosas de la casa ahí aunque yo fuera su único huésped nocturno. Las tablas nativas de que estaba contruida presentaban una tonalidad rojiza oscura. Originalmente debieron tener un tinte natural más claro y más vivo. Nunca recibieron una manito de pintura, pero lucían muy bien incluso con el paso del tiempo. Mi cama estaba en una esquina de mi pieza. El muro de mi derecha yo lo conocía de memoria: sus clavos, las nudosidades de la madera. Yo miraba esas tablas machihembradas en horizontal noche tras noche esperando que me invadiera el sueño, día tras día cada vez al despertar. Una de aquellas tablas que quedaba a la altura de mi cabecera tenía una significación sólo para mí. Una trizadura, un defecto de elaboración, que yo me figuraba el perfil de un cocodrilo somnoliento: la cabeza apoyada en el suelo, los ojos achinados entre cerrados y las fauces herméticas. Nada para sobresaltarse porque era sólo mi interpretación del aserrado defectuoso de esa tabla particular. Centenares de veces, mi cocodrilo, al que llamé dombio (con minúscula), fue la última imagen que se me desvanecía al dormirme cuando no apagaba la luz y la primera con la que tropezaba al abrir los ojos al día siguiente. Ese ejercicio mío de pareidolia creó a dombio con su ociosidad infinita.

                    Sigamos mirando mi pieza que nada tenía que ver con las habitaciones descritas tan delicadamente por Proust (En Busca del Tiempo Perdido) ni con el espacio confinado de la pieza llena de telarañas de Harry Potter. Desde el centro del cielo raso pendía un cordón negro de unos 40 centímetros recubierto de un tejido de algodón aislante que remataba en una ampolleta. El interruptor estaba junto a la puerta que daba al patio de la casa, o sea, retirado de mi ubicación. Sin embargo, que quedara lejos de mi cama no era problema porque yo tenía una lamparita de velador con una pantalla de papel encerado, regalo de mi mamá. Mi lámpara ocupaba el centro del velador hecho en madera terciada fabricado ‒según me dijeron‒ unos 30 años antes por un carpintero de Cerro Verde, a quien no conocí ni tampoco supe su nombre. De buenas terminaciones, bien barnizado, el velador tenía un pálido estilo decó. En Nochebuena había que despejar el velador para poner sobre él mis zapatos, señal inequívoca para que el viejo Noel hiciera su trabajo: dejar los regalos de Navidad, que los niños de entonces abríamos el 25 de diciembre en la mañana. Así, con la luz a la mano, podía leer hasta tarde si todavía me quedaban energías después de días intensos de corretear de aquí para allá... noches de días agitados. Como se ve, de Proust nada pero de Harry Potter sí, ya que había una pequeña telaraña allá arriba que yo no quería barrer para no molestar a su oculta moradora.

PORTADA del libro "En Busca del Tiempo Perdido", Proust.

                    En una oportunidad llegó a mis manos un sobre, un regalo, que contenía estampitas coloreadas de aviones de guerra de unos 10 x 8 cm cada una. Me gustaron tanto esas fotos de aviones –unos estaban en vuelo y otros en las pistas–, que las pegué en el muro junto a mi cama. Cubrí casi un metro cuadrado como un mosaico. Dombio fue al sacrificio, quedó oculto. Las estampitas iluminaron con su vivo colorido el ahumado tono de las maderas. Antes de dormirme o cuando en las mañanas me quedaba en cama más de la cuenta, me embobaba mirando esas pequeñas imágenes de cielos lejanos y aeropuertos ignotos. Un metro más arriba de ese pegoteo, colgaba mi crucifijo color verde manzana, cuyos maderos de baquelita terminaban en trébol. Por las noche, mi Cristo permanecía iluminado varios minutos después de apagar la luz de la lámpara por el efecto fosforescente ad hoc. Fue también que sentado al borde de esa cama mi madre me enseñó a rezar el Padrenuestro y a memorizarlo. Muchos años después cada vez ese recuerdo de ella pidiéndome que la siguiera en la oración del Padrenuestro viene a mi memoria dulcemente. Otras noches ella me leía los cuentos del libro Las Mil y Una Noches. Elegía las narraciones que más me gustaban, en especial las ingeniosas aventuras de Simbad el marino, sus preparativos para zarpar desde el puerto de Bassora y todas las peripecias que mi héroe enfrentaba después por las islas y costas del Golfo Pérsico.

               A mis espaldas, por el lado izquierdo el muro de mi cabecera se prolongaba más allá del velador y se encontraba con el marco de la puerta del pasadizo central de la casa. Al otro lado de ese acceso cubierto por una cortina, por el mismo costado, un ropero ocupaba esa esquina opuesta a la de mi cama.

                    Las ventanas y la puerta del patio miraban al oriente, hacia los cerros. En las noches oscuras y sin luna podía ver a través de los vidrios por encima de las cortinas las estrellas titilando en el cielo sobre las siluetas negras de las copas de pinos allá lejos en el horizonte de Penco. Y durante furiosos temporales, los aguaceros rugían chapoteando sobre las planchas del techo hechas de un compuesto de cemento y amianto. Jamás una gotera y nunca sentí frío. Y para los temblores, dependiendo de su intensidad, mi pieza se quejaba exhalando gemidos por todos sus clavos oxidados, como un barco en un mar picado. El terremoto madrugador del 21 de mayo de 1960, puso a prueba la resistencia de esos clavos en medio de una quejumbre interminable.

                    Los sonidos originados en el exterior se filtraban por las maderas y llegaban ruidosos a mis oídos mientras permanecía adormilado en mi cama. Se escuchaban como un rumor los golpes de los ejes de carretas de carbón en la calzada sin pavimentar de la calle cercana y el voceo de sus vendedores quienes bajaban de los cerros con la esperanza de ganar algún dinero. La misma esperanza tenía esa mujer desgreñada que todos conocíamos quien con un canasto bajo el brazo pasaba vendiendo pescado. Y casi al mismo tiempo oía el silbato del vendedor de leche cuya carretela tirada por un caballo me era tan familiar o la campanilla con que los trabajadores municipales se hacían anunciar para retirar la basura.

                    En una ocasión salí de casa preocupado porque los vecinos decían en voz alta que los carabineros andaban buscando al Lalo. El Lalo era mi amigo, un par de años mayor, ¿por qué?, ¿qué habrá hecho de malo?, ¿por qué habrían de llevárselo preso? Esto no me lo han contado, ví a dos carabineros golpear la puerta de su casa, lo buscaban por encargo de la Escuela donde estudiábamos. La acusación: hacer la cimarra. No supe si lo detuvieron, lo que sí se dijo fue que no fue habido porque el Lalo arrancó a tiempo para enconderse debajo de uno de los catres de su casa. Pero, lo cierto era que en esos años los cimarreros tenían que pensarlo dos veces.

                    Otro aspecto, eran los olores. Los de mi pieza se entrecruzaban. En invierno predominaban los acentos de humedad contrastadas con las notas de resina de la leña del fuego que permanecía encendida y se quemaba allá afuera. Había días en que el viento norte inundaba la casa de olor a mar vaticinando lluvias. La mezcla de olores y aromas de la primavera parecía inundar todos los ambientes. Pero en verano durante todo enero, el acento de pino, del árbol de Navidad, predominaba hasta bien avanzado febrero. Evidentemente éste era el resultado del combate inmisericorde contra la cochambre.

                    Hacia la calle teníamos un corredor independiente. Algunos vecinos transformaban los suyos en otra habitación mientras los demás los dejaban abiertos. El espacio era ideal para jugar protegidos. El piso pavimentado servía para marcar con tiza una de mesa de pimpón o diseñar los casilleros del juego del luche. En los muros laterales opuestos a cierta altura dibujábamos cestos que servían para jugar básquetbol. Nada más entretenido antes de concentrarse en hacer las tareas.

                    Vuelvo a la descripción de mi pieza. Más allá de la puerta de mi habitación había otro espacio techado donde estaba el baño y por el lado opuesto, la cocina con un poyo para encender fuego y arriba una gran campana metálica para extraer el humo y los olores. Trasponiendo esta estructura interior de la casa, estaba «el fondo», así llamábamos al sitio que tendría unos 40 metros cuadrados. La superficie era suficiente para agregar más habitaciones o simplemente para cualquier destino. En nuestro caso, el espacio lo aprovechábamos para plantar hortalizas y tener un pequeño gallinero para disponer de huevos frescos. ¡Incontables veces nos bastó esa producción casera para eludir las verdulerías!

                    ¿Cuánto tiempo ha pasado de todo eso? Mucho.¿Retrospectiva nostálgica? No. Sólo un pedazo de historia que de tarde en tarde se asoma a la memoria. Porque así discurrió mi tiempo con un innegable sello de felicidad y de gratitud.


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«En Busca del Tiempo Perdido», Marcel Proust.

«Harry Potter y la piedra filosofal», J.K. Rowling.

miércoles, mayo 29, 2024

SÓLO NOS QUEDA MIRAR EL PASADO DE FANALOZA

LOS ANTIGUOS MOLINOS DE FANALOZA.
 
                    A inicios de 1927 a don Juan Díaz Hernández, dueño de la lamparería de calle Aníbal Pinto en Concepción, literalmente se le encendió la ampolleta, de repente lo iluminó la idea inspiradora para comprar la industria locera de Penco (que estaba a la venta), meterle recursos y de ese modo convertirla en una fábrica con todas las de la ley. Para tomar la decisión ese comerciante de origen español no lo pensó mucho, cerró los ojos y se la jugó a concho, porque para abordar un proyecto de esa envergadura se necesitaba mucho coraje.

                    La fábrica de loza pencona había comenzado a fines del siglo XIX. Su historia hasta ese momento estuvo llena de altibajos, interrupciones, larga inactividad, propiedad sin recursos, carencia de orientación profesional (salvo la incursión de un señor Tornero, especialista en cerámica, en 1906) y, más aún, sus sucesivos dueños desconocían el negocio. En cambio Díaz Hernández estaba dispuesto a apostar por el futuro de la fábrica, disponía de algunos recursos económicos y junto con eso sus nueve hijos varones heredaban de él su temple, ese instinto empresario. Nada podría salir mal si entregaba todo el corazón en el proyecto. Transcurría 1927, quizá el año más importante en la historia moderna de Penco por la compra-venta de la entonces alicaída fábrica.

                    Con la llegada de Díaz Hernández y sus hijos los Díaz Boneu nació la nueva Fanaloza en la forma que la conocimos. Con ellos la industria adquirió el perfil de una fábrica con proyección nacional e internacional. Porque sus nuevos dueños poseían una sólida expericiencia en la venta de artículos sanitarios importados en su lamparería penquista. Por otro lado, hijos de la familia viajaron a Europa a perfeccionarse en la fabricación de loza. La industria puso el acento en piezas para baños: lavatorios, wc, urinarios y, paralelamente, aisladores eléctricos. No era difícil que los nuevos dueños apuntaran medio a medio a las necesidades más urgentes del mercado chileno, porque todas esas cosas tan necesarias para una sociedad que se asomaba a la modernidad no se hacían aquí. Al mismo tiempo el apoyo del estado para alentar la actividad se manifestó con impuestos a las importaciones del rubro, los que se encarecieron mucho más. De ese modo Fanaloza agarró vuelo y se desarrolló como una industria protegida, no hubiera sido tan exitosa de otra manera.

                    Mientras la actividad fabril crecía ocurría lo mismo con sus trabajadores. La mano de obra no especializada se incorporaba a los procesos aprendiendo el oficio sobre la marcha. Los obreros no ingresaron a la fábrica de loza porque tuvieran una vocación alfarera, como suele decirse. Ellos buscaban trabajo y tuvieron que adaptarse. Junto con los obreros aumentó también el número de empleados, que era la denominación de entonces para designar a personas con alguna profesión ad-hoc. Ambos estamentos, obreros y empleados cada uno por su lado, se organizaron en sindicatos. Los obreros, para apoyar peticiones conducentes a resolver problemas básicos (especialmente vivienda) y salarios; mientras que los segundos se organizaron para propósitos de actividades sociales relevantes.

                    Retomemos la industria. Los Díaz Boneu pensaron que se necesitaba más tecnología y materias primas de calidad superior para subir el nivel de sus sanitarios. Trabajaron duro en la sección moldes, donde se diseñaban las matrices en tres dimensiones de los objetos que se iban a producir, concentraba toda la atención creativa de ingenieros y diseñadores. Es un hecho que estudiaban piezas fabricadas fuera de Chile para copiar y agregar algún toque local, porque al fin y al cabo no iban a gastar tiempo en «inventar la rueda». Con el polvo de arcilla, caolín y cuarzo que se generaba en los molinos se hacía un barro apropiado ni muy líquido ni muy denso, una pasta dúctil. Con esa pasta se llenaban los moldes, luego del secado al medio ambiente, a las piezas de loza cruda se le quitaban las asperazas e iban a los hornos. En los primeros intentos se verificaba si el lavatorio o el wc funcionaban correctamente o había que introducir modificaciones. La sección moldes usaba originalmente yeso para crear «el negativo» de las piezas que se iban a producir. Después se introdujo un material de celulosa y plástico que reemplazó al yeso.

                    En los inicios de la era Díaz Boneu los sanitarios, como hemos dicho, fueron la razón de ser del dearrollo de la industria porque era lo que sus dueños conocían muy bien, habían aprendido a vender esos artículos importados. Sabían la dinámica del mercado y las necesidades urgentes que planteaba el avance urbano. Las letrinas y los pozos negros que los había por todas partes requerían tanta cal para su mantenimiento que se hacía impostergable reemplazarlos por tendidos de alcantarillado y piezas de baño. Ese cambio no sólo lo imponía Fanaloza, sino que era una política de estado.

                    La empresa diversificó rápidamente el negocio a la fabricación de vajillería, azulejos, piezas ornamentales. Porque había mano de obra no usaremos la expresión «recursos humanos», porque ese lenguaje vino después–, materia prima y capacidad instalada para más productos de loza y cerámica. También había mercado para una vajilla refinada local más barata y parecida a la europea. Por sobre todo superior a la alfarería rústica de barro cocido, que los historiadores llaman injustamente cacharros, a pesar de toda la técnica ancestral usada en su fabricación. Para Penco y para el país Fanaloza fue un salto adelante, una revolución.

                    Entre los hermanos Díaz Boneu, Reginald era el más inquieto, quería hacer cosas nuevas. Gracias a su perseverancia y luego de estudiar en Europa, propuso fabricar en Penco piezas sofisticadas bone china (se pronuncia boun-chaina), que los trabajadores loceros llamaron porfina. Luego de conversar ese asunto con el químico Juan Arroyo, Reginald le pidió que intentara fabricar una taza con nuevos insumos que incluían polvo de huesos siguiendo su receta aprendida. La primera taza resultó estupenda, traslúcida, una maravilla. La exitosa experiencia indujo a la empresa a crear una planta bone china. A la larga lista de productos made in Fanaloza, se sumó la porfina: piezas ornamentales, floreros, bases para lámparas bone china.

                    Nadie se dio cuenta, sin embargo, que esas las lámparas comenzaban a dar luces acerca de cómo venía el futuro, un regreso a la lamparería de los orígenes. Se iniciaban los años sesenta y se avecinaban grandes cambios en Fanaloza, unos muy difíciles, otros esperanzadores y al final, desilusionantes, a los que en esta oportunidad no me referiré. En la recta final de su existencia, Fanaloza se centró como al principio en la fabricación de sanitarios. Pero, al no ser ya una industria protegida, el cierre de la planta era cosa de tiempo. La fecha se cumplió en septiembre de 2023. Luego de parar los molinos, apagar los hornos y despedir personal la empresa comenzó a importar sanitarios para venderlos en su tienda Bathcenter ubicada en la ex fábrica. No fabricar, sólo vender, la misma actividad que desarrollaba Juan Díaz Hernández antes de 1927 en su lamparería de Aníbal Pinto N° 662 en Concepción.