sábado, diciembre 10, 2011

LA HARINA TOSTADA, EL MANÁ DE PENCO

La harina tostada, resultado de la molienda de trigo maduro horneado, tuvo múltiples usos en la gastronomía de Penco. Reemplazaba a la leche, por ejemplo. A los lactantes las madres modestas les daban su mamadera de agua hervida a la que agregaban harina tostada espolvoreada y le añadían azúcar. La gente con menos adquisitivo preparaba unos budines: a la masa de esa harina le incorporaban cebollas fritas, la mezclaban y revolvían con manteca y sal. El resultado era un nutritivo almuerzo --de emergencia, eso sí--. Conocidos y recordados son los pavos de harina tostada. Los niños consumían con fruición estos manjares populares de media tarde cuando las energías escaseaban. Los pavos se preparaban y se servían en una taza: azúcar en el fondo, harina y agua hirviendo. El producto espeso se comía a cucharadas, los niños se iban directo a buscar lo dulce. A este preparado también se le llamaba chercán. En algunas casas la harina tostada se fabricaba. Horneaban el trigo en callanas o bateas de lata expuestas a fuego lento. Cuando el grano alcanzaba su punto dorado iba a un molinillo de fierro. El resultado era un producto tibio, aromático, irresistible para un estómago hambriento.
Tan saludable y fácil de obtener era este alimento que la gente llevaba sus paquetes de harina tostada adonde fuera, especialmente si había que internarse en los cerros o en los valles de la comuna. Porque junto con ser un alimento vigoroso, ayudaba a aplacar la sed bien revuelta en abundante agua. La gente de Penco acostumbraba a tomar agua con harina en esas tórridas tardes de verano. El que quería le añadía azúcar.
Lo anterior no era lo mismo que un harinado.
Un harinado era el nombre que los pencones de esos años le daban a un brebaje sabroso pero mareador: vino tinto pipeño, azúcar y harina tostada. Se servía entre el desayuno y el almuerzo. Esta chupilca curadora la tomaban algunos trabajadores cuando se desempeñaban al aire libre. La preparaban en latas de conservas vacías. La fórmula era: tres cucharadas soperas colmadas de harina tostada, tres cubos de azúcar (el endulzante entonces venía en cubos llamados terrones, equivalentes a una cucharada de té) y medio litro de vino tinto. Con la cuchara sopera se revolvía bien. El harinado se consumía hasta el final porque la última bocarada era la más dulce, por toda la azúcar depositada en el fondo. Traidora era esta chupilca, sus consumidores más asiduos terminaban a los pocos minutos durmiendo la mona en algún rincón.
Las bodegas de Penco que expendían pipeño a granel disponían de harina tostada fresca para ofrecer a clientes que buscaban vino, pero que necesitaban energía en qué sustentarse. Era el valor agregado, el maná o la especialidad de la botica.

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