lunes, julio 27, 2015

LOS «MEÑAQUES» QUE CAUTIVABAN A LAS PENCONAS



Imagen tomada de www.edym.tv
     La gente se las ingeniaba para ganarse unos pesos extras en Penco. Desarrollaba habilidades que les dieran resultados concretos. La abuela Evangelina, por ejemplo, junto con atender todos los menesteres domésticos aprendió y se hizo una experta en tejer a bolillos. Después de almuerzo ella se sentaba en un piso frente a su telar, un pequeño cajón con sostenía una almohadilla y comenzaba a jugar con sus manos y sus dedos entrecruzando artísticamente los hilos enrollados en los palos. Cada hebra del tejido procedía de un bolillo. Se sabía que estaba en esta actividad porque los palos sonaban cuando se golpeaban entre ellos siguiendo el ritmo que imponía la tejedora. Luego, ella iba fijando el avance de la orla con alfileres y un par de centímetros más atrás, se podía ver el fruto de su dedicación, un grueso rollo de encaje finamente tejido. Si hoy la pudiéramos mirar trabajando en su telar nos parecería una joven sentada en un piso digitando su notebook. Un niño que pudiera ver una foto de ella en esa actividad diría «qué computador más extraño». Para ese niño imaginario la pantalla sería la almohadilla y los bolillos el teclado.
          Los bolillos con forma de lápices de grafito colgaban de sus propios hilos enrollados a modo de carrete en sus extremos. Un telar era una poderosa atracción para los gatos y los niños menores. Por eso Evangelina guardaba bajo siete llaves tu equipo cuando ella no estaba a los mandos.

Foto tomada de www.edym.tv
Evangelina tejía estos encajes a pedido y los vendía por metros. Unos eran más anchos, otros más angostos, unos representaban pájaros, otros flores… dependía del cliente. Porque eran los tiempos en que las familias compraban las materias primas para fabricar las cosas de casa. Por ejemplo, un mantel. Se adquiría en la tienda el trozo de tela (por lo general en el almacén de Boeri) para ese propósito. La abuela Evangelina ponía el resto: la ornamentación para que el mantel luciera como Dios manda. Otra necesidad era engalanar las sábanas y las fundas de las cabeceras. Doña Evangelina proveía los encajes, que eran el valor agregado de belleza artística para esas prendas de cama, la fantasía. Sus clientas lucían orgullosas sus manteles con esos encajes primorosos que representaban aves, peces, ramas y flores tejidos por la abuela…

            Para mi curiosidad ella llamaba a su producto meñaque, tejía meñaques. Y con ese nombre los ofrecía y los vendía. La palabra no está en los diccionarios que he averiguado, sin embargo, descubrí después  que personas en Concepción también la usaban para referirse a un arreglo fino o para un trabajo que requería una dedicación especial, un artilugio, un virtuosismo, una cachaña.  Lidia, hermana de Evangelina, también tenía esta dote del tejido a telar y ambas eran tías de mi madre.

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