domingo, julio 05, 2015

EL MINERO DE LIRQUÉN QUE SABÍA COMENTAR PELÍCULAS

Película de Tarzán proyectada sin público en el teatro de la Refinería 
(montaje referencial con photoshop).
           Una cosa era ver una película; otra, saber contarla; y una más compleja: saber comprenderla. Era digna de admiración esa gente de Penco que tenía esa capacidad. Había personas que sabían interpretar las películas porque las habían comprendido bien. A ellos los vecinos les prestaban oídos a sus reposados comentarios, llenos de sentido.
           Ocurría que después de asistir a una función en el teatro de la Refinería, los espectadores se reunían para hablar sobre la película. Y allí surgían, distintas opiniones sobre las actuaciones, sobre pasajes específicos, sobre la trama general, etc. Unos creían haber visto una cosa, otros no se habían dado cuenta de tal o cual situación en la cinta, que sí, que no... Entonces era el turno de Juan Montoya, un minero de Lirquén quien tenía un desarrollado y notable talento para el análisis. Era un tipo con una sonrisa dibujada en su rostro y hablaba sin dejar de sonreír. Por tanto, de partida, era agradable prestarle atención.
          Se producía un silencio necesario... el minero sabía o parecía saber de esas cosas. Explicaba por qué en el argumento de la película había pasado eso y por qué aquello. Probablemente Montoya no tuvo una formación humanística, pero entendía con facilidad la lógica de las tramas. No creo que haya leído La Poética de Aristóteles para captar el fondo y la forma de una narrativa clásica. Tampoco imagino que haya sabido de lógica formal para desmenuzar las estructuras de los argumentos y explicarlos con tanto acierto. Él sabía que una historia no podía contener contradicciones y que se debía ajustar a las reglas de la coherencia aunque sólo se tratara de ficción. Sus reflexiones sobre cine fueron extraordinarios.
El teatro de la Refinería seis meses antes de su demolición a causa del terremoto de 2010.
           Juan Montoya tenía toda la razón, no haberlo deducido antes, se decía la gente mientras lo escuchaba. «Es que hay que saber comprender las películas», comentaba la señora Sabina mucho después que el minero se había retirado del grupo. «Eso no es fácil», añadía ella con indisimulada admiración.
          Cuando Montoya ya no estaba, todos volvían a la menudencia del filme, a la anécdota. Uno de los hermanos Sandoval habitué del cine subrayaba a su modo lo que más le había atraído de la película de Tarzán. «¿Se fijaron la mona Chita como aplaudaba?». Seguro que quería decir «aplaudía» y sin representarle su error, todos se morían de la risa. Pero, en seguida se ponían serios recordando la certera interpretación que momentos antes le habían oído a Juanito Montoya, el minero de Lirquén*.

* Juan Montoya vivía en la población de Muelles y Bosques entre la línea y la playa en Lirquén, donde hoy existen bodegas de acopio. Ello, porque trabajaba en la mina carbonífera. Su labor consistía en enganchar y desenganchar los carros que subían a la superficie desde las profundidades. Era un hombre delgado, muy educado, correcto y de conversación agradable. Cuando se cerró la mina Juan derivó como estibador del muelle, al alero de la misma empresa. Valga este texto como un modesto reconocimiento para su dignísima persona.

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