Pasajeros en la estación de San Rosendo alrededor de 1960. Imagen tomada de Memoria Chilena ilustrativa para este texto. |
Sobre las añoranzas, se
cita, a veces, el verso clásico de Jorge Manrique: «todo tiempo pasado fue
mejor», de las Coplas a la Muerte de su Padre. Los psicólogos explican esto diciendo que nos parece
así porque la memoria tiende a eliminar los recuerdos malos y se queda con los
buenos. Así, entonces, en el ámbito de nuestra historia, guardaríamos sólo
lindos recuerdos de aquellos viajes en tren.
Revisemos a lo menos una situación
opuesta al verso creado por Jorge Manrique (1440-1479) de aquellas que se producían a bordo del «chillanejo»*. En la oportunidad que cito, el tren de la mañana venía rumbo a Penco con su capacidad completa desde Ñipas, donde subió mucha gente, como el metro
en horario alto. No se podía avanzar por los pasillos y las repisas sobre las
ventanillas estaban colmadas. Había allí bultos de toda especie, tipo y
contenido: bolsas harineras con productos de la temporada, sacos, maletas de
cuero o tejidas en mimbre, bolsos de viaje de fabricación artesanal,
herramientas de labranza, aperos, botijas de vidrio protegidas con
revestimiento de mimbre y taponadas con corontas (las llamaban «damajuanas» o «chuicas»).
Es una visión general, había más cosas en aquellas parrillas que no es del caso
ir más al detalle.
COCHE DE TERCERA CLASE |
Era común que cuando el tren agarraba vuelo en
la bajada de Tomé, por ejemplo, algunos bultos se caían o se estropeaban porque
no eran herméticos. En otras, sus contenidos se desparramaban o salían
disparados. Si a lo anterior se agregaba la gran cantidad de pasajeros, se
generaban situaciones embarazosas. En la oportunidad que comento, debido a un
tirón muy brusco del tren en la pendiente tomecina, una de las garrafas se quebró vertiendo como si fuera
una ola su contenido: vinagre tinto, sobre los distraídos pasajeros sentados
inmediatamente debajo. En esos años, la gente viajaba con sus mejores ropas. Es
de imaginar por tanto el impacto del percance. Hubo mujeres que se pusieron a
llorar y caballeros que quedaron muy complicados por el indeseado efecto de la rociada. El
dueño de la botijuela en cuestión se llevó las manos a la boca entre risas y
preocupado. ¿Qué le iba a hacer? Se trataba de un accidente de los que de tarde
en tarde se producían en «el chillanejo».
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* A este tren en Chillán se lo conocía como «el ramal», sin embargo, ese nombre nunca se consolidó en Penco, donde la cultura local lo identificaba siempre como «el chillanejo».
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* A este tren en Chillán se lo conocía como «el ramal», sin embargo, ese nombre nunca se consolidó en Penco, donde la cultura local lo identificaba siempre como «el chillanejo».
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