domingo, diciembre 24, 2017

PERCANCES EN EL «CHILLANEJO»

Pasajeros en la estación de San Rosendo alrededor de 1960. Imagen tomada 
de Memoria Chilena ilustrativa para este texto.
                 La gente añora el tren. Por eso, se arman viajes turísticos con «el tren del recuerdo», viejas locomotoras adornan plazas y podría indicar más ejemplos. Pero, la realidad en esto del ferrocarril es al revés. Porque se levantan los rieles de sus tendidos originales, se retiran los durmientes o se pudren, los puentes metálicos se oxidan abandonados y los túneles se convierten en pasadizos para intrépidos. Sin embargo, en forma persistente la mente escarba y saca desde el fondo de la memoria a los trenes como juguetes en Navidad.
               Sobre las añoranzas, se cita, a veces, el verso clásico de Jorge Manrique: «todo tiempo pasado fue mejor», de las Coplas a la Muerte de su Padre. Los psicólogos explican esto diciendo que nos parece así porque la memoria tiende a eliminar los recuerdos malos y se queda con los buenos. Así, entonces, en el ámbito de nuestra historia, guardaríamos sólo lindos recuerdos de aquellos viajes en tren.
               Revisemos a lo menos una situación opuesta al verso creado por Jorge Manrique (1440-1479) de aquellas que se producían a bordo del «chillanejo»*. En la oportunidad que cito, el tren de la mañana venía rumbo a Penco con su capacidad completa desde Ñipas, donde subió mucha gente, como el metro en horario alto. No se podía avanzar por los pasillos y las repisas sobre las ventanillas estaban colmadas. Había allí bultos de toda especie, tipo y contenido: bolsas harineras con productos de la temporada, sacos, maletas de cuero o tejidas en mimbre, bolsos de viaje de fabricación artesanal, herramientas de labranza, aperos, botijas de vidrio protegidas con revestimiento de mimbre y taponadas con corontas (las llamaban «damajuanas» o «chuicas»). Es una visión general, había más cosas en aquellas parrillas que no es del caso ir más al detalle.
COCHE DE TERCERA CLASE
       Era común que cuando el tren agarraba vuelo en la bajada de Tomé, por ejemplo, algunos bultos se caían o se estropeaban porque no eran herméticos. En otras, sus contenidos se desparramaban o salían disparados. Si a lo anterior se agregaba la gran cantidad de pasajeros, se generaban situaciones embarazosas. En la oportunidad que comento, debido a un tirón muy brusco del tren en la pendiente tomecina, una de las garrafas se quebró vertiendo como si fuera una ola su contenido: vinagre tinto, sobre los distraídos pasajeros sentados inmediatamente debajo. En esos años, la gente viajaba con sus mejores ropas. Es de imaginar por tanto el impacto del percance. Hubo mujeres que se pusieron a llorar y caballeros que quedaron muy complicados por el indeseado efecto de la rociada. El dueño de la botijuela en cuestión se llevó las manos a la boca entre risas y preocupado. ¿Qué le iba a hacer? Se trataba de un accidente de los que de tarde en tarde se producían en «el chillanejo».
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A este tren en Chillán se lo conocía como «el ramal», sin embargo, ese nombre nunca se consolidó en Penco, donde la cultura local lo identificaba siempre como «el chillanejo».

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