viernes, septiembre 20, 2019

RECURSO FRÁGIL PARA CORTAR EL VIENTO EN LOS DUROS AÑOS DE PENCO


           Hubo gente humilde en Penco que enfrentó con ingenio los retos de la naturaleza, como el frío y el viento, elementos que inmisericordes entraban en sus casas en inviernos para olvidar. Muchas de esas casas de madera presentaban rendijas causadas por la sequedad del verano. Las tablas se separaban en las junturas y sin darse cuenta los moradores sentían crecientemente el viento helado, filtrándose por las rendijas, con el avance de las estaciones frías. Y he aquí, entonces, la ingeniería doméstica para dejar el viento afuera, aunque no tanto así el frío. La dueña de casa o alguien comedido empapelaba los muros más vulnerables y, santo remedio, las corrientes de aire se detenían. Y, si de economía se trataba, el papel más barato para cubrir era el del diario.
          Pero, si volvemos a las estaciones cálidas, las rendijas entre las maderas generaban frescor porque dejaban pasar el aire que provenía de debajo de los árboles. También, si uno de los moradores se aproximaba a ellas y acercaba sus ojos para mirar por las ranuras podía ver a través lo que ocurría afuera, gente caminando por ahí, alguien que venía, visitas o vecinos que seguramente querían pedir algo a los dueños de casa. No era necesario mirar por las ventanas. Aquellas aberturas con la apariencia de cuchillos permitían espiar.
     Pero, tal vez lo más curioso del canto discontinuado de las maderas: dejaban entrar los rayos de luz. En días despejados, el resplandor del sol ingresaba en torrentes oblicuos que rebotaban en los pisos de tierra. Si el visitante en esas casas era curioso podía tomarse varios minutos disfrutando de esos rayos perfectamente recortados y el baile de partículas brillantes y corpúsculos que flotaban en el aire del ambiente interior. Eran como ríos formados por miles de esos ínfimos pedacitos de cualquier cosa que reflejaban la luz en una danza casi infantil. Entonces la persona curiosa que observaba este baile se preguntaba para sus adentros por qué esos corpúsculos eran luminosos y brillantes, si el suelo, de donde se habían levantado por el paso de alguna escoba, era negro y melancólico.
      Los muros empapelados. La gente pegaba los papeles de diario con abundante engrudo sobre las tablas resecas. Así las hojas impresas en blanco y negro daban una imagen renovada al ambiente interior, transmitían la idea de limpieza de sus moradores. Los niños avispados se entusiasmaban en leer los textos que estaban pegoteados a los muros. Esos papeles tenían títulos, columnas, fotos borrosas, publicidad y dibujos, que eran los elementos gráficos que contenían los diarios de esos años. Si las visitas eran frecuentes a casas como ésas, las personas de paso podían memorizar dónde estaba la foto tal o el título tal, desplegado en los muros. Las ilustraciones y sus ubicaciones cambiaban cuando en esas casas se optaba por retirar las hojas amarillas de diarios viejos y reemplazarlas por papel renovado, con nuevas gráficas y contenidos más actuales… Así transcurría la vida.

1 comentario:

Unknown dijo...

Privilegio del humilde,la biblioteca en casa y no importando cuan importante o vanal era el artículo escrito,en el decodiariomural,siempre,las noticias,con el pasar del tiempo,se volvían,prensa amarillista.
Pero,creo que esas murallas,fueron un incentivo a la lectura cotidiana y al interés por el acontecer social