lunes, noviembre 13, 2023

LA HUELLA DE MERCEDES



                    Para que estas líneas tengan sentido debo dejar en claro lo que se entiende por indicio. Especialistas en signos y comunicación humana, como Umberto Eco por ejemplo, dicen que los indicios son objetos dejados por un agente externo en el lugar donde ocurrió algo o que se trata de alteraciones producidas en ese sitio por el agente. Y para que sean indicios propiamente tales tanto los objetos como las alteraciones se los reconoce físicamente vinculados al agente.

                Me referiré a los indicios, a los que en este texto llamaré huellas o rastros.

                Quienes vivían más allá de Agua Amarilla, en Cieneguillas, en Millahue, en Lomas Coloradas, en el fundo El Milagro, en todo ese vasto y hermoso campo de las afueras de Penco, esa gente se guiaba por los rastros. Había algunas personas muy conocedoras, buenas para identificar esas alteraciones. Ellas decían llenas de conviccción en los lugares específicos:

                ‒Por aquí pasan conejos.

                ‒Los caballos siguieron este rumbo porque ahí se ven fresquitas las herraduras, además hay restos de crines enredados en las ramas.

                ‒Estas patas son más grandes que las de un zorro, algún perro pasó por aquí, claro si más allá veo al cazador, fíjese usted esos tacos en el barro son de bototos...

                Así era la cosa. Con sobrada normalidad los conocedores hacían sus afirmaciones basados en la experiencia y en su capacidad observadora. Sin embargo, en una ocasión me sorprendió que me hablaran de uno de ellos que se la jugaba en identificar el rastro de personas. Hacia finales de los años 30 uno de esos especialistas habría dicho en presencia de un grupo de huellas observables en el terreno:

                ‒Esta es doña Mercedes ‒dijo el rastreador mientras apuntaba con su índice al suelo y continuó‒, es la planta de su pie por el arco alto. En el polvo se ve muy claro el rastro de los dedos del pie y del talón, unidos por el borde delgado de afuera. Ella se quitó los zapatos, como lo hace siempre, para poder vadear el estero. Venía de Ránquil derechito para El Milagro, con toda seguridad porque se ve que iba caminando para su casa. Y de esto hará menos de dos horas, la huella de Mercedes está demasiado fresca... 

                Aquellos narradores de huellas entregaban la imagen completa. Fundaban su cuento en la observación del indicio en el terreno. Un aspecto interesantísimo sobre esto se incluye en un relato de Voltaire.

                En las afueras de Penco, como he dicho, había gentes con esas habilidades aunque sus nombres –al igual que los rastros– se hayan borrado.

                Todo esto no es nuevo, es antiquísimo. Desde el fondo de la historia los humanos nos hemos orientado por las huellas para buscar algo o a alguien. A partir de esas pistas testimoniales se deducía la presencia pasada o posible del agente causante del indicio. No siempre se acertaba, como es de imaginar, pero la literatura es pródiga en contarnos finales felices y ésta no es la excepción.

-----

Mercedes, mi abuela a quien no conocí, pero cuya anécdota de sus huellas en el polvo de los caminos llegó a mí en el relato de mis mayores.

«Los Límites de la Interpretación», Umberto Eco.

«Zadig», Voltaire.


No hay comentarios.: