martes, enero 23, 2024

LOS AÑOS MÁS OSCUROS DE LA HISTORIA DE PENCO

ÉXODO de Concepción de Penco al valle de La Mocha. (Galería de la 
Historia de Concepción).

                    Los años que siguieron a la muerte del obispo de Penco José de Toro y Zambrano ocurrida en mayo de 1760 fueron años muy oscuros para la historia de la ciudad, condenada por la autoridad política colonial a su desalojo completo. Según la orden perentoria ya nadie podría vivir aquí por el peligro de las salidas de mar originadas por terremotos. Y el obispo era el último obstáculo que enfrentaba el poder civil para evacuar Concepción del valle de Penco y llevarla al valle de La Mocha. De Toro y Zambrano se había opuesto.¿Qué explicaría esta actitud suya de rechazo al cambio? Tendríamos que adentrarnos en el pensamiento de monseñor. Tal vez él sentía gran respeto hacia el fundador Pedro de Valdivia, quien eligió Penco para edificar la nueva ciudad real del sur. Irse sería como un desaire a su memoria. Otra razón pudo ser que cambiarse no solucionaba el peligro de los temblores. Pero, hubo más argumentos para oponerse que veremos más adelante. En consecuencia el obispo, investido de la autoridad del Papa, no estuvo dispuesto a moverse. A esta situación tan dramática se había llegado por causa del devastador terremoto y maremoto de la madrugada del 25 de mayo de 1751 que lo destruyó todo. Concepción ni siquiera se había recuperado del anterior sismo de 1730, ocurrido apenas 21 años antes cuando sobrevino este otro.

                    ¿Qué hacer frente a estos episodios de la naturaleza con una ciudad costera? La respuesta se fraguó dentro de la comunidad traumatizada: llevarse Concepción de su emplazamiento original a otra parte. Así quedó formalizado en el cabildo de septiembre citado con ese fin por el corregidor Juan Francisco de Nabarte, cuatro meses después del terremoto. En octubre siguiente, un segundo cabildo escogió entre cuatro opciones para el traslado y que fueron presentadas a debate. Ninguno de los sitios propuestos estaba expuesto a maremotos, que era la cuestión principal. Esta nueva reunión de vecinos la convocó el gobernador Domingo Ortiz de Rozas, un diestro en cambio de ciudades. Trasladó al nuevo Chillán a su actual lugar desde Chillán Viejo. El acuerdo que se alcanzó entre los 131 electores significó un nubarrón negro para el porvenir de Penco. Porque ya nadie se preocuparía de volver a levantar los edificios públicos, las iglesias o las casas que estaban en el suelo. Al valle de Penco, aprobado por la corona de España como solar de La Concepción, se le venía la noche. No era de extrañar el deseo de mucha gente de irse por el ambiente de desolación reinante. Trasladarse encerraba la promesa de una vida nueva.

                    Pues bien, las cuatro propuestas de lugares para la nueva fundación fueron las siguientes: La Rinconada (que bien podrían ser hoy Chiguayante o Hualqui), Landa (los terrenos altos situados al sur oriente de Penco), los cerros de Parra (la actual Punta de Parra, al sur oeste de Tomé) y el valle de La Mocha, que se abría entre los ríos Andalién y Biobío a unos 8 kms al sur de Penco. Por votación triunfó la opción de Parra, con 63 votos, La Mocha y Rinconada obtuvieron cada una 23 sufragios, y Landa fue la última con 22 votos. La historia dice que después de la votación el gobernador Ortiz de Rozas realizó un recorrido exploratorio por los lugares (seguramente los más votados) y que lo acompañó un séquito de vecinos. De regreso se realizaron los análisis y se barajaron ventajas y desventajas. Luego de oír las diversas opiniones el cabildo dejó sin efecto su votación previa. El gobernador cortó por lo sano e impuso su preferencia: La Mocha y al cabildo no le quedó más que acatar. En efecto, Ortiz de Rozas había tomado la decisión correcta con mucha visión política de futuro.

D. ORTIZ DE ROZAS
                    Como se supone que las réplicas del sismo continuaban, la autoridad apuró las cosas y citó a todos los vecinos (quizá sólo a los principales) para una reunión el 6 de enero de 1752 en La Mocha a fin de distribuirles tierras por sorteo. No tenemos registros de que a las personas menos importantes de la sociedad penquista se les hicieran ofertas atractivas como ocurrió con los aristócratas. Luego la autoridad civil comenzó a levantar nuevos edificios públicos sobre la base de un diseño urbanístico atribuido a Ambrosio O'Higgins y paulatinamente se iniciaron los traslados. En caravanas de cerretas se fueron los penquistas a La Mocha. Iban con todas sus pertenencias, unos llenos de ilusión, otros marchaban en silencio sin estar de acuerdo. La ruta más segura para viajar era bordeando el río Andalién para vadearlo aguas arriba como debió ocurrir en la temporada en que el caudal es más bajo. Esos penquistas que salían de Penco para ocupar sus nuevas propiedades nunca más volvieron la vista atrás.

                    Contrariamente a la tendencia de la mudanza como una solución, se levantó –como hemos dicho– la voz firme y valiente del obispo De Toro y Zambrano quien en su fuero interno y dentro de las probabilidades pudo haber pensado: «Yo no me muevo de Penco y ay del que quiera irse». Se dice que prometió excomulgar a quienes perseveraran. La historia atribuye también razones ambientales y económicas para su rechazo y que sobre lo primero habría dicho: «El Valle de La Mocha es un lugar enfermizo por la mucha humedad, por las continuas nieblas, por ser un lugar bajo, circundado por varias lagunas en las que se crían varias sabandijas, ratones y culebras». Con respecto al asunto económico, algunos estudiosos añaden que su diócesis era la acreedora de créditos hipotecarios en Penco los que se anularían con el traslado. Y no faltan quienes afirman que estaba algo celoso por el escaso espacio que se le había asignado al obispado en la nueva ciudad frente a lo que se le había cedido a la Compañía de Jesús. El gallito entre el representante de la autoridad eclesiástica y el gobernador ya estaba planteado y se prolongó hasta su muerte, 8 años después. Cuando ese obispo ya no estaba al gobierno colonial le quedó el campo abierto para disponer del traslado completo y echarle llave a Penco por fuera.

                    Pero, no todo fue tan categórico. La postura del fallecido obispo no terminó con su muerte. Porque su rechazo debía leerse como armarse de valor y reconstruir. Pero, los historiadores no consideran las subjetividades de los protagonistas y se limitan a los hechos objetivos. Hubo gente que no quiso el traslado ya fuera porque no hallaba atractivo el Valle de La Mocha, porque no quería abandonar lo suyo en Penco o simplemente por amor al terruño aun con los antiguos edificios destruidos que daban el aspecto de un pueblo fantasma o una ciudad bombardeada. La negativa, a su vez, constituía un problema para los penquistas reinstalados porque necesitaban gente ya fuera para los servicios o para aumentar el número de habitantes y hacer que la nueva ciudad se viera más poblada. Para enfrentar esta situación la autoridad colonial adoptó medidas de fuerza y así comenzaban los años más oscuros de la historia pencona.

                    Primero, los penquistas establecieron una suerte de superioridad social, por sus nuevos edificios públicos y su aristocracia frente a quienes quisieron permanecer en Penco. En segundo lugar, Concepción del Valle de La Mocha ordenó prohibiciones de construir sobre las ruinas y menos aún vivir allí. De ese modo por decreto Penco fue convertido en un sitio maldito. Cuesta entender hoy en día el porqué de esa agria actitud penquista hacia el solar original de Concepcion basada sólo en los daños causados por un terremoto.

                    Como las prohibiciones no fueron acatadas, la historia nos cuenta que hubo voces que amenazaron con ir a Penco a incendiar las casas, un especie de campaña del terror. Hasta que finalmente en 1765 el cabildo de Concepción impuso un cobro de arriendo por ocupación ilegal de terrenos consistente en un peso anual por familia. El impuesto recayó sobre los habitantes de unas 30 casas, como se ha dicho, de gente empobrecida. Si bien fue un castigo, con el paso de los años el gravamen injusto fue el mejor argumento para su derogación. Debió ocurrir un nuevo terremoto en 1835 para que la comunidad penquista levantara el impuesto, en un gesto solidario, beneficio que había sido solicitado a la autoridad 13 años antes por los vecinos de Penco. Fue un logro, sin duda. Pero, la mayor batalla no se daba aún: conseguir la independencia de Concepción. Ese propósito se logró el 29 de marzo de 1843, fecha en que el presidente «pencón» Manuel Bulnes declaró Villa de Penco al enclave. Antes, en 1840, el presidente José Joaquín Prieto lo había declarado puerto habilitado. Las intensas gestiones realizadas por 51 familias penconas para liberarse del impuesto, que realmente los sometían a una esclavitud, las dirigió el vecino Francisco Gajardo. Conseguidos ambos propósitos Penco se incorporaba de nuevo a la historia. La edad oscura había terminado, pero no por eso sus problemas.



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