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NICOLÁS CONSTANZO recibe su galardón por el primer lugar en concurso de canto, en los setenta. |
Ha fallecido hace unos días lejos de
su tierra natal el ex vecino pencón Nicolás Constanzo Jara, a quien
en el círculo cercano de amigos de entonces le decíamos
cariñosamente Kiko.(Usaré Kiko y
Nicolás para la misma persona). Tenía 85 años y residía en la
localidad de Curaco de Vélez, en la isla de Achao, Chiloé. En la
década del 70 llegó allí por razones de su emprendimiento
comercial y ahí permaneció hasta la hora de su partida. Casi 50
años antes en Penco había iniciado una carrera ascendente como
supervisor en Fanaloza, pero fue exhonerado junto a muchos otros
trabajadores después de septiembre de 1973. En su puesto los nuevos
ejecutivos ubicaron a alguien afín al nuevo orden pero sin la
experiencia ni el talento de Kiko. La marginación fue para él –y
para cualquiera– una situación muy incomfortable por dos razones:
no hubo una causal convincente para el despido y, al mismo tiempo,
por tener que sostener a su familia sin recibir ingresos. Pero,
Nicolás no era un hombre común y corriente que se rindiera ante el
destino sin dar batalla. Se sentía muy capaz y gozaba de una
extraordinaria auto confianza. En ese sentido la situación de
cesantía la comprendió como una oportunidad que había que
aprovechar. Así fue que concibió la idea de trabajar en forma
independiente y la solución se la brindó generosamente el mar de
aguas frías del sur proveedor de algas únicas, materia prima para
la industria farmacéutica de atractivo mercado internacional.
Rápidamente aprendió a comercializar ese producto y para ello se
instaló primero en Maullín. |
KIKO CONSTANZO, a la derecha con una pelota y su típico mechón rubio, junto a Héctor Gajardo, al centro y Milton Nourdin, a la izquierda, entonces vecinos de los pabellones de emergencia. La foto la tomó don José Riquelme sobre el antiguo y desaparecido muelle de la Refinería en 1951. (Imagen cedida por Andy Urrutia). |
El comercio de las algas –en su mejor
momento– fue algo como haber encontrado el vellocino de oro. Esa
opción impensada le permitió crecer económicamente gracias a su
disciplina y empeño. «Al final
de cuentas me hicieron un favor echándome de Fanaloza», me comentó
Kiko en una oportunidad insinuando la idea de una dulce venganza en
la expresión. Después de Maullín el pueblo que lo acogió
fue Curaco de Vélez.
Un día me contó otros aspectos de su
vida esforzada, que trataré de reproducir. Nació en Penco 1938,
hijo de Nicolás Constanzo Rodríguez y de María Ester Jara. La
madre murió poco tiempo después de su nacimiento a causa de una
silicosis, que había contraído en Fanaloza, porque era obrera de la
fábrica. Por ese mismo tiempo Nicolás padre se fue sin dejar pistas
nadie supo adónde. Por esas causas para el niño Kiko se avecinaban
tiempos muy difíciles. Quedó al cuidado de unos tíos lejanos en
Lirquén, quienes cuando estuvo algo crecido lo mandaban a vender pan
amasado en canasto con la exigencia bajo amenaza de no regresar con
parte del producto. Una obligación inimaginable de cumplir para un
niño. En esa circunstancia bastante injusta para Nicolás intervino
don Román Ortiz, su padrastro y padre Miguel, su medio hermano.
Miguel y Nicolás eran hijos de la misma madre, María Ester.
Conmovido por el mal trato que recibía el niño Nicolás en Lirquén,
don Román lo trajo a vivir con su numerosa familia en Penco en su
casa de entonces de la población de Freire y Alcázar, llamada
pabellones de emergencia. En el hogar de los Ortiz Montoya, la señora
María Ortiz, una mujer encomiable, se convirtió en la segunda madre
de Nicolás. Kiko iniciaba de ese modo por fin una vida digna,
retomaba sus estudios y comenzaba a recuperar el tiempo perdido.
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NICOLÁS tuvo siempre gran sentido del humor. Aquí, durante el carnaval veraniego del club Atlético de 1967, desempeñando el papel de rey de la murga. |
Los años seguían pasando, el joven se
distinguía por sus ojos zules, su pelo rubio, tez blanca y figura
delgada. Cuando entró en su adolescencia tuvo la necesidad de ganar
su propio dinero y para eso se consiguió un puesto en la barraca
Fami, ubicada en calle Freire donde ahora existe un templo mormón.
Por propia voluntad su sueldo lo entregaba a María Ortiz para que
ella lo administrara. Siempre sintió un enorme reconocimiento por
esa mujer debido a los cuidados que ella le prodigó en su niñez y
por los valores superiores que le inculcó bajo el alero de los Ortiz Montoya.
Nicolás me contó que cuando trabajaba
en la Fami le sucedió algo curioso. Estaba ordenando madera
procesada en castillos cuando su jefe lo llamó para decirle que se
presentara en la puerta de calle Freire (la barraca tenía otra
puerta en el lado opuesto que daba al ferrocarril) para atender a una
persona que decía ser pariente suyo y que necesitaba hablar con él.
Fue a la calle y se encontró con un hombre delgado, de unos 35 años,
vestido de una manera algo estrambótica para el común de Penco:
sobrero tipo tejano, chaqueta de gamuza con flecos en las mangas,
pantalones de cuero ajustados, botas de montar y un par de gruesos
anillos en sus dedos. Kiko me dijo que a él le pareció estar frente
a Bufalo Bill, un personaje de revistas de historietas. Lo miró a
los ojos sin decir palabra por unos segundos y se presentó: «Yo
soy Nicolás Constanzo, dígame quién es usted y qué necesita de
mí».
Luego de sonreír el desconocido le dijo: «Yo
soy hermano de tu padre. Soy tu tío. Estoy en Penco porque soy parte
del elenco de artistas del circo Las Aguilas Humanas que se está
presentando aquí. Quiero que te vengas a trabajar conmigo, ganarás
mucho dinero y viajaremos por todas partes».
Kiko le dio la mano para despedirse y sin movérsele un músculo de
la cara le respondió que agradecía su invitación, pero que él no
tenía pasta de artista de circo. Rechazó el ofrecimiento. Ahí
terminó el encuentro, el tío era un contorsionistas conocido en la
arena circense como «el
hombre de goma».
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EN UNA PLAYA DE Chiloé, Nicolás Constanzo aparece con su hija mayor Anita María en fecha reciente. |
Pero,
igualmente a Kiko le picaba el bichito artístico. Le gustaba cantar
en público y lo hacía bastante bien, demás calificaba para alguna
grabación. Cultivaba el género de los boleros. Su excelente versión
de “Quémame los Ojos”, del cubano Celio Morales lo llevó a
obtener el primer lugar entre varios cantantes populares, en un
concurso organizado por Fanaloza y que se desarrolló en el el
Gimnasio a tablero vuelto en los años 70. Gracias a este talento
realizó numerosas actuaciones durante su vida en Penco en distintos
lugares públicos donde se requería música en vivo. Sin embargo,
nunca abrazó el canto como una profesión.
Otra
curiosidad, la canción que lo catapultó lo persiguió en el tiempo
con mal presagio. Cuando se convirtió en adulto mayor lo afectó un
problema ocular bastante molesto que quiso enfrentar. Por ese motivo
viajó a Concepción para acudir a una cita con un oftalmólogo. El
diagnóstico indicó que se requería de una cirugía para resolver.
Con ese mismo médico se sometió a la operación, la que no terminó
bien. Perdió su ojo. «Lo
que es la vida, yo que tanto canté Quémame los Ojos, la canción
terminó pasándome la cuenta»,
me dijo para añadir que nunca intentó presentar una demanda contra
el oftalmólogo.
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LOS HERMANOS Nicolás y Miguel juntos en Penco. |
Cuando
conversé con Kiko y me contó todas estas cosas, él ya venía de
vuelta en la vida que se le presentó oscura al comienzo, pero que al
final le regaló un buen pasar. Me subrayó con orgullo que había
obtenido finalmente de adulto su licencia de la enseñanza media y
que durante sus estudios había desarrollado habilidades fuera de lo
común para el álgebra, las matemáticas y la geometría. «Les
ayudo a mis nietos a resolver algunos problemas con sus tareas»,
decía sin dudar. En el momento de la despedida, de él destaco su
decisión de salir adelante contra viento y marea, esa certeza de no
darse por vencido, de confiar lo que es un auténtico don de Dios.
Nicolás Constanzo Jara fue un luchador, sin complejos quien desde el
extremo abandono de su primera infancia pero con el posterior apoyo,
cariño y acogida de los Ortiz Montoya le torció la mano al destino,
Q.E.P.D. Mis condolencias a sus hijas Ana María y Sandra Constanzo
Contreras.