“¿Cuál es el gentilicio de los habitantes de Cerro Verde?”, preguntó en voz alta Luis Aliro Gallardo, mientras recorríamos las instalaciones de su empresa Comercial e Industrial Paicaví, en Concepción. Lo hizo con picardía porque en el taller se encontraba el operador experto en reparar radiadores industriales, Juan David Herrera, de Cerro Verde, quien oyó clarito y captó la intención.
“¡Comecaballos!”, respondió también con una sonrisa de picardía, antes que Gallardo volviera a hacer la pregunta.
La verdad es que este asunto nunca se ha planteado seriamente. Nadie de ahí dice, por ejemplo, “soy corroverdino” o “soy cerroverdense”. Simplemente dice “soy de Cerro Verde” y se evita el problema. Pero, cuando se trata de conversaciones informales, sale al ruedo el consabido comecaballos.
Herrera, quien ha trabajado por 27 años con Aliro Gallardo, nos dio antecedentes acerca del origen del supuesto gentilicio. Recordó que en los años en que circulaban los trenes de pasajeros por el tendido ferroviario a Chillán, nació esta leyenda con base real. Ocurrió que algunos pequeños propietarios de Cerro Verde aprovechaban el abundante pasto que crecía en primavera junto a la línea como talaje para sus caballos de tiro. Y --o porque estaban muy ocupados o porque querían tomarse un descanso-- en vez de cortar o arrancar el pasto jugoso, llevarlo en un saco y dárselos a sus caballos en casa, amarraban con un lazo de varios metros a los animales cerca del alimento en su estado natural.
La chépica, la correvuela y la maleza crecían con fuerza y cuerpo cerca de los rieles. Los caballos se acercaban para comer de prisa y recuperar energías, agotados, luego de jornadas de trabajo, arrastrando pesados carretones. Pero, también los animales se ponían somnolientos después de pacer.
Hasta que uno de esos hambrientos caballos ramoneando descuidado por entre los durmientes fue alcanzado por una locomotora. Acto seguido y con el cuerpo del animal tendido, se vino la poblada a despostar a la víctima del atropello. Con grandes cuchillos cada uno tomó su tajada y para la casa. “Cuando llegó el dueño, informado de su sucedido, difícilmente encontró la cabeza”, nos contó Herrera.
Y este episodio se habría repetido. Tal fue el origen del falso gentilicio, despectivo e injusto con el que algunos pencones ironizan a los habitantes de Cerro Verde.
Por eso, no se extrañe usted que de pronto alguien les diga comecaballos a todos los habitantes de Cerro Verde, aunque quienes participaron de aquellos asados equinos de antaño, pudieran contarse hoy con los dedos de una mano.
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