martes, junio 18, 2024

UNA TROMBA CAUSÓ MINUTOS DE HORROR EN PENCO

LA TROMBA MARINA, del 14 de junio de 2010, que se ve en esta foto de archivo tomada desde Lirquén surgió del sector del muelle de Cosaf. Probablemente en ese mismo punto nació el torbellino que este 18 de junio de 2024 golpeó fuertemente a una parte de Penco.
 

                    Un gran susto y daños en la propiedad pública y privada causó una tromba marina que golpeó el sector sur de Penco durante esta madrugada. El fenómeno, que se generó en la bahía por bajas presiones atmosféricas, ingresó al pueblo por el barrio Playa Negra con gran fuerza destructiva. Como secuela dejó voladuras de techos y cortes de energía. Testigos que viven en las calles Freire con San Vicente dijeron que un gran ruido se sintió minutos después de las 5:00 AM que fue interpretado como si se hubiera tratado de un avión. Pero el ruido aumentó rápidamente y sobrevino el golpe del ventarrón arremolinado. En los distintos lugares afectados estuvo rugiendo durante dos minutos de horror mientras proseguía su desplazamiento.

                    Al día siguiente se vio claramente la huella que dejó el paso destructor del torbellino. Como estaba oscuro a la hora del suceso, no hay fotografías del evento atmosférico, pero dio la impresión que se generó cerca del cabezal de muelle de Cosaf y que avanzó con furia hacia tierra firme impactando en primer lugar la línea de la costa en el sector Playa Negra, como hemos dicho. La fuerza del viento también derribó postes del tendido eléctrico los que además están sobrecargados de líneas de comunicaciones hecho que no es un misterio para nadie. Después avanzó entre el cerro y las calles San Vicente, Las Heras, O'Higgins, cruzó la zona baja y endilgó hacia el cerro Membrillar hasta llegar a la Hermita. Al frente, hacia el sur, en el sector que algunos llaman “Los Altos de Figueroa”, donde residen algunas autoridades locales, no hubo mayores daños.

UNA CASA DE Playa Negra, entre muchas otras, perdió su techumbre a causa
del impacto del viento.
                    
                    La historia pencona y penquista recuerda otros episodios similares. El anterior de estos fenómenos ocurrió en el 2010. Pero, mucho antes en 1936, hubo un tornado muy destructivo que golpeó el centro de Concepción, arrancó los tilos de la plaza y afectó a muchas personas. El relato que aún perdura refiere lo que le ocurrió a una familia que venía llegando de Europa el mismo día del evento. Ellos habían dejado sus valijas aún no abiertas en el tercer piso de su casa. El remolino arrancó el techo y se llevó las maletas, las que fueron hallada semanas después en el cerro Caracol. Otra narración habla de una mujer que trabajaba en una casa y que, mientras domía, fue sacada con cama y todo de su dormitorio por la fuerza del viento. De estas historias hay relatos, que entran en el ámbito de la leyenda, esto es que los hecho ocurrieron pero que la tradición popular agranda las cosas con el paso del tiempo resultando imposible su verificación para los contemporáneos.

                    Al igual que los temblores, las trombas marinas gestadas en la bahía de Concepción seguirán ocurriendo, porque son parte de la Naturaleza. La lección sería simple aunque no por ello sencilla: que la población contara con casas sólidas firmemente construidas a prueba de ventarrones.

jueves, mayo 30, 2024

MI COCODRILO LLAMADO DOMBIO

HARRY POTTER, interpretado por Daniel Radcliffe.
 

                    Así era mi pieza cuando yo tenía 12. Mi habitación, toda de madera, medía de alto unos 3 metros y la superficie, quizá unos 16 m2. Sí, era grande, pero había otras cosas de la casa ahí aunque yo fuera su único huésped nocturno. Las tablas nativas de que estaba contruida presentaban una tonalidad rojiza oscura. Originalmente debieron tener un tinte natural más claro y más vivo. Nunca recibieron una manito de pintura, pero lucían muy bien incluso con el paso del tiempo. Mi cama estaba en una esquina de mi pieza. El muro de mi derecha yo lo conocía de memoria: sus clavos, las nudosidades de la madera. Yo miraba esas tablas machihembradas en horizontal noche tras noche esperando que me invadiera el sueño, día tras día cada vez al despertar. Una de aquellas tablas que quedaba a la altura de mi cabecera tenía una significación sólo para mí. Una trizadura, un defecto de elaboración, que yo me figuraba el perfil de un cocodrilo somnoliento: la cabeza apoyada en el suelo, los ojos achinados entre cerrados y las fauces herméticas. Nada para sobresaltarse porque era sólo mi interpretación del aserrado defectuoso de esa tabla particular. Centenares de veces, mi cocodrilo, al que llamé dombio (con minúscula), fue la última imagen que se me desvanecía al dormirme cuando no apagaba la luz y la primera con la que tropezaba al abrir los ojos al día siguiente. Ese ejercicio mío de pareidolia creó a dombio con su ociosidad infinita.

                    Sigamos mirando mi pieza que nada tenía que ver con las habitaciones descritas tan delicadamente por Proust (En Busca del Tiempo Perdido) ni con el espacio confinado de la pieza llena de telarañas de Harry Potter. Desde el centro del cielo raso pendía un cordón negro de unos 40 centímetros recubierto de un tejido de algodón aislante que remataba en una ampolleta. El interruptor estaba junto a la puerta que daba al patio de la casa, o sea, retirado de mi ubicación. Sin embargo, que quedara lejos de mi cama no era problema porque yo tenía una lamparita de velador con una pantalla de papel encerado, regalo de mi mamá. Mi lámpara ocupaba el centro del velador hecho en madera terciada fabricado ‒según me dijeron‒ unos 30 años antes por un carpintero de Cerro Verde, a quien no conocí ni tampoco supe su nombre. De buenas terminaciones, bien barnizado, el velador tenía un pálido estilo decó. En Nochebuena había que despejar el velador para poner sobre él mis zapatos, señal inequívoca para que el viejo Noel hiciera su trabajo: dejar los regalos de Navidad, que los niños de entonces abríamos el 25 de diciembre en la mañana. Así, con la luz a la mano, podía leer hasta tarde si todavía me quedaban energías después de días intensos de corretear de aquí para allá... noches de días agitados. Como se ve, de Proust nada pero de Harry Potter sí, ya que había una pequeña telaraña allá arriba que yo no quería barrer para no molestar a su oculta moradora.

PORTADA del libro "En Busca del Tiempo Perdido", Proust.

                    En una oportunidad llegó a mis manos un sobre, un regalo, que contenía estampitas coloreadas de aviones de guerra de unos 10 x 8 cm cada una. Me gustaron tanto esas fotos de aviones –unos estaban en vuelo y otros en las pistas–, que las pegué en el muro junto a mi cama. Cubrí casi un metro cuadrado como un mosaico. Dombio fue al sacrificio, quedó oculto. Las estampitas iluminaron con su vivo colorido el ahumado tono de las maderas. Antes de dormirme o cuando en las mañanas me quedaba en cama más de la cuenta, me embobaba mirando esas pequeñas imágenes de cielos lejanos y aeropuertos ignotos. Un metro más arriba de ese pegoteo, colgaba mi crucifijo color verde manzana, cuyos maderos de baquelita terminaban en trébol. Por las noche, mi Cristo permanecía iluminado varios minutos después de apagar la luz de la lámpara por el efecto fosforescente ad hoc. Fue también que sentado al borde de esa cama mi madre me enseñó a rezar el Padrenuestro y a memorizarlo. Muchos años después cada vez ese recuerdo de ella pidiéndome que la siguiera en la oración del Padrenuestro viene a mi memoria dulcemente. Otras noches ella me leía los cuentos del libro Las Mil y Una Noches. Elegía las narraciones que más me gustaban, en especial las ingeniosas aventuras de Simbad el marino, sus preparativos para zarpar desde el puerto de Bassora y todas las peripecias que mi héroe enfrentaba después por las islas y costas del Golfo Pérsico.

               A mis espaldas, por el lado izquierdo el muro de mi cabecera se prolongaba más allá del velador y se encontraba con el marco de la puerta del pasadizo central de la casa. Al otro lado de ese acceso cubierto por una cortina, por el mismo costado, un ropero ocupaba esa esquina opuesta a la de mi cama.

                    Las ventanas y la puerta del patio miraban al oriente, hacia los cerros. En las noches oscuras y sin luna podía ver a través de los vidrios por encima de las cortinas las estrellas titilando en el cielo sobre las siluetas negras de las copas de pinos allá lejos en el horizonte de Penco. Y durante furiosos temporales, los aguaceros rugían chapoteando sobre las planchas del techo hechas de un compuesto de cemento y amianto. Jamás una gotera y nunca sentí frío. Y para los temblores, dependiendo de su intensidad, mi pieza se quejaba exhalando gemidos por todos sus clavos oxidados, como un barco en un mar picado. El terremoto madrugador del 21 de mayo de 1960, puso a prueba la resistencia de esos clavos en medio de una quejumbre interminable.

                    Los sonidos originados en el exterior se filtraban por las maderas y llegaban ruidosos a mis oídos mientras permanecía adormilado en mi cama. Se escuchaban como un rumor los golpes de los ejes de carretas de carbón en la calzada sin pavimentar de la calle cercana y el voceo de sus vendedores quienes bajaban de los cerros con la esperanza de ganar algún dinero. La misma esperanza tenía esa mujer desgreñada que todos conocíamos quien con un canasto bajo el brazo pasaba vendiendo pescado. Y casi al mismo tiempo oía el silbato del vendedor de leche cuya carretela tirada por un caballo me era tan familiar o la campanilla con que los trabajadores municipales se hacían anunciar para retirar la basura.

                    En una ocasión salí de casa preocupado porque los vecinos decían en voz alta que los carabineros andaban buscando al Lalo. El Lalo era mi amigo, un par de años mayor, ¿por qué?, ¿qué habrá hecho de malo?, ¿por qué habrían de llevárselo preso? Esto no me lo han contado, ví a dos carabineros golpear la puerta de su casa, lo buscaban por encargo de la Escuela donde estudiábamos. La acusación: hacer la cimarra. No supe si lo detuvieron, lo que sí se dijo fue que no fue habido porque el Lalo arrancó a tiempo para enconderse debajo de uno de los catres de su casa. Pero, lo cierto era que en esos años los cimarreros tenían que pensarlo dos veces.

                    Otro aspecto, eran los olores. Los de mi pieza se entrecruzaban. En invierno predominaban los acentos de humedad contrastadas con las notas de resina de la leña del fuego que permanecía encendida y se quemaba allá afuera. Había días en que el viento norte inundaba la casa de olor a mar vaticinando lluvias. La mezcla de olores y aromas de la primavera parecía inundar todos los ambientes. Pero en verano durante todo enero, el acento de pino, del árbol de Navidad, predominaba hasta bien avanzado febrero. Evidentemente éste era el resultado del combate inmisericorde contra la cochambre.

                    Hacia la calle teníamos un corredor independiente. Algunos vecinos transformaban los suyos en otra habitación mientras los demás los dejaban abiertos. El espacio era ideal para jugar protegidos. El piso pavimentado servía para marcar con tiza una de mesa de pimpón o diseñar los casilleros del juego del luche. En los muros laterales opuestos a cierta altura dibujábamos cestos que servían para jugar básquetbol. Nada más entretenido antes de concentrarse en hacer las tareas.

                    Vuelvo a la descripción de mi pieza. Más allá de la puerta de mi habitación había otro espacio techado donde estaba el baño y por el lado opuesto, la cocina con un poyo para encender fuego y arriba una gran campana metálica para extraer el humo y los olores. Trasponiendo esta estructura interior de la casa, estaba «el fondo», así llamábamos al sitio que tendría unos 40 metros cuadrados. La superficie era suficiente para agregar más habitaciones o simplemente para cualquier destino. En nuestro caso, el espacio lo aprovechábamos para plantar hortalizas y tener un pequeño gallinero para disponer de huevos frescos. ¡Incontables veces nos bastó esa producción casera para eludir las verdulerías!

                    ¿Cuánto tiempo ha pasado de todo eso? Mucho.¿Retrospectiva nostálgica? No. Sólo un pedazo de historia que de tarde en tarde se asoma a la memoria. Porque así discurrió mi tiempo con un innegable sello de felicidad y de gratitud.


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«En Busca del Tiempo Perdido», Marcel Proust.

«Harry Potter y la piedra filosofal», J.K. Rowling.

miércoles, mayo 29, 2024

SÓLO NOS QUEDA MIRAR EL PASADO DE FANALOZA

LOS ANTIGUOS MOLINOS DE FANALOZA.
 
                    A inicios de 1927 a don Juan Díaz Hernández, dueño de la lamparería de calle Aníbal Pinto en Concepción, literalmente se le encendió la ampolleta, de repente lo iluminó la idea inspiradora para comprar la industria locera de Penco (que estaba a la venta), meterle recursos y de ese modo convertirla en una fábrica con todas las de la ley. Para tomar la decisión ese comerciante de origen español no lo pensó mucho, cerró los ojos y se la jugó a concho, porque para abordar un proyecto de esa envergadura se necesitaba mucho coraje.

                    La fábrica de loza pencona había comenzado a fines del siglo XIX. Su historia hasta ese momento estuvo llena de altibajos, interrupciones, larga inactividad, propiedad sin recursos, carencia de orientación profesional (salvo la incursión de un señor Tornero, especialista en cerámica, en 1906) y, más aún, sus sucesivos dueños desconocían el negocio. En cambio Díaz Hernández estaba dispuesto a apostar por el futuro de la fábrica, disponía de algunos recursos económicos y junto con eso sus nueve hijos varones heredaban de él su temple, ese instinto empresario. Nada podría salir mal si entregaba todo el corazón en el proyecto. Transcurría 1927, quizá el año más importante en la historia moderna de Penco por la compra-venta de la entonces alicaída fábrica.

                    Con la llegada de Díaz Hernández y sus hijos los Díaz Boneu nació la nueva Fanaloza en la forma que la conocimos. Con ellos la industria adquirió el perfil de una fábrica con proyección nacional e internacional. Porque sus nuevos dueños poseían una sólida expericiencia en la venta de artículos sanitarios importados en su lamparería penquista. Por otro lado, hijos de la familia viajaron a Europa a perfeccionarse en la fabricación de loza. La industria puso el acento en piezas para baños: lavatorios, wc, urinarios y, paralelamente, aisladores eléctricos. No era difícil que los nuevos dueños apuntaran medio a medio a las necesidades más urgentes del mercado chileno, porque todas esas cosas tan necesarias para una sociedad que se asomaba a la modernidad no se hacían aquí. Al mismo tiempo el apoyo del estado para alentar la actividad se manifestó con impuestos a las importaciones del rubro, los que se encarecieron mucho más. De ese modo Fanaloza agarró vuelo y se desarrolló como una industria protegida, no hubiera sido tan exitosa de otra manera.

                    Mientras la actividad fabril crecía ocurría lo mismo con sus trabajadores. La mano de obra no especializada se incorporaba a los procesos aprendiendo el oficio sobre la marcha. Los obreros no ingresaron a la fábrica de loza porque tuvieran una vocación alfarera, como suele decirse. Ellos buscaban trabajo y tuvieron que adaptarse. Junto con los obreros aumentó también el número de empleados, que era la denominación de entonces para designar a personas con alguna profesión ad-hoc. Ambos estamentos, obreros y empleados cada uno por su lado, se organizaron en sindicatos. Los obreros, para apoyar peticiones conducentes a resolver problemas básicos (especialmente vivienda) y salarios; mientras que los segundos se organizaron para propósitos de actividades sociales relevantes.

                    Retomemos la industria. Los Díaz Boneu pensaron que se necesitaba más tecnología y materias primas de calidad superior para subir el nivel de sus sanitarios. Trabajaron duro en la sección moldes, donde se diseñaban las matrices en tres dimensiones de los objetos que se iban a producir, concentraba toda la atención creativa de ingenieros y diseñadores. Es un hecho que estudiaban piezas fabricadas fuera de Chile para copiar y agregar algún toque local, porque al fin y al cabo no iban a gastar tiempo en «inventar la rueda». Con el polvo de arcilla, caolín y cuarzo que se generaba en los molinos se hacía un barro apropiado ni muy líquido ni muy denso, una pasta dúctil. Con esa pasta se llenaban los moldes, luego del secado al medio ambiente, a las piezas de loza cruda se le quitaban las asperazas e iban a los hornos. En los primeros intentos se verificaba si el lavatorio o el wc funcionaban correctamente o había que introducir modificaciones. La sección moldes usaba originalmente yeso para crear «el negativo» de las piezas que se iban a producir. Después se introdujo un material de celulosa y plástico que reemplazó al yeso.

                    En los inicios de la era Díaz Boneu los sanitarios, como hemos dicho, fueron la razón de ser del dearrollo de la industria porque era lo que sus dueños conocían muy bien, habían aprendido a vender esos artículos importados. Sabían la dinámica del mercado y las necesidades urgentes que planteaba el avance urbano. Las letrinas y los pozos negros que los había por todas partes requerían tanta cal para su mantenimiento que se hacía impostergable reemplazarlos por tendidos de alcantarillado y piezas de baño. Ese cambio no sólo lo imponía Fanaloza, sino que era una política de estado.

                    La empresa diversificó rápidamente el negocio a la fabricación de vajillería, azulejos, piezas ornamentales. Porque había mano de obra no usaremos la expresión «recursos humanos», porque ese lenguaje vino después–, materia prima y capacidad instalada para más productos de loza y cerámica. También había mercado para una vajilla refinada local más barata y parecida a la europea. Por sobre todo superior a la alfarería rústica de barro cocido, que los historiadores llaman injustamente cacharros, a pesar de toda la técnica ancestral usada en su fabricación. Para Penco y para el país Fanaloza fue un salto adelante, una revolución.

                    Entre los hermanos Díaz Boneu, Reginald era el más inquieto, quería hacer cosas nuevas. Gracias a su perseverancia y luego de estudiar en Europa, propuso fabricar en Penco piezas sofisticadas bone china (se pronuncia boun-chaina), que los trabajadores loceros llamaron porfina. Luego de conversar ese asunto con el químico Juan Arroyo, Reginald le pidió que intentara fabricar una taza con nuevos insumos que incluían polvo de huesos siguiendo su receta aprendida. La primera taza resultó estupenda, traslúcida, una maravilla. La exitosa experiencia indujo a la empresa a crear una planta bone china. A la larga lista de productos made in Fanaloza, se sumó la porfina: piezas ornamentales, floreros, bases para lámparas bone china.

                    Nadie se dio cuenta, sin embargo, que esas las lámparas comenzaban a dar luces acerca de cómo venía el futuro, un regreso a la lamparería de los orígenes. Se iniciaban los años sesenta y se avecinaban grandes cambios en Fanaloza, unos muy difíciles, otros esperanzadores y al final, desilusionantes, a los que en esta oportunidad no me referiré. En la recta final de su existencia, Fanaloza se centró como al principio en la fabricación de sanitarios. Pero, al no ser ya una industria protegida, el cierre de la planta era cosa de tiempo. La fecha se cumplió en septiembre de 2023. Luego de parar los molinos, apagar los hornos y despedir personal la empresa comenzó a importar sanitarios para venderlos en su tienda Bathcenter ubicada en la ex fábrica. No fabricar, sólo vender, la misma actividad que desarrollaba Juan Díaz Hernández antes de 1927 en su lamparería de Aníbal Pinto N° 662 en Concepción.

lunes, mayo 06, 2024

FANALOZA TUVO UNA POBLACIÓN PARA OBREROS EN CALLE LAS HERAS

PABELLONES DE EMERGENCIA de Chillán, similares a los que hubo en Penco.
                     

                    En Penco hubo una pequeña población para obreros que pocos recuerdan. Estaba ubicada en la esquina de Yerbas Buenas con Las Heras, donde hoy existe una bencinera. Era modestísima, pero bien organizada a modo de colectivo. Se trataba de una hilera de casas de madera que formaban un pabellón, con más presencia por calle Las Heras. El ángulo de quiebre se producía en la esquina y las casas continuaban en menor número por Yerbas Buenas, tal vez cuatro o cinco. Se trataba de una población de emergencia que tenía baños y lavaderos compartidos. Individualmente las viviendas tenían tres piezas: un comedor situado hacia la calle; dos dormitorios y una cocina que comunicaba hacia una vereda interior. Por ese pasillo los moradores circulaban para usar los baños o para llevar sus canastos con ropas a los lavaderos.

                    Estos pabellones, construidos por Fanaloza con toda seguridad en los años 40, después del terremoto de 1939, favorecían a obreros con urgencia de casa. Esas viviendas tenían un propósito de permanencia temporal, mientras las familias hallaban un lugar mejor donde mudarse o a la espera de la construcción de nuevos proyectos habitacionales. Por tal motivo los ocupantes no tenían propiedad sobre sus casas y la rotación era rápida.

                    Esta población era básica, por donde se la mirara. Si bien de emergencia, distaba mucho de alcanzar el estándar de la otra población que llevaba ese mismo apellido (cuyo modelo está en la foto de arriba) y que se levantaba en las antípodas de la manzana que compartían, esto era en Alcázar con Freire. Mientras la población locera fue hecha con madera de pino y sin forro interior, la otra de propiedad municipal, era de madera elaborada nativa, las casas disponían de mucho más espacio, estaban completamente forradas, techo de asbesto cemento, cielo raso, cocina y baños independientes y patio interior con una superficie capaz de servir de espacio para levantar otra vivienda.

                    Ambas poblaciones fueron desmanteladas a fines de los años sesenta. Sus moradores pasaron a ocupar los departamentos de los edificios de la nueva remodelación Ñancahuazu, que después adoptó el nombre actual Cochrane.

viernes, abril 19, 2024

LA LOCURA DEL ABANDONO MATÓ A «LOS AÑOS LOCOS»

EL CASINO DE TURISMO DE PENCO en 1975. Crédito: fotografía perteneciente a Anny Maldonado, obtenida de internet.
 
EL MISMO ángulo interior del lugar (2024) donde estaban las jóvenes en alegre conversación de la foto de arriba. (Foto Andy Urrutia).

LA COCINA del casino en el tercer nivel (2024). Foto Andy Urrutia.
   

                     ¡Esto fue un bombardeo!

                    No, tal vez un terremoto.

                    No, tiene cara de saqueo.

                    ¡Es una locura!

                    Son los primeros pensamientos acompañados de un moviento negativo de cabeza cuando hoy uno se acerca al ex casino de turismo de Penco y después, subiendo su herrumbrosa escalera, logra entrar en el antiguo recinto que alguna vez fue un lugar elegante. Ahí se completa el golpe de vista deprimente, espectáculo de una barbarie por un lado y de otro, de una culposa lenidad. El deplorable aspecto que presenta tanto por fuera como por dentro –hecho que decretó su demolición– tiene dos causas: el abandono de quienes tuvieron que hacerse cargo y no asumieron y la vileza de gente sin compostura ni moderación que creyó que entre esas cuatro paredes toda bajeza estaba permitida. No es que el inmueble no tuviera un dueño, es de la comunidad.                    

VISTA NORTE del casino con una fachada frente al mar suavemente inclinada.
                    Por estas razones se convirtió en un lunar urbano conocido por uno de los nombres de fantasía que un concesionario le dio una vez «Los Años Locos». Aunque en realidad tuvo varios otros, «Zíngaro», por ejemplo. Pero los años locos ha perdurado en la memoria colectiva porque la sola expresión contiene ironía, irresponsabilidad y un sabor amargo. ¿En qué termina una locura? en una decepción. Haberlo descuidado y entregado a su suerte para que por sí sólo se convirtiera en un estorbo ante la opinión de los pencones hizo más fácil la decisión de echarlo abajo. La picota y el chuzo harán su trabajo, terminar con esta presencia estrafalaria e indigna que el casino expone hoy. Pero, no se consideró salvar la esencia de una construcción cargada de historia del siglo XX. En los tiempos que corren el aspecto es el que cuenta no aquello rico, patrimonial e intangible que está más allá del hormigón armado.

EL ALCALDE DE PENCO BERNARDINO DÍAZ  junto a Sabino Awad, director de Deportes y Recreación, el entrenador de Coquimbo CRAV, Juan Muñiz, y otros personeros recorren la cancha de la Refinería de Azúcar. Domingo 7 de febrero de 1971. En esa misma época se construía el ex casino. La foto fue captada por don José Riquelme y pertenece a la colección de Andy Urrutia.
                    
                    El ex casino de turismo es un edificio coetáneo –inicio de los años 70– con el conjunto habitacional Lord Cochrane, situado en esa misma área. Tanto el gobierno central de la época y el municipio pencón de entonces, encabezado por el alcalde Bernardio Díaz, tuvieron en cuenta destinarlo a recreación popular, ya fuera de colegios, sindicatos, organizaciones de vecinos, etc. Pero, ese noble propósito comunitario cayó en el vacío después de los acontecimientos de 1973.

                    Con respecto a la playa, estructuralmente el edificio presenta una plataforma elevada para los comedores y una gran pista de baile. Se orienta hacia la bahía ofreciendo una amplia panorámica que lo abarca todo. En el centro de esa galería principal un segmento de la losa del piso se proyecta al exterior generando un espacio para un escenario. Los arquitectos no descuidaron la escenografía natural de la bahía como fondo para la orquesta. Los pilares descansan en la arena dejando un espacio expuesto al ambiente, idea que pretendió no restar superficie de playa a los bañistas. El casino de tres plantas da las espaldas a la línea ferroviaria.

                    

ÁNGULO sur poniente, el más familiar para los turistas.

                    Si observamos el edificio con detención e imaginación, uno puede extrapolar varios aspectos, desde la idea inicial, su construcción y destino. A partir de septiembre del año 73 el plan de uso comunitario original se modificó radicalmente y fue impuesta la idea de usarlo como un espacio comercial. Si seguimos una lógica, el propósito fue apoyar el turismo pencón, actividad alternativa a una economía sostenida en las fábricas locales de entonces. Se pensó que un edificio modelo podría generar más iniciativas para empujar el carro hacia el turismo e inducir el cambio de giro. Los casinos de madera que lo precedieron fueron exitosos, señal de la vocación turística de Penco. La idea de un casino de turismo en forma canalizaría la tendencia. Sin embargo, la expectativa debía ir asociada a la calidad del servicio, acorde con el inmueble. Y ésta sería responsabilidad de concesionarios privados. En los inicios todo anduvo bien y la reputación de la cocina estilo gourmet acompañada de música en vivo de calidad trascendió a Penco. El cóctel de erizos, por ejemplo, fue uno de los aperitivos más solicitados para una cena frente a la playa y el mar.


   
                 Las concesiones fueron rotando y paulatinamente se descuidó el nivel del servicio por cuestiones de costos y el típico afán de lucro. Estas mismas razones o sinrazones implicaron la falta de mantenimiento del edificio, hasta que se instaló el abandono que se prolongó por años. Su encanto inicial y su glamour decayeron a tal punto que pasó al polo opuesto, el casino de turismo se convirtió en una sombra. De ese modo se apagó y siguió el derrotero de otras construcciones abandonadas convertidas en antros. Por ejemplo, la bodega de carga del ferrocarril, llamada el «bodegón», que fue demolida o la estación de trenes, que estuvo a punto de desaparecer como ocurrió con la estupenda ex estación ferroviaria de Tomé, pero que, en nuestro caso, afortunadamente hubo voluntad para rescatarla. Como consecuencia el antro se instaló en el casino. El Ministerio de la Vivienda se olvidó de esa propiedad, le perdió la fe y la dio por perdida tempranamente. No invirtió en su mantenimiento.

                    En un esfuerzo por recuperarlo la autoridad comunal en un comienzo exploró qué destino podría darle. Con una buena mano de gato el edificio recuperaría su estampa de arquitectura rupturista de los años 70. Surgieron algunas propuestas, una de ellas, un centro comunitario municipal. Pero, sucedió, como es lógico, que estas ideas no fueron prioritarias y el tiempo siguió pasando. Conclusión: La recuperación de la estación fue exitosa, así Penco no perdió ese magnífico edificio. No queda más que aplaudir porque mejoró todo el entorno. Con la demolición del «bodegón» sin valor arquitectónico se recuperó un espacio para la práctica del deporte y la recreación. Con respecto al casino de turismo, al considerarse demasiado altos los recursos necesarios, se optó por sacarlo.


                    Mi punto de vista: creo que lamentaremos en el futuro no haber hecho un poquito más por salvarlo. Se perderán los sueños e ideas propias de una época histórica y política que vivió Chile a inicios de los setenta que estaban plasmados ahí. Si nuestra ciudad ama su historia admitirá que el ex casino de turismo nos habla de un pasado específico. Ese edificio, de clara tendencia moderna, bien mantenido fascinaría a la gente del futuro. Un ejemplo: hoy escarbamos el suelo para hallar indicios de iglesias, catedrales y palacios del tiempo colonial porque queremos saber el pasado de Penco. Con respecto al turismo del pasado sólo nos quedan fotos en sepia del famoso hotel Coddou y de su muelle turístico, donde bandas militares daban recitales los domingo. En cambio fotos con fachadas rayadas –que es lo que al fin quedará– nos acusarán algún día de no haberle brindado cariño (palabra desconocida en política) a una reliquia setentera única de Penco.

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Post scriptum: No tenemos la identidad del arquitecto o del equipo de arquitectos que participaron en este proyecto. Sin duda debieron ser los profesionales del departamento respectivo del Ministerio de la Vivienda de 1971. Cualquiera información a este respecto será bienvenida.

Agradezco la colaboración con las fotografías actuales del vecino pencón Andrés Urrutia Riquelme.



domingo, abril 14, 2024

NICOLÁS CONSTANZO HA PARTIDO, PERO LE GANÓ AL DESTINO

NICOLÁS CONSTANZO
recibe su galardón por el 
primer lugar en concurso
de canto, en los setenta.

            Ha fallecido hace unos días lejos de su tierra natal el ex vecino pencón Nicolás Constanzo Jara, a quien en el círculo cercano de amigos de entonces le decíamos cariñosamente Kiko.(Usaré Kiko y Nicolás para la misma persona). Tenía 85 años y residía en la localidad de Curaco de Vélez, en la isla de Achao, Chiloé. En la década del 70 llegó allí por razones de su emprendimiento comercial y ahí permaneció hasta la hora de su partida. Casi 50 años antes en Penco había iniciado una carrera ascendente como supervisor en Fanaloza, pero fue exhonerado junto a muchos otros trabajadores después de septiembre de 1973. En su puesto los nuevos ejecutivos ubicaron a alguien afín al nuevo orden pero sin la experiencia ni el talento de Kiko. La marginación fue para él –y para cualquiera– una situación muy incomfortable por dos razones: no hubo una causal convincente para el despido y, al mismo tiempo, por tener que sostener a su familia sin recibir ingresos. Pero, Nicolás no era un hombre común y corriente que se rindiera ante el destino sin dar batalla. Se sentía muy capaz y gozaba de una extraordinaria auto confianza. En ese sentido la situación de cesantía la comprendió como una oportunidad que había que aprovechar. Así fue que concibió la idea de trabajar en forma independiente y la solución se la brindó generosamente el mar de aguas frías del sur proveedor de algas únicas, materia prima para la industria farmacéutica de atractivo mercado internacional. Rápidamente aprendió a comercializar ese producto y para ello se instaló primero en Maullín.
KIKO CONSTANZO, a la derecha con una pelota y su típico mechón rubio, junto a Héctor Gajardo, al centro y Milton Nourdin, a la izquierda, entonces vecinos de los pabellones de emergencia. La foto la tomó don José Riquelme sobre el antiguo y desaparecido muelle de la Refinería en 1951. (Imagen cedida por Andy Urrutia).

                El comercio de las algas –en su mejor momento– fue algo como haber encontrado el vellocino de oro. Esa opción impensada le permitió crecer económicamente gracias a su disciplina y empeño. «Al final de cuentas me hicieron un favor echándome de Fanaloza», me comentó Kiko en una oportunidad insinuando la idea de una dulce venganza en la expresión. Después de Maullín el pueblo que lo acogió fue Curaco de Vélez.

                    Un día me contó otros aspectos de su vida esforzada, que trataré de reproducir. Nació en Penco 1938, hijo de Nicolás Constanzo Rodríguez y de María Ester Jara. La madre murió poco tiempo después de su nacimiento a causa de una silicosis, que había contraído en Fanaloza, porque era obrera de la fábrica. Por ese mismo tiempo Nicolás padre se fue sin dejar pistas nadie supo adónde. Por esas causas para el niño Kiko se avecinaban tiempos muy difíciles. Quedó al cuidado de unos tíos lejanos en Lirquén, quienes cuando estuvo algo crecido lo mandaban a vender pan amasado en canasto con la exigencia bajo amenaza de no regresar con parte del producto. Una obligación inimaginable de cumplir para un niño. En esa circunstancia bastante injusta para Nicolás intervino don Román Ortiz, su padrastro y padre Miguel, su medio hermano. Miguel y Nicolás eran hijos de la misma madre, María Ester. Conmovido por el mal trato que recibía el niño Nicolás en Lirquén, don Román lo trajo a vivir con su numerosa familia en Penco en su casa de entonces de la población de Freire y Alcázar, llamada pabellones de emergencia. En el hogar de los Ortiz Montoya, la señora María Ortiz, una mujer encomiable, se convirtió en la segunda madre de Nicolás. Kiko iniciaba de ese modo por fin una vida digna, retomaba sus estudios y comenzaba a recuperar el tiempo perdido.

NICOLÁS tuvo siempre gran sentido del humor. Aquí, durante el carnaval veraniego del club Atlético de 1967, desempeñando el papel de rey de la murga.

                    Los años seguían pasando, el joven se distinguía por sus ojos zules, su pelo rubio, tez blanca y figura delgada. Cuando entró en su adolescencia tuvo la necesidad de ganar su propio dinero y para eso se consiguió un puesto en la barraca Fami, ubicada en calle Freire donde ahora existe un templo mormón. Por propia voluntad su sueldo lo entregaba a María Ortiz para que ella lo administrara. Siempre sintió un enorme reconocimiento por esa mujer debido a los cuidados que ella le prodigó en su niñez y por los valores superiores que le inculcó bajo el alero de los Ortiz Montoya.

                  Nicolás me contó que cuando trabajaba en la Fami le sucedió algo curioso. Estaba ordenando madera procesada en castillos cuando su jefe lo llamó para decirle que se presentara en la puerta de calle Freire (la barraca tenía otra puerta en el lado opuesto que daba al ferrocarril) para atender a una persona que decía ser pariente suyo y que necesitaba hablar con él. Fue a la calle y se encontró con un hombre delgado, de unos 35 años, vestido de una manera algo estrambótica para el común de Penco: sobrero tipo tejano, chaqueta de gamuza con flecos en las mangas, pantalones de cuero ajustados, botas de montar y un par de gruesos anillos en sus dedos. Kiko me dijo que a él le pareció estar frente a Bufalo Bill, un personaje de revistas de historietas. Lo miró a los ojos sin decir palabra por unos segundos y se presentó: «Yo soy Nicolás Constanzo, dígame quién es usted y qué necesita de mí». Luego de sonreír el desconocido le dijo: «Yo soy hermano de tu padre. Soy tu tío. Estoy en Penco porque soy parte del elenco de artistas del circo Las Aguilas Humanas que se está presentando aquí. Quiero que te vengas a trabajar conmigo, ganarás mucho dinero y viajaremos por todas partes». Kiko le dio la mano para despedirse y sin movérsele un músculo de la cara le respondió que agradecía su invitación, pero que él no tenía pasta de artista de circo. Rechazó el ofrecimiento. Ahí terminó el encuentro, el tío era un contorsionistas conocido en la arena circense como «el hombre de goma».

EN UNA PLAYA DE Chiloé, Nicolás Constanzo aparece con su hija mayor Anita María en fecha reciente.

                    Pero, igualmente a Kiko le picaba el bichito artístico. Le gustaba cantar en público y lo hacía bastante bien, demás calificaba para alguna grabación. Cultivaba el género de los boleros. Su excelente versión de “Quémame los Ojos”, del cubano Celio Morales lo llevó a obtener el primer lugar entre varios cantantes populares, en un concurso organizado por Fanaloza y que se desarrolló en el el Gimnasio a tablero vuelto en los años 70. Gracias a este talento realizó numerosas actuaciones durante su vida en Penco en distintos lugares públicos donde se requería música en vivo. Sin embargo, nunca abrazó el canto como una profesión.

                    Otra curiosidad, la canción que lo catapultó lo persiguió en el tiempo con mal presagio. Cuando se convirtió en adulto mayor lo afectó un problema ocular bastante molesto que quiso enfrentar. Por ese motivo viajó a Concepción para acudir a una cita con un oftalmólogo. El diagnóstico indicó que se requería de una cirugía para resolver. Con ese mismo médico se sometió a la operación, la que no terminó bien. Perdió su ojo. «Lo que es la vida, yo que tanto canté Quémame los Ojos, la canción terminó pasándome la cuenta», me dijo para añadir que nunca intentó presentar una demanda contra el oftalmólogo.

LOS HERMANOS Nicolás y Miguel juntos en Penco.

                    Cuando conversé con Kiko y me contó todas estas cosas, él ya venía de vuelta en la vida que se le presentó oscura al comienzo, pero que al final le regaló un buen pasar. Me subrayó con orgullo que había obtenido finalmente de adulto su licencia de la enseñanza media y que durante sus estudios había desarrollado habilidades fuera de lo común para el álgebra, las matemáticas y la geometría. «Les ayudo a mis nietos a resolver algunos problemas con sus tareas», decía sin dudar. En el momento de la despedida, de él destaco su decisión de salir adelante contra viento y marea, esa certeza de no darse por vencido, de confiar lo que es un auténtico don de Dios. Nicolás Constanzo Jara fue un luchador, sin complejos quien desde el extremo abandono de su primera infancia pero con el posterior apoyo, cariño y acogida de los Ortiz Montoya le torció la mano al destino, Q.E.P.D. Mis condolencias a sus hijas Ana María y Sandra Constanzo Contreras.

sábado, abril 13, 2024

EL FÚTBOL REGIONAL EN EL AULA, HISTORIA Y EMOCIÓN

NOTA: Un interesante simposium sobre el recordado Campeonato Regional de Fútbol tuvo lugar este 10 de abril de 2024 en la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Por primera vez en el aula universitaria se abordó y analizó este importante capítulo deportivo de la Región del Biobío y más allá. Nuestro colaborador Abel Soto Medina estuvo presente y nos cuenta en esta nota los antecedentes y las emociones que salieron a la luz sobre dicho campeonato que perdura en la memoria regional. 
POR ABEL SOTO MEDINA
                    E
n estas fechas (2024), pero en el año 1949 comenzaba el Campeonato Regional de Fútbol, dando inicio al Primer torneo, dónde intervenían equipos, generalmente representativos de las industrias de la zona del actual Biobío, tan propias de esta zona, en su época por cierto, con excepción de algunos equipos que se identificaban con clubes sociales y culturales, pero que sí tenían en sus orígenes cultivar el deporte y la recreación en todos sus ámbitos, reconociendo en el fútbol el principal exponente.

NICOLÁS AGUILERA, publicista
cineasta, investigador del 
fútbol chileno.
              El año pasado, a raíz de una publicación de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chile (ASIFUCH), por uno de los fundadores Don Nicolás Aguilera, quien a la vez, es creador de la página web «Los Regionales», en la que expresó lo que fue aquel hermoso campeonato. Justamente el año pasado por estos días escribimos una nota similar, destacando algunos aportes de las representaciones de las empresas a través de los colores de sus equipos de fútbol. Cuando ganaban en la cancha, acarreaban alegrías y traspasaban las energías jubilosas en forma intangible a su personal de obreros y empleados para enfrentar la ardua labor que los esperaba el lunes. Quizás esa atmósfera que se producía después de un triunfo fue el origen de la famosa frase del ex jugador y ex entrenador Luis «Zorro» Álamos, cuando luego de un partido favorable para Colo Colo, dijo: «Mañana la marraqueta estará más crujiente y el café más dulce». La afirmación que se acuñó en el tiempo y que a muchos les puede causar una sonrisa, en realidad tiene un profundo sentido sociológico.
PEDRO FERRADA, ex dirigente deportivo del fútbol amateur regional.
                    El 03 de abril recién pasado se cumplieron 75 años desde aquel lejano domingo de 1949 cuando se inició el recordado Campeonato Regional. Por tanto, rememorarlo no fue producto del azar sino de la pasión y la admiración de una persona, que durante toda su vida deportiva en el ámbito dirigencial, ha promovido desde diferentes tribunas, plataformas, radios, convivencias y participación en torno al fútbol regional, me refiero a Don Pedro Ferrada Gavilán, gestor de reconocimientos a los protagonistas de este Campeonato, logrando juntar a unos 40 ex jugadores. Los convocados eran representantes prácticamente de todos los clubes que compitieron en el Torneo que inició en 1949 y cerró en 1970. Así como también esta memoria viva del Campeonato Regional se debe a un entusiasta penquista, pero hoy radicado en Santiago, Don Nicolás Aguilera Uribe, quién es autor de la página www.los regionales.cl, y que hoy ha abierto también la información en redes sociales como Facebook, instagram, etc. Estos canales le ha dado una nueva vida a los recuerdos. Así han vuelto a revivir los equipos tomecinos de Marcos Serrano, FIAP, Carlos Werner, Vicente Palacios; los lirqueninos de Minerales y Vipla; los pencones Fanaloza y Coquimbo (CRAV); los porteños Naval, Gente de Mar, Gold Cross, San Vicente, Huachipato; los mineros de Lota, y Schwager; Temuco, Los Angeles, Los linarense de Lister Rossell, los chillanejos de Ñublense, y los penquistas, Industrial, Caupolicán (Chiguayante), Pampa, Victoria de Chile, Lord Cochrane, Universitario y Fernández Vial, además de otros equipos que no tuvieron la ocasión en jugar en la división de honor, como Facela de Laja, Ferroviarios de San Rosendo, Pilpilco de Arauco, y mis disculpas por si alguno no ha sido nombrado, sólo es producto de mi mente y no de la discriminación.

Basado en las virtudes de las dos personas ya nombradas, y en los ecos producidos sobre el tema del Campeonato Regional de Fútbol, la Universidad Católica de la Santísima Concepción, a instancias de Magister en Historia UCSC, con presencia de Mauricio Rubilar Jefe de Programa de Magister, Manuel Gutiérrez Jefe de Carrera en Historia, y el Doctor en Historia de la Universidad de Salamanca, España Andrés Medina; y el Estudiante de Magister, Don Gustavo Zuchel, se crearon las instancias para una primera exposición sobre el Campeonato Regional de Fútbol de Concepción, dictada por Don Pedro Ferrada Gavilán. El día 10 del presente (abril) por gestión nuevamente del estudiante Gustavo Zuchel, la Universidad volvió hacerse eco del mismo tema, considerando para ello seguramente, que ya se cumplieron en este mes de abril 75 años del inicio del primer Campeonato Regional, realizando un exitoso Simposium, con la participación del Profesor Andrés Medina, y los máximos exponentes de lo que fue el campeonato en cuestión, don Nicolás Aguilera Uribe representando a su página web «Los Regionales» y don Pedro Ferrada Gavilán, único representante del conocimiento respecto a la trayectoria de dicho campeonato, por lo que aprendió, vio y vivió en el desarrollo de los 22 años en que se jugó.
ANDRÉS MEDINA, Doctor en Historia Universidad de Salamanca, España.
                    El título del simposio decía: «A 75 años del Campeonato Regional de Fútbol de Concepción. Una Mirada desde la Historia». Las intervenciones fueron extraordinarias, llenas y cargadas de conocimientos sobre el tema, con análisis de anécdotas folclóricas, propias de los jugadores que participaron en él. Y lo más importante, brindó a la memoria de estas nuevas generaciones lo grande que fue la realización del campeonato ya tantas veces nombrado y motivo de estas simples líneas. En la esperanza de trasmitir lo captado en dicho evento, para no repetir lo mismo, aglutinaré en dos personajes ya, participantes y gestores del evento de fútbol: don Arturo Nourdín, ex Jugador de Vipla y Naval, que también vistió la casaquilla Nacional en las Olimpiadas de Helsinki 1952, integrando el cuadro de Naval, que reforzado fue representante de Chile en esa justa deportiva mundial, y que hoy vive en el sector Las Canchas de Talcahuano, con una edad superior a los 90 años. En él y para esta nota, representará a todos quienes la vida les acompaña y pueden hacer recuerdos de sus tiempos de gloria, en los dirigentes que se aglutinen todas las memorias en don Ramón Guerrero Jara, persona especial que dedicó mucho al éxito del campeonato. Por otra parte, una de las personas importantes y en representación de toda la prensa, ya escrita o radial, los recuerdos para don Luis Osses Guiñez, único periodista que graficó el Campeonato Regional, pero que lo hizo con una mirada desde Naval de Talcahuano, son los únicos dos libros que versan sobre el fútbol regional, «Naval un nombre que fue Chile», y «Memorias de un Navalino», amén que también escribió «100 años del fútbol chorero», dónde también aborda el fútbol de la región.
Para terminar la presente nota, quiero resaltar a la Universidad Católica de la Santísima Concepción y sus profesores, quienes con su intervención y apoyo, hoy podemos celebrar los 75 años y lo que es mejor, mucha juventud sabe del tema y tiene interés en conocer más.
Así cómo también aprovecho de brindar un fuerte aplauso, como si estuviéramos a estadio lleno, a quienes fueron los protagonistas principales y la hicieron de directores, guionistas, y actores de esta grandiosa obra deportiva que se llamó Campeonato Regional de Fútbol de Concepción.

jueves, abril 04, 2024

EL FIERO ASPECTO DE LOS GUERREROS ARAUCANOS

ESTA POSTPRODUCCIÓN se basa en los elementos con que se cubrían la cabeza tantos los españoles como los mapuches en los combates por el territorio según el estudio realizado por el Museo de Penco.

                    Cuesta enderezarle la nariz a una idea que ha permanecido fija en la gente por tanto tiempo, de que los mapuches luchaban contra los españoles prácticamene vestidos con shorts y desnudo el resto del cuerpo. Así nos lo enseñaron y así aparecían en los dibujos, en los bocetos, en las revistas, en los libros de historia y en las estatuas. Pero, el asunto era muy distinto. Los guerreros mapuches, antes de entrar en combate, se rapaban para evitar que el enemigo los agarrara por el pelo y los arrastrara. También usaban un yelmo de cuero para proteger sus cabezas de recibir heridas. Y, lo más novedoso, el yelmo les cubría la cara con el mismo fin, sólo dejaba un agujero para un ojo y poder reservar el otro. Así se vestían realmente para la guerra.

                    Como hemos informado en otro post en este blog, esta desmistificación de los usos mapuches, la realizó el Museo de la Historia de Penco a través de un estudio de las fuentes tempranas disponibles en la historiografía. Por ejemplo los documentos de Góngora Marmolejo, Gerónimo de Bibar, Ercilla, Valdivia y otros describen estos detalles. Ahí estaba toda la información que un equipo del museo investigó y posteriormente visibilizó. Los créditos son para los expertos Gonzalo Bustos y Nelson Lobos.

                    Este trabajo, de algún modo, dejó en evidencia la poca prolijidad de los historiadores del siglo XX en lo relacionado con la indumentaria mapuche. Esta carencia de rigor provocó el error en la creencia popular de que los guerreros originarios se presentaban sin tomar resguardos al campo de batalla. Por eso, merece destacarse este esfuerzo por hacer las correcciones. Claro que mientras estos logros del conocimiento histórico no se difundan por los grandes medios nacionales no alcanzará al grueso público. Eso significa que permanecerá entre las cuatro paredes del museo, sólo al alcance de quienes lo visiten y se informen.

                    Tengo, sin embargo, una observación a este trabajo investigativo. En las imágenes de los modelos que se nos muestran, los combatientes se ven descalzos. No creo que los mapuches hayan podido caminar sin proteger sus pies de los abrojos, las espinas, los objetos cortantes o punzantes y, en general, las asperezas de los caminos. Tuve la oportunidad de ver en Osorno, allá a fines de los años 50, a personas de la etnia mapuche que usaban mocasines hechos por ellos mismos con cuero de vacuno. Los pies los envolvían literalmente hasta el tobillo y se sujetaban esta protección con largos cordones hechos del mismo material. Esta modalidad, sin duda provenía de los usos de antaño. Porque nadie puede ir descalzo un trecho muy largo, cruzar un bosque, por ejemplo, sin proteger sus pies de alguna manera.

EL JOVEN LAUTARO, fresco de fray Pedro Subercaseaux (1946).