miércoles, mayo 29, 2024

SÓLO NOS QUEDA MIRAR EL PASADO DE FANALOZA

LOS ANTIGUOS MOLINOS DE FANALOZA.
 
                    A inicios de 1927 a don Juan Díaz Hernández, dueño de la lamparería de calle Aníbal Pinto en Concepción, literalmente se le encendió la ampolleta, de repente lo iluminó la idea inspiradora para comprar la industria locera de Penco (que estaba a la venta), meterle recursos y de ese modo convertirla en una fábrica con todas las de la ley. Para tomar la decisión ese comerciante de origen español no lo pensó mucho, cerró los ojos y se la jugó a concho, porque para abordar un proyecto de esa envergadura se necesitaba mucho coraje.

                    La fábrica de loza pencona había comenzado a fines del siglo XIX. Su historia hasta ese momento estuvo llena de altibajos, interrupciones, larga inactividad, propiedad sin recursos, carencia de orientación profesional (salvo la incursión de un señor Tornero, especialista en cerámica, en 1906) y, más aún, sus sucesivos dueños desconocían el negocio. En cambio Díaz Hernández estaba dispuesto a apostar por el futuro de la fábrica, disponía de algunos recursos económicos y junto con eso sus nueve hijos varones heredaban de él su temple, ese instinto empresario. Nada podría salir mal si entregaba todo el corazón en el proyecto. Transcurría 1927, quizá el año más importante en la historia moderna de Penco por la compra-venta de la entonces alicaída fábrica.

                    Con la llegada de Díaz Hernández y sus hijos los Díaz Boneu nació la nueva Fanaloza en la forma que la conocimos. Con ellos la industria adquirió el perfil de una fábrica con proyección nacional e internacional. Porque sus nuevos dueños poseían una sólida expericiencia en la venta de artículos sanitarios importados en su lamparería penquista. Por otro lado, hijos de la familia viajaron a Europa a perfeccionarse en la fabricación de loza. La industria puso el acento en piezas para baños: lavatorios, wc, urinarios y, paralelamente, aisladores eléctricos. No era difícil que los nuevos dueños apuntaran medio a medio a las necesidades más urgentes del mercado chileno, porque todas esas cosas tan necesarias para una sociedad que se asomaba a la modernidad no se hacían aquí. Al mismo tiempo el apoyo del estado para alentar la actividad se manifestó con impuestos a las importaciones del rubro, los que se encarecieron mucho más. De ese modo Fanaloza agarró vuelo y se desarrolló como una industria protegida, no hubiera sido tan exitosa de otra manera.

                    Mientras la actividad fabril crecía ocurría lo mismo con sus trabajadores. La mano de obra no especializada se incorporaba a los procesos aprendiendo el oficio sobre la marcha. Los obreros no ingresaron a la fábrica de loza porque tuvieran una vocación alfarera, como suele decirse. Ellos buscaban trabajo y tuvieron que adaptarse. Junto con los obreros aumentó también el número de empleados, que era la denominación de entonces para designar a personas con alguna profesión ad-hoc. Ambos estamentos, obreros y empleados cada uno por su lado, se organizaron en sindicatos. Los obreros, para apoyar peticiones conducentes a resolver problemas básicos (especialmente vivienda) y salarios; mientras que los segundos se organizaron para propósitos de actividades sociales relevantes.

                    Retomemos la industria. Los Díaz Boneu pensaron que se necesitaba más tecnología y materias primas de calidad superior para subir el nivel de sus sanitarios. Trabajaron duro en la sección moldes, donde se diseñaban las matrices en tres dimensiones de los objetos que se iban a producir, concentraba toda la atención creativa de ingenieros y diseñadores. Es un hecho que estudiaban piezas fabricadas fuera de Chile para copiar y agregar algún toque local, porque al fin y al cabo no iban a gastar tiempo en «inventar la rueda». Con el polvo de arcilla, caolín y cuarzo que se generaba en los molinos se hacía un barro apropiado ni muy líquido ni muy denso, una pasta dúctil. Con esa pasta se llenaban los moldes, luego del secado al medio ambiente, a las piezas de loza cruda se le quitaban las asperazas e iban a los hornos. En los primeros intentos se verificaba si el lavatorio o el wc funcionaban correctamente o había que introducir modificaciones. La sección moldes usaba originalmente yeso para crear «el negativo» de las piezas que se iban a producir. Después se introdujo un material de celulosa y plástico que reemplazó al yeso.

                    En los inicios de la era Díaz Boneu los sanitarios, como hemos dicho, fueron la razón de ser del dearrollo de la industria porque era lo que sus dueños conocían muy bien, habían aprendido a vender esos artículos importados. Sabían la dinámica del mercado y las necesidades urgentes que planteaba el avance urbano. Las letrinas y los pozos negros que los había por todas partes requerían tanta cal para su mantenimiento que se hacía impostergable reemplazarlos por tendidos de alcantarillado y piezas de baño. Ese cambio no sólo lo imponía Fanaloza, sino que era una política de estado.

                    La empresa diversificó rápidamente el negocio a la fabricación de vajillería, azulejos, piezas ornamentales. Porque había mano de obra no usaremos la expresión «recursos humanos», porque ese lenguaje vino después–, materia prima y capacidad instalada para más productos de loza y cerámica. También había mercado para una vajilla refinada local más barata y parecida a la europea. Por sobre todo superior a la alfarería rústica de barro cocido, que los historiadores llaman injustamente cacharros, a pesar de toda la técnica ancestral usada en su fabricación. Para Penco y para el país Fanaloza fue un salto adelante, una revolución.

                    Entre los hermanos Díaz Boneu, Reginald era el más inquieto, quería hacer cosas nuevas. Gracias a su perseverancia y luego de estudiar en Europa, propuso fabricar en Penco piezas sofisticadas bone china (se pronuncia boun-chaina), que los trabajadores loceros llamaron porfina. Luego de conversar ese asunto con el químico Juan Arroyo, Reginald le pidió que intentara fabricar una taza con nuevos insumos que incluían polvo de huesos siguiendo su receta aprendida. La primera taza resultó estupenda, traslúcida, una maravilla. La exitosa experiencia indujo a la empresa a crear una planta bone china. A la larga lista de productos made in Fanaloza, se sumó la porfina: piezas ornamentales, floreros, bases para lámparas bone china.

                    Nadie se dio cuenta, sin embargo, que esas las lámparas comenzaban a dar luces acerca de cómo venía el futuro, un regreso a la lamparería de los orígenes. Se iniciaban los años sesenta y se avecinaban grandes cambios en Fanaloza, unos muy difíciles, otros esperanzadores y al final, desilusionantes, a los que en esta oportunidad no me referiré. En la recta final de su existencia, Fanaloza se centró como al principio en la fabricación de sanitarios. Pero, al no ser ya una industria protegida, el cierre de la planta era cosa de tiempo. La fecha se cumplió en septiembre de 2023. Luego de parar los molinos, apagar los hornos y despedir personal la empresa comenzó a importar sanitarios para venderlos en su tienda Bathcenter ubicada en la ex fábrica. No fabricar, sólo vender, la misma actividad que desarrollaba Juan Díaz Hernández antes de 1927 en su lamparería de Aníbal Pinto N° 662 en Concepción.

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