NOTA: El siguiente es el discurso pronunciado por el historiador Armando Cartes Montory en el lanzamiento del Libro de Oro de Penco, cuyo autor es Víctor Hugo Figueroa, el viernes 10 de agosto de 2012. (La información sobre el evento, en el post que viene más abajo.)
Armando Cartes Montory |
Queridos amigos,
Nos encontramos una vez más, frente a la gran bahía, en esta antigua ciudad, que es el corazón histórico y geográfico de Chile. Parece que fue ayer, pero ha pasado un año, de cuando celebrábamos el nacimiento de las Crónicas de Penco, en una noche muy emotiva, frente a esta misma plaza.
Hoy presentamos un nuevo libro de Víctor Hugo Figueroa, pero yo creo que todos sentimos que un Libro de Oro de Penco es mucho más que eso. Es el reencuentro definitivo de Penco con su identidad de Ciudad Histórica; es un acto de justicia.
Al extremo de esta misma bahía se halla Tomé; ha sido definido como una galaxia de poetas y cronistas, pues mucha gente ha escrito sus crónicas o ha imaginado versos y relatos; lo mismo ocurre al frente, en Talcahuano, cuya historia ha sido bien contada ¿Y Penco, que tenía Universidad cuando al sur del Bio-Bio había sólo guerra y selva; qué tenía 5 conventos mucho antes que hubiera un cristiano en Magallanes? ¿quién contaría y cantaría su historia? La obra de Marco Valdés fue un buen comienzo, pero sin duda que no bastaba: hacía falta algo más. Un trabajo mayor. Por eso estamos noche debemos celebrar.
Creo que Victor Hugo ha hecho mucho más que escribir un libro de historia. Ha devuelto a Penco la conciencia de sí mismo. Ha permitido el encuentro de los actuales pencones con los antiguos; ahora pueden reconocerse y conversar. Algunos pensarán que exagero, pero esperen a leer el libro. Sentirán que se han subido a una máquina del tiempo.
Los pencones, sépanlo bien, tienen una responsabilidad con su historia, porque no sólo les pertenece a ustedes. Mucho más que otras ciudades, se conecta con la historia de América y de Chile y, por supuesto, de Concepción. Veamos por qué esto es así.
Para los navegantes europeos, que venían por la difícil ruta del Estrecho de Magallanes, durante tres siglos, fue la ciudad más añorada. El puerto deseado donde terminarían las tribulaciones, las privaciones y los peligros de meses de viaje en el mar. Muchos marineros no pudieron llegar, fueron atrapados por las tormentas y duermen en el fondo marino, sin haber conocido Penco. Los que sí llegaron, celebran su buen clima, su paisaje y la abundancia de sus producciones; a todos ellos se refiere este libro.
Para los chilenos, fue la capital de la Frontera, de un país nuevo que germinaba, en el encuentro de dos pueblos, de dos lenguas y de dos culturas. Aquí vivieron los gobernadores; se estableció la primera Audiencia; el primer ejército; el Chile primordial fue concebido en esta tierra y su nacimiento fue cantado en el poema épico más bello de América. El domingo pasado El Mercurio anunciaba una nueva edición, facsimilar y lujosa, de la Histórica relación del Reino de Chile, de Alonso de Ovalle, escrito en 1646, obra que es como la partida de nacimiento del país y de su identidad cultural. Pues bien, muchos de los sucesos que allí se relatan ocurrieron en en Penco, verdadera cuna de la nación que hoy integramos.
¿Y qué es Penco para los penquistas? ¿es otra ciudad o es parte de sí misma? Yo tengo una visión particular: Concepción y Penco son como dos hermanos de una misma familia, que tienen en común los mismos padres: la herencia mapuche y la estirpe castellana, con unas buenas gotas de sangre francesa, por el 1700 y también después (los Legrand, los Coddou) e italiana, por el 1900 (los Boeri, los Innocenti, los Zunino), entre muchas otras naciones que han aportado su savia a Penco; los penquistas y los pencones, decía, somos hermanos que compartimos un hogar común por dos siglos y luego emprendimos caminos separados. En el último siglo, hemos vivido distanciados; los penquistas dejamos de mirar hacia el mar de Penco. Ya es tiempo de reparar ese agravio y, como el hijo pródigo, Concepción debe reencontrarse con su raíz pencona. Todos debemos comprometernos en la tarea de darle a Penco el lugar que merece.
A partir de ahora, Penco ya no puede ni debe ser el mismo. Debe ponerse de pie y hacer justicia a su memoria. Hay que recuperar el fuerte; recordar con calles y monumentos a los mapuches olvidados; celebrar a los loceros y a los refineros; ¿dónde está el museo de la loza de Penco? ¿y la estación de tren? ¿Y qué haremos con Cosmito? Hay muchas tareas pendientes. Mencionemos una más: Penco añora, necesita y merece una costanera linda y limpia, donde todos podamos recordar pasados veraneos. Pasé mi infancia, cada verano en esta playa y quiero volver…estoy cada vez más cerca, pues vivía en Chiguayante y ahora vivo camino a Penco.
Hay también otra misión, que ahora será más fácil, gracias a este estupendo libro, que nos ha devuelto la memoria colectiva. Hay que salir al mundo y contarle de Penco. Esta ciudad tiene tres cosas, que valen muchísimo, pero que no se pueden comprar: una playa maravillosa; una historia notable y, desde ahora, una comunidad comprometida con su desarrollo, pero de la mano con su historia. Y como es grande la tarea, ¡habrá que comenzar hoy mismo!
Víctor Hugo Figueroa es el autor del libro que presentamos. Más que autor, parece un director de orquesta; pues logró que muchos dieran lo mejor de sí; que los viejos documentos dijeran sus verdades dormidas; que los datos extraviados y la información dispersa se reuniera, en un relato ameno y bien fundamentado; pero logró, sobre todo, que los vecinos aportaran sus pequeños tesoros: fotos familiares, periódicos, una historia de familia. Porque eso es la historia de una ciudad, la suma de las vidas de los que fueron y de los que vendrán. Así se desarrolla una comunidad. En todos ustedes, vibra y late el corazón de Penco.
Un director de orquesta que, como muchas veces ocurre en los buenos conciertos, ni siquiera es pencón, sino angelino ¿Cómo alguien puede crecer lejos del mar y entender una ciudad, cuyo destino está fatal y felizmente unido al azul infinito? Recordemos, guardando las siderales distancias del caso, que Valdivia y Lautaro nacieron lejos de este mar y dejaron una impronta. El que viene de lejos, dicen los viajeros, tiene “el ojo limpio” y ve lo que otros, por estar tan cerca, ya no pueden ver. Victor Hugo experimentó, al asomarse a la historia de Penco, ese maravillamiento. Es el encantamiento que sentimos al llegar, por primera vez, a un valle hermoso y desconocido. Cuando se internó en la historia de Penco, se le aparecieron los personajes, vio desfilar a misioneros y naturales, soldados y gobernadores y sintió la necesidad imperiosa, acuciante, de contar lo que había visto y oido, en los documentos aparentemente inertes y en los relatos de la gente. Así fue emergiendo, como un tesoro escondido, la historia rica y diversa de Penco. Parece increíble que sea la historia de una sola ciudad.
Yo le habría sugerido a Víctor Hugo que hubiera dejado unas páginas en blanco en el libro, para que las familias pudiesen anotar lo que les pareciera importante: una anécdota, una genealogía, o tal vez pegar una fotografía; pero no fue posible. El libro desborda información por todos lados, desde la misma portada. Víctor Hugo, además y me consta, no sólo consumió sus días y sus noches en este proyecto; sus horas de sueño y sus domingos, también sus recursos; le faltó poco para entregar un riñón para poder imprimir unos ejemplares más. Un ejemplar más, me decía, es una familia más, que tendrá el libro para disfrutarlo; una página más, es la vida de una pencón que se rescata del olvido: cualquier sacrificio vale la pena. Así que habrá que enviarle correos con los nuevos datos que surjan y, por suerte, no hará falta dialisarlo.
En el nuevo Penco, que está surgiendo, su historia rica y diversa es fuente de motivación. Por eso celebramos iniciativas como este libro, surgido al amparo de la Sociedad de Historia de Penco, de reciente creación, que impulsa proyectos bien orientados. El entusiasmo y dinamismo de sus socios nos hacen augurarle una gran destino, ojala se sumen muchos más.
Y digamos, finalmente, que ustedes juzgarán si valió la pena el sacrificio de nuestro autor; en lo personal, ya lo tengo claro. Pocas ciudades en Chile tienen un libro como éste; y Penco ya tiene el que se merece. Por eso agradezcamos a Victor Hugo por su locura y su obsesión; por su talento y su dedicación; pero, sobre todo, por su amor a Penco y a su historia, que ha dado ya dos frutos magníficos, las Crónicas y este libro de Oro. Ambos libros seguirán contando de Penco, desde hoy en adelante, incluso cuando todos nosotros hayamos pasado. A través de ellos, los pencones vivirán para siempre.
Muchas gracias.
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