El primer negocio de kayaks que hubo en Penco. A la derecha, el emprendedor Heriberto Ramos (Mario Rey). |
Por la mente de Heriberto Ramos no pasó jamás la idea que
una deuda que José Rodríguez tenía con él se convertiría en un tremendo
negocio. En efecto, Rodríguez, conocido en Penco como el Chepo, mueblista,
deportistas y dirigente del club Atlético, le propuso a Ramos, gran cantante de
nombre artístico Mario Rey, si aceptaba saldar esa deuda con la entrega de unas
maderas. Mario Rey, quien a la sazón estaba sin trabajo, aceptó y recibió en su
casa un buen número de tablas de pino lisas, anchas y de poco espesor ¿Qué
destino darle a ese material que rindiera dinero? Y he aquí que se le ocurrió
construir kayaks para arrendarlos en la playa local. Comenzaba el verano de
1976.
Sobre un papel dibujó la primera embarcación deportiva
unipersonal. Después cortó las maderas, les dio forma combada, hecho que no le
costó tanto porque las tablas eran delgadas. Se fue a Lirquén donde unos amigos
estibadores y se consiguió unas lonas blancas muy resistentes, llamadas tela de
buque cuyas piezas estaban arrumbadas junto al muelle. Con ese material forró
el prototipo de kayak. Tachuelas y costura a mano dieron a la lona la tensión
necesaria. Después, cuatro manos de pintura al óleo y listo el primer kayak
made in Penco.
El remo, con paletas en los dos extremos fue lo menos
complicado. Llevó su kayak a la playa y lo probó con éxito en el mar. La
embarcación era estable y navegaba con rapidez. De inmediato se puso a
construir más kayaks de la serie. Como ya había probado con el primero, los
otros salieron más fáciles. Cuando estaba listo para iniciar su negocio de
arrendar kayaks para los turistas en la playa pencona, el alcalde de la época
se lo impidió. Le negó todo permiso.
Mario Rey no se quedó con la respuesta. Se dirigió a Lirquén
donde pidió una audiencia con el capitán de puerto. Le dijo a la autoridad
marítima cuál era si idea y el rechazo de la autoridad edilicia. El marino lo
oyó con atención y le respondió que el alcalde no tenía jurisdicción sobre el
sector de la playa donde iba a operar el negocio. Antes de darle el vamos, le
ordenó a un grumete de su repartición que probara el kayak que Mario Rey había
llevado. El marinero echó la embarcación al agua, saltó sobre ella, tomó el
remo de dos palas y comenzó a navegar. Alcanzó el cabezal del muelle, pasó por
detrás de un barco y regresó sin problemas a entregar el informe técnico a su
jefe. “Es muy bueno este kayak mi capitán, es mejor que los que tenemos en la
escuela de Grumetes”, dijo el marino. El jefe miró a Mario y le dijo ¡póngase usted
a trabajar!.
Mario Rey y su esposa Juventina Inostroza recuerdan hoy que
ganaron mucho dinero durante esa temporada. La gente hacía cola en la playa para
arrendarle los kayaks que tenían precios por hora y medias horas. En algún
momento el capitán pasó por el sector y le preguntó a Mario que cómo iba el
negocio y lo felicitó por su iniciativa. El pequeño empresario de kayaks, eso
sí, tenía que estar en la playa todos los días con jornadas completas. Juventina
le preparaba almuerzos que él se servía en una ramada junto al casino Oriente. «Todos los días almuerzo en el Oriente», contaba a sus amigos él muy serio.
Algunos no podían creer que el negocio fuera tan rentable como para que su
dueño se diera lujos de mantel largo muy difíciles para un pencón de renta
mediana. «Lo que yo no les decía», recuerda Ramos con picardía, «es que
almorzaba debajo de la ramada con los pies metidos en la arena, no en los
salones del casino».
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