Esta era la visión del maquinista de tren desde su puesto de conducción. |
Este texto no pretende ser nostálgico. Los trenes de antaño
no existen, quedaron archivados en la historia. Aquí sólo queremos testimoniar cómo veíamos al personal ferroviario a bordo de los trenes. Intentamos no olvidar cómo lo vimos tantas veces viajando de Penco a Lirquén, Tomé o
Chillán en esos vagones viejos. Fue lo que observamos como usuarios,
no sabemos qué otros problemas o satisfacciones tuvieron los trabajadores del servicio. Pero, lo curioso era que casi todos los niños de Penco
queríamos ser maquinistas porque viajar en tren era encantador y conducir la locomotora debía ser aún más.
El porta-testimonios en la estación, herramienta clave para dar seguridad en el derecho a vía de los trenes. |
En los tiempos de las máquinas a vapor para operar un
tren de pasajeros se requerían cinco personas: el conductor y su asistente, el
responsable del carro de equipajes, el maquinista y el fogonero. La pega más
dura se la llevaban estos dos últimos.
El conductor tenía que velar por la seguridad del servicio y
controlar que los viajeros hubieran pagado sus pasajes. Revisaba boletos y los marcaba. Cuando los trenes tenían muchos carros el trabajo lo dividía
con su ayudante. Iniciaban el control desde los dos
extremos del tren. En cada estación era el conductor el que daba el ¡vamos! con
su clásico pitazo de árbitro de fútbol. Y el tren de ponía en marcha de nuevo,
rumbo a su próximo destino.
El encargado del carro de equipajes era como el bodeguero.
El vagón con las encomiendas iba pegado con la locomotora. Contenía los bultos
despachados a distintos lugares por clientes que usaban este servicio de encargos del tren.
Su labor consistía en cargar y descargas los paquetes, cajones, bolsas y sacos cuyo transporte había sido pagado en
origen. Sólo tenía que ir atento en qué estación debía bajar tal o cual
bártulo.
Una gráfica de época muestra a maquinista y fogonero en una locomotora a vapor. |
El trabajo duro era el de los hombres dentro del habitáculo
de la locomotora. El maquinista tenía que cuidar de la velocidad del tren,
estar atento a que la vía estuviera despejada. Si consideramos que su opción de
mirar hacia adelante no era buena, porque tenía una visión lateral, conducir el
tren era complicado. Imaginemos la visibilidad cero cuando ingresaba en un
túnel largo o con curvas. Él debía aplicar los frenos, acelerar la marcha, ir
atento a la señalética, hacer sonar los silbatos, accionar la campana cuando el
tren ingresaba a la estación, recoger ahí el testimonio que le daba vía libre,
etc. Y cuando el convoy estaba detenido, tenía que bajar con herramientas y alcuza.
Siempre había un perno que apretar, aceitar las bielas. O
sea, este hombre no tenía descanso.
Pasajeros en un vagón de primera clase. Nótese los asientos forrados en cuero y las cortinas en las ventanas. |
Entre tanto, los pasajeros de primera clase tomaban desayuno
o cenaban agradablemente en el coche comedor. Ni se imaginaban el drama y la
responsabilidad arriba de la locomotora.
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