El señor Amulio Leyton, director de la escuela N°31 y el profesor Guillermo Novic. |
Una noche de julio, en plenas vacaciones de invierno de
1955, la escuela N°31 de Penco, ubicada en calle Freire donde hoy está el
gimnasio municipal, ardió por sus cuatro costados. La construcción de madera se
consumió como una hojarasca pese a los esfuerzos desplegados por los voluntarios de las dos compañías de
bomberos de la ciudad. Se dijo que el fuego se inició en una carnicería que
funcionaba al lado. En el silencio de la noche, sin que nadie pudiera intervenir el siniestro cobró la fuerza para hacerse incontrolable. A la mañana siguiente de la escuela no
quedaba nada. La espesa nube de humo fruto del incendio inundó las calles penconas durante horas antes de disiparse.
El edificio de madera era un lujo en Penco, construido luego
del terremoto de 1939, correspondía a una escuela tipo, de
primera clase según la certificación educacional de la época. Había varias parecidas en la
provincia edificadas en madera nativa y techo de dos aguas recubierto de planchas
de asbesto-cemento que seguían el mismo patrón arquitectónico. La construcción
de una planta se desplegaba en forma paralela a la calle Freire con frontis
hacia el callejón del mercado. Allí había una plataforma de cemento con varios
escalones por donde se ingresaba al establecimiento. En un mástil blanco al
lado derecho ondeaba la bandera en los días de fiesta de identidad nacional.
Un par de páginas de mi cuaderno de vida del tercer año en la escuela N° 31 (1955). |
Las salas estaban hacia el lado de la calle y hacia el
costado poniente, separadas por un ancho pasillo central, donde los alumnos
correteaban en los recreos lluviosos. Cuando sonaba la campana, los estudiantes
salían a la carrera hacia a ese patio interior de piso de madera. Si no llovía,
todos se iban al espacio abierto y protegido que se abría hacia el poniente. La
campana llamaba nuevamente a clases y los alumnos ingresaban a sus salas pasando
por ese espacioso pasillo de madera.
Entre mis bártulos encontré un cuaderno (de vida de los
llamaba entonces) de ese mismo año, 1955, cuando cursaba el tercero básico. Entre sus páginas
hallé la lista borrosa de los profesores de entonces de esa escuela. Hoy con la ayuda de mi amigo
y ex profesor, señor Leyton, logramos reconstruir el “staff” del plantel
desaparecido:
Parecido a éste eran los bancos de esa escuela. |
Director, señor Amulio Francisco Leyton García; sub
director, señor Miguel González Gutiérrez; profesora del primer año A, señora
Norma Meza Rubio; profesora del primer año B, señora Ernestina Cea Basaletti;
profesor del primer año C, señor Héctor Espinoza Viveros; profesora del segundo
año A, señora Eliana Vásquez Godoy; profesora del segundo año B, señora Mary
Baquerizo Fritz; profesora del segundo año C, señora Olga Neira Pezoa;
profesora del tercer año A, señorita Gladys Fernández Román; profesora del
tercer año B, señorita Teresa de Gregorio Sagredo; profesora del cuarto año A,
señora Irene García Escobar; profesora del cuarto año B, señorita Alicia Rocha
Martínez; profesor del quinto año A,
señor Servio Leyton García; profesor del quinto año B, señor Guillermo Novic
Torres; profesor del sexto año A, señor Jorge Bustos Lagos; y profesor del
sexto año B, señor Rosauro Montero Henríquez.
La escuela N° 31 tenía alrededor de quinientos alumnos
varones y trabajaba a media jornada por lo que también cobijaba a la escuela N°
32 de niñas, que suponemos tenía un número parecido de alumnas. Luego del
incendio se hicieron los ajustes de emergencia y prácticamente todo el colegio
trasladó sus actividades a la escuela N° 69, situada dentro del recinto de la
Refinería.
El señor Servio Leyton, ex profesor de la esc. N°31; su esposa Valentina Castro, también profesora; y el autor de esta nota en foto reciente. |
El incendio de la escuela N° 31 (y N° 32) fue un episodio desolador
en la historia de la educación en Penco. Escenas de gran tristeza se observaron
durante el incendio mismo, alumnas lloraban a gritos aferradas de sus madres,
al observar la acción devastadora del fuego. Al día siguiente, los alumnos
mayores escarbaban en las cenizas en la esperanza de recuperar trabajos o
pertenencias dejadas antes de irse de vacaciones. El impacto en la comunidad local fue fuerte,
cambió los hábitos, muchos padres enviaron a sus hijos a estudiar en
Concepción. Al año siguiente se construyeron salas de emergencia y el solar de
la antigua escuela fue convertida en una cancha de básquetbol. Después el establecimiento adoptó el número 90
y con el tiempo, el espacio escolar dio paso al gimnasio que conocemos
en la actualidad.
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