Trabajos de remodelación urbana en Penco. |
Cuando el avión está muy próximo a llegar a
Carriel Sur y si es de tarde, poco después de la puesta de sol, a través de la
ventanilla se ve el suelo verde botella sembrado de luces… ¡es Penco! Se
alcanzan a divisar decenas de vehículos circulando por las distintas calles y
destaca el largo muelle con su inconfundible línea recta de ordenados faroles
encendidos contra el fondo oscuro del mar. Sabemos que en sólo un par de
minutos nuestra aeronave se posará en la pista apenas unos kilómetros más allá
de la isla Rocuant. Tan pronto abandonamos el terminal aéreo en menos de veinte
minutos llegaremos a nuestra ciudad ésa misma que vimos felices desde el aire.
Si por en contrario, desde Santiago hubiéramos
viajado en bus o en el automóvil, pasado el peaje de Agua Amarilla se aprecia el
borde costero de Penco cuando la ruta del Itata se inclina fuerte por la
pendiente del cerro Copucho a unos tres mil metros del empalme de la población
Desiderio Guzmán.
Si llegas de amanecida y desciendes del
vehículo ahí en la plaza el impacto sensorial es inmediato. Una brisa que baja
de los cerros inunda las narices con un suave pero perceptible olor a pinos y
resina. Si en otra circunstancia llegas en medio de una llovizna persistente,
te recibe ese aroma a tierra mojada. Si, por otro lado la situación fuera
distinta, digamos cerca de la medianoche, al bajar del automóvil o del bus el
pecho se llena de aire fresco con esa fragancia salina tan clásica del mar. Y
en el silencio oscuro, el rumor de las olas rompiendo en la playa se deja oír a
menos de dos cuadras de distancia.
Ésas son las primeras sensaciones que
experimenta un afuerino al arribar a Penco. En cambio, para quienes tienen un
pasado pencón, aquel recibimiento sensorial se traduce en evocaciones
familiares que asoman de repente y que dibujan rostros, personas, amigos,
conocidos, historias, amores, infancia. Es la rica emoción de sentirse en casa
otra vez, después de mucho tiempo aunque la casa y sus moradores ya no estén.
En seguida, un recorrido a pie por las calles
–en Penco no se requiere de un auto para ir de un lugar a otro— para ver y
observar los cambios que impuso el tiempo, para decir aquí vivía tal o cual
vecino, tal o cual familiar. Imagino sus sonrisas a través de los visillos de
las ventanas viejas al pasar por ahí. Hay que responder ese saludo fantasmal
con otra sonrisa y seguir caminando, golpeando con los tacos de los zapatos las
baldosas de otros tiempos. Este ejercicio de recorrer las calles de Penco lo
practica mucha gente que de vez en cuando viene de paso, muchos años después de
haberlo dejado para acercarse a otras esperanzas. Qué alegrón más grande es
encontrarse con Patricio Ramírez Merino haciendo sus trámites por ahí o ser recibido
amablemente en la casa de la hermanas Riquelme.
En esta casa ubicada en O'Higgins al llegar a El Roble, vivió alguna vez en su infancia el autor de esta crónica. |
Al caer la tarde del verano, cuando el sol de
enero sepone por detrás del cerro Bellavista y el viento suroeste peina las hojas de los árboles y riza el mar en la bahía nos damos cuenta que la
caminata llegó a su fin en cualquier lugar. Aunque Penco sí ha cambiado con nuevas
construcciones y más adelantos, el pueblo de entonces –la ciudad de
hoy—conserva su carácter: esas
sensaciones evocadoras que despiertan las fragancias de los cerros
entrelazadas con los salinos olores que afloran del mar.
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