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El río avanzando hacia su desembocadura entre dos tajamares. |
Sí, el río tenía un
comportamiento distinto. No era como lo vemos hoy, en que está extendido a todo
lo ancho, de muro a muro. Entonces estaba canalizado por el centro, hecho que
dejaba dos bandas de pasto por ambos costados. Esta curiosa característica permitía
caminar por ahí y a su vez hacía más profundo el curso de agua. No era
extraño, por tanto, ver a niños corretear por el pasto o permanecer sentados
por allí con una caña intentando capturar algún pez. Había peces de agua dulce
en el estero. Los improvisados pescadores empleaban corchos para mantener sus carnadas y anzuelos en condiciones de lograr picadas. No era
extraño que los más expertos tuvieran a su lado el resultado de su paciencia:
varios pececitos pequeños capturados, relucientes al sol. Cuando uno contaba
estas cosas, los más irónicos preguntaban que cuántos zapatos rotos o tarros
vacíos de conserva habrían agarrado los pescadores amateurs, evocando los
chistes de Condorito.
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Aspecto del río en verano, extendido de lado a lado. |
Cuando hoy en día miro el río
desde los puentes, compruebo que la imagen descrita más arriba no existe, el
cauce avanza hacia el mar lentamente entre malezas y vegetales ocupando todo el
lecho, sin dejar la opción de corretear por sus costados. Y da la impresión que
ese comportamiento no se debe a que haya aumentado el volumen de agua que pasa
por allí, sino a que el antiguo concepto de río acanalado dentro del espacio de
los tajamares cambió o se modificó. Igual, tengo entendido que la autoridad
tienen contemplado aplicar mejoras sustanciales al estero para recuperar su
aspecto y darle más relevancia, no en vano es parte de la historia de Penco.
Baste recordar que era el límite norte de la ciudad colonial, que fue un lugar
apropiado para lavar ropa y que marcó una división imaginaria de Penco en dos
sectores: un área de la ex Refinería de azúcar y la otra de Fanaloza.
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