El puente de la línea en Lirquén que conduce a La Cata. Imagen referencial. |
Las drogas actuales que afectan tan fuertemente a algunos
sectores de nuestra juventud, no se conocían entonces en Penco. El único escape
hacia la falsa felicidad era el alcohol. Y aquí reinaba el pipeño suelto, porque
el vino embotellado (filtrado le decían) no formaba parte de la cultura popular. Entre los pipeños se
conocían algunas variedades como el mangarral, el chacolí, el chichón. Y entre
sus calidades: el vino firme, el bautizado (con agua agregada) y el picado.
Este último estaba a un tris de pasar a la categoría de vinagre.
Los obreros ––no todos–– hacían vida social en sus horas
libres en las bodegas en torno a una caña de vino de las características
anotadas más arriba. A algunos se les pasaba la mano, cierto, y otros, los
menos, tenían más problemas para dejar de levantar el codo. Entonces entre las
familias o los amigos se buscaban soluciones a este problema. Y una de ellas,
era dejar el vino drásticamente incorporándose a alguna congregación protestante, que en Penco y Lirquén había (y
hay) muchas. Así, de vez en cuando circulaba el comentario que tal vecino o
conocido había abandonado el vicio en consideración a sus hijos, a su mujer, a
su salud, a su trabajo, a su vida… Muchos comentaban lo bien que lucía esa persona ahora y
cómo había cambiado su relación familiar. Las iglesias protestantes sirvieron
para corregir conductas. Otra opción era cortar con la inclinación al alcohol
sin incorporarse a ningún grupo necesariamente. En tal caso, se decía, el
vecino o el conocido estaba chantado.
En muchos casos ambas decisiones eran firmes, de por vida.
Pero, el ser humano es débil, y no todos perseveraban en la decisión de cortar el vicio. Así ocurría que los menos convencidos pisaban el palito y volvían a la
antigua práctica de "la rayuela corta". En tales casos, quienes habían celebrado la noticia de
que tal o cual se retiró de las pistas ahora
ponían cara de sorpresa, primero, y de pena, después. Los que estaban chantados y rompieron su compromiso, de ellos decían: "volvieron a ponerle". Y los que habían ingresado a una congregación,
bueno, ésos simplemente se habían descarriado. Y, en ese sentido, se sabía de
casos lamentables de muchos descarriados en Penco y en Lirquén.
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