Hermoso bosque de pinos cerca de Agua Amarilla en Penco. |
Había un oficio en Penco que se desempeñaba en solitario, a
lo más arriba de un caballo. Sin otra música que el silbido del viento entre los pinos, sin más bebestible que el agua de alguna vertiente, sin
más comida que un pedazo de pan con charqui. Para cumplir esta labor ese
trabajador debía ir cerro arriba y cerro abajo todos los días con calor o frío
extremo. El oficio al que hacemos referencia era el de guardabosques, hombres
casi ermitaños (así los percibíamos). Cuidaban la riqueza forestal de los fundos.
De los guardabosques se contaban historias. Por ejemplo, que se desplazaban sin hacer ruido, que se asomaban sin anuncio y que llevaban un lazo
que usaban como látigo para corretear con fuertes azotes a quien sorprendieran
recorriendo sin permiso los bosques a su cargo. Así que ir al cerro tenía sus
riesgos, hallarse con estos míticos personajes huraños no dispuestos a
parlamentar, sino a actuar.
Fundo Manco situado entre Florida y Penco por el camino de Villarrica, bien resguardado con alambradas y tranca. |
Mientras anduve por los cerros de Penco, en dos
oportunidades me encontré con guardabosques. En una de esas ocasiones, uno de
ellos iba cabalgando. Llevaba sombrero negro, una gruesa manta de castilla y un
bien cuidado bigote. Supongo que su nombre era Arturo, porque uno de los
integrantes de mi grupo al verlo, lo saludó diciéndole “hola don Arturo”. Hubo
una pequeña conversación en la que el hombre nos dijo que tuviéramos
cuidado con los árboles, que no estaban allí para ser derribados por nuestras
hachas que llevábamos escondidas y él lo sabía. Se despidió y se fue con su
caballo alazán. Me di vuelta para mirarlo mientras se perdía en la quebrada y,
precisamente llevaba un lazo…
Forestín, ícono de la Corporación Nacional Forestal, Conaf. |
En otra oportunidad tuve el segundo de estos encuentros
cercanos, pero este otro hombre cumplía su trabajo a pie e iba vestido en forma
común y corriente. Nos encontrábamos en los cerros detrás de Villarrica.
También nos advirtió muy cortésmente que no había que cortar árboles, en
particular los nativos que ya comenzaban a escasear en los alrededores de Penco
frente a la invasión del pino. No pasó a
mayores este encuentro y el hombre se fue caminando a paso rápido. Iba sin
lazo.
Es cosa de recordar algunos nombres, apellidos o apodos de
estos personajes; uno que vivía en la calle O’Higgins con Alcázar lo conocían como “el viejo cazuela”; otro del lado de la refinería era un tal Parada, decían que era el más temido de todos, quien montaba un
pingo negro llamado “el Alonse” ; y el ya mencionado bonachón don Arturo, del fundo Playa Negra.
Pero, pudieron ser muchos más.
El trabajo de los guardabosques en Penco era controlar a las
personas que ingresaban a los fundos advirtiéndoles que no podían portar
fósforos (como una forma de prevenir incendios forestales); revisaban el estado
de los caminos interiores ésos que se usan para las cosechas de pinos o que
sirven a las brigadas forestales en caso de siniestro; también evaluaban el
estado de los puentes de madera sobre los esteros. El guardabosques se
reportaba con el administrador del fundo y éste con la gerencia o directamente
con la propiedad.
En esos años, estos trabajadores solitarios permanecían
incomunicados mientras desempeñaban su quehacer, muy lejos del ruido de las industrias
y los pitazos de la ciudad. Hoy en día, en cambio, montan motos todoterreno y
están on line a través de equipos de radio… tampoco exhiben lazos.
Un bosque bastante descuidado en las proximidades de Aguas Sonadoras en Penco. |
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