Imagen tomada de la colección "El Tesoro de la Juventud" (1930). |
«¡Es responsabilidad absoluta del contramaestre!».
Eso recuerdo que dijo el hombre de traje
oscuro con voz firme y sin dudar. Y los que estaban a la mesa con él y otras personas
invitadas lo miraron sorprendidos.
Una familia conocida,
que tenía su casa en calle Las Heras, al lado de una reparadora de
calzados que todavía existe, a media cuadra de la plaza de Penco,
nos invitó aquella tarde a cenar por la celebración de un
onomástico. Transcurría la primavera de 1957. Me gustó que
cuando llegamos siendo yo un niño me asignaran un puesto en
la mesa de los adultos. Mi silla estaba reservada (hasta hoy
agradezco esa fina distinción porque me sentí importante). Mi tía Ana, amiga de la dueña de
casa de nombre Ana también, se ubicó a mi lado. Antes
de servir los platos, los anfitriones pusieron en el centro de la mesa una gran
ensaladera colmada de apio picado con aceitunas, pero mi atención se
centró en el enorme pocillo con mayonesa, de cremoso aspecto, hecha
en casa. Por entonces ese aderezo no se fabricaba industrialmente
como hoy.
Guardé prudente
silencio durante la mayor parte de la cena, según me habían instruido, para no interferir las
conversaciones de los mayores. Al frente mío había un
señor de traje oscuro, educado, que conversaba con la persona sentada a su lado sobre su
profesión, marino. Pero, decía que él ya se había retirado de la Armada de
Chile. El otro caballero, también vestido formalmente para
la cena, oía y agregaba comentarios sobre aquellas historias marineras, las que al comienzo parecían ser
puramente técnicas, pero que al fin resultaron tan entretenidas que
me sumé a la audiencia. En el momento que sintonicé, el marino
narraba:
«...el
contramaestre no habría autorizado semejante osadía. Cómo se le
pudo ocurrir a ese arponero intentar bajarse de un buque zarandeado
por un temporal en el Cabo de Hornos para tomar un bote a remos sólo
para ir detrás de una ballena y capturarla. Eso es imposible en la
realidad. No son más que narraciones fantásticas. Yo leí la novela
Moby Dick₁ en uno de
mis tantos viajes en buques de la Armada y ahí se narra algo
parecido». Hizo un
silencio y añadió: «Pero,
como locos hay en todas partes, me han dicho que gente lo ha hecho para callado, como se dice. Créame que yo no me lo puedo explicar, pero mis fuentes son confiables. Recuerdo en una
ocasión en el Mar de Drake con mal tiempo las sacudidas del buque
eran tan violentas por las olas gigantes, que era difícil mantenerse
en pie. Nadie podía salir a cubierta por seguridad. Entonces fui
testigo de la solicitud de un par de marineros dispuestos a bajarse
del buque en un chinchorro₂ para desafiar al león, torear la tempestad, una apuesta tipo
ruleta rusa. Hablaron con el
contramastre».
El narrador se dio
cuenta que yo estaba con la oreja parada. Aproveché que hizo una
pausa y le pedí permiso para una pregunta. Los invitados me oyeron y cortésmente dejaron de hablar para que yo pudiera hacerme oír. Me di cuenta en eso que todos giraron sus cabezas para mirarme. En medio del silencio que se produjo y algo ruborizado le dije a esa persona: ¿qué es un contramaestre?
«Mire
joven, ‒comenzó a
responderme el marino con amabilidad‒,
a bordo el contramaestre es un marino experimentado que conoce el
buque como si fuera la palma de su mano. Él sabe hasta cuántos tornillos
tiene la nave, por ejemplo. Y puede tomar el mando cuando el
comandante se enferma. Un contramaestre es una autoridad en alta
mar».
Y yo seguí: ¿Por qué esos marinos
que usted contó, no se bajaron del buque así no más sin decirle a nadie? Luego de hacer la pregunta me sentí un poco impertinente.
Y el marino en frente
mío me respondió con más seriedad que en su afirmación anterior, porque para él mi planteamiento era grave: «¡Imposible! Bajarse de un buque en plena navegación no es broma. Imaginando que eso llegara a ocurrir, la máxima
autoridad de abordo tiene que saberlo y autorizarlo. En el caso de los aventureros que aquí he contado, ellos habrían quedado abandonados y al garete en medio de la nada o del infierno si lo hubieran hecho para callado. Vuelvo sobre detalles de la situación. El contramaestre guiaba el buque en esa oportunidad porque el
comandante se mareó y tuvo que encerrarse 2 días en su camarote.
Son cosas que pasan, porque los marinos también somos seres humanos. Ocurrió que un grumete y un guardiamarina querían demostrar su valentía
bajando al mar embravecido en el chinchorro. Aprovecharon que
el capitán no estaba y creían que convencerían fácilmente al
contramaestre. Pero, el hombre se tomó la cabeza a dos manos y los
mandó castigados a las bodegas. Es una osadía sin nombre, les dijo.
Qué se han imaginado, el mar se los traga a la primera y con la
autorización mía, los siguió recriminando. ¿Qué le respondo yo a
la Armada y a sus familias si mueren con toda seguridad en el
intento? El contramaestre los liquidó con esa pregunta. Yo lo vi. Esas tonterías ocurren con los jovencitos que se las dan de valientes y se desafían
unos con otros sin considerar las consecuencias».
La
cena de onomástico terminó cerca de la medianoche, regresamos a nuestra casa en calle Alcázar, distante un par de cuadras. Debe ser
entrenido ser amigo de un contramaestre, pensé a mi edad de
entonces, para hacerle hartas preguntas y oír más historias de
mares lejanos.
₁ Novela
del escritor norteamericano Herman Melville publicada en 1851 que
narra la travesía del buque Pequod, comandado por el capitán
Ahab a la captura de la ballena blanca Moby Dick, título de la obra. La situación que menciona el marino de Penco en nuestro relato aparece en la página 320 de la edición 2004 de Collector's Library del libro, versión en inglés (foto). El trozo de texto es el siguiente:
"Certain. I've lowered for whales from a leaking ship in a gale off Cape Horn".
"Certain. I've lowered for whales from a leaking ship in a gale off Cape Horn".
("Cierto. Me he bajado de un buque haciendo agua en medio de una tormenta para capturar ballenas a la cuadra del Cabo de Hornos").
₂ Un chinchorro es un bote a remos que llevaban los buques de la Armada para realizar tareas menores.
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