sábado, febrero 27, 2021

UN RECUERDO DEL TÍO FLAMINIO QUE RECIBÍA A TODOS SUS SOBRINOS EN SU CASA, CERQUITA DE AGUAS SONADORAS

                                        ROA EN EL CAMINO REAL O DE VILLARRICA.         
         

Por JUAN ESPINOZA PEREIRA (Docente), desde Atacama

     Si hay algo que la humanidad ha aprendido a aceptar es que la realidad está en constante movimiento, lo planteó Heráclito en el siglo V ac, posteriormente los filósofos del siglo XIX nos señalan que “todo lo sólido se diluye en el aire,” lo que provoca espanto en el pensamiento conservador, se remata en el siglo XX con el pensamiento de Bauman quien nos demuestra que toda la realidad es líquida. Ya nada se conserva, todo se transforma (Lavoisier) y se crea podríamos agregar.

      El pensamiento posmoderno nos ha enseñado que la realidad es una constante construcción social, creada por los grupos humanos cuando significan su(s) espacio(s), así es como nace una sociedad, un grupo humano; es el momento donde nacen los lugares (naturales o sociales) que pasan a constituirse en espacios de socialización, de diálogo y reproducción social. Esta creación de espacios le pertenece a una(s) generación(es) y tiene significado para esa población y a la vez es significativa, es decir, tiene valor; a partir de este espacio las personas construyen sus vidas e intentan trascender a nuevas generaciones.

     La anterior perorata, es para hablar, desde la distancia y en Pandemia, de Penco; si me detengo un poco porque me han preguntado ¿de cuál Penco hablas? Entonces, recurro a ese brevísimo marco conceptual primero, habré de hablar de la ciudad en la cual estuve habitando y que después de 36 años fuera de ese terruño, mis lugares hoy son no lugares para las nuevas generaciones. Claro todas las significaciones que en su tiempo hicimos sólo son válidas y significativas para aquellas generaciones que habitamos ahí y que con el transcurrir del inexorable kronos han dejado de ser significativos. A modo de ejemplo: ir desde Penco a Roa en las décadas de los ’70 y ’80 para un grupo de niños-jóvenes implicaba hacer un viaje de exploración e ir pasando por lugares que ya habían sido significado por otras generaciones. Iniciar el viaje tenía dos alternativas una oficial: desde calle Cruz se ingresaba al Camino Real que para muchos era ingresar al mundo de la colonia, una cuesta con murallones y todos soñábamos con llegar a la Patagua para disfrutar de la exquisitez de las frutillas, las mismas que comieron en Europa allá por los mil quinientos. Otra forma de ingresar al campo, menos oficial era hacerlo por el lado del cementerio parroquial, entonces, cada cierta distancia habían lugares con nombres propios que para los caminantes eran significativos para las alegrías, los miedos o las soledades: “Cruce de Cholle” (fábrica de ladrillos), “Cuesta Villarrica,” “Quebrada del Mono,” “Subida los Caamaño,” “Rucio Artemio,” “Los Barones,” “Primer Agua,” “Bajada de la Culebra,” “Los Cipreses,” “Agua Amarilla,” “El Durazno,” “El Gallo,” “El Caolín,” “Agua Sonadora o Sanadora,” y ahí se llegaba a la casa de nuestro Tío Flaminio, que se encontraba colgando al lado del camino a Roa; en el cruce se decidía si se llagaba a Roa o se devolvía a Tomé, previo paso por el cementerio “Las Nalcas,” que cuando lo conocí pude ver chemamull en algunas tumbas. Cada lugar antes mencionado era significativo para ese grupo de niños-jóvenes que lo transitábamos, cada lugar con su historia que habíamos asumido y ya eran parte de nuestro existir.

       Pero como dije anteriormente, la realidad es líquida y nosotros los de entonces ya no estamos y esos lugares, hoy son “no lugares” como diría Marc Auge para las nuevas generaciones porque no le son significativos , sólo son espacios transitorios, espacios de anonimatos y sin significado emocional o racional; es muy probable que al hacer hoy la trayectoria nos encontremos con una nomenclatura científica propias del MOP o de las empresas forestales, como sucedió en la ciudad de Penco luego de tsunami, “cuando el mar quiso ir a dar una vuelta a la plaza,” donde desaparecieron algunas esquinas pletóricas de significados (El Ancla, Zunino, San José por nombrar sólo algunos) y hoy, son no lugares porque los nuevos pencones pasan sin detenerse ya que no les hace sentido ese espacio.

      Esta breve nota no es para lamentar, sino para visibilizar que la realidad es construida y que no evoluciona, sino que es construida y significada por cada generación; Penco es el Ave Fénix que renace a partir de algunas cenizas. Entonces, puedo responder la pregunta de mi hijo que es pencón pero que no ha vivido jamás en la ciudad… el Penco que hablo, es de mi generación, cuando al momento de caminar hablaba con las calles y los lugares en los cuales habitaba (década de los ‘60 a los ’70).

      Para finalizar y con el respeto de los lectores, brindo un homenaje a nuestro Tío Flaminio, un viejo lindo que sabía leer los caminos por las pisadas de los animales, leía el significado del viento para aventar, sacador de papas y guía de yeguas y potros en las trillas, el peor comerciante que se haya visto porque creía en el trueque, querendón de su “sobrinaje” y amigo de todo el mundo, quien abandonó el sector de Roa con su muerte en el mes de octubre de 2020, pero que tendrá seguidores por sus dichos y su lenguaje peculiar, porque esta semana nacieron dos criaturas a quienes se les hablará de nuestro Tío Flaminio; aprovecho también de brindar un sentido y honrado homenaje a Penco en su aniversario 471, a la ciudad que me abrigó al momento de nacer, que me permitió aprender a caminar por sus calles cuando niño, que fue mi patio donde jugué cuando joven y que me abrió sus puertas para conocer el mundo.

Un salud desde Atacama a Penco y a todos sus nuevos habitantes y generaciones.      


2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy interesante y trae inmensos recuerdos de mi feliz niñez y adolescencia, gracias por ello.

Unknown dijo...

Que recuerdos,Penco tal cuál como lo describes, hermoso homenaje al tío Flaminio 😁.