Una década después de su fallecimiento, un video testimonial grabado por la familia proyecta la imagen de doña Hilda Medina y trae al pesente el sonido de su voz. En dicha grabación la antigua vecina del barrio San Vicente narra el impacto familar que significó la muerte de su marido a comienzo de los años 50, un drama mayor porque debía afrontar la vida sola y con sus cuatro hijos. Pero, si hoy uno mira con calma su testimonio advierte que el tono que ella emplea para los detalles de esa situación no es de lamento sino de paz y sonrisas, es que ha pasado ya tanto tiempo...
El día del fallecimiento del jefe de hogar Jorge Soto, en medio del dolor y la angustia, ella se hizo cargo de los trámites tanto del velorio como del funeral. La sensibilidad y la solidaridad pencona se manifestaron en el velorio. Numerosas personalidades concurrieron a presentarle sus pésames. Hilda recuerda al capitán de Carabineros a cargo de la tenencia y a otras personas importantes de entonces que la abrazaron y estrecharon su mano. Aquellos, conscientes del drama que se venía a la familia, le ofrecieron ayuda, la que razonablemente estuviera a su alcance. El funeral lo encabezó el orfeón de CRAV. Transcurría el 24 de agosto de 1951. ¿Y a partir de entonces qué? ¿Qué hacer para sacar adelante a la familia? Hilda se armó de valor para acometer esa enorme carga que caía sobre sus hombros: el desafío de la sobrevivencia. Salió al ruedo con resolución para enfrentar a un mundo ancho y ajeno. A Dios gracias en esos años en Penco el mundo no era ni tan ancho ni tan ajeno.
Y ocurrió el milagro porque, como se dice «a nadie falta Dios». El administrador de la Refinería, Desiderio Guzmán le ofreció un puesto de planta en la fábrica. Sin embargo, su mamá la disuadió a que no aceptara un trabajo que le impediría atender a sus hijos, además, le dijo (con los parámetros de entonces) «no es bien visto que una mujer trabaje en la fábrica». Y le ofreció una opción: hacerse cargo del «bolichito» que ella tenía en calle San Vicente. «Tú lo atiendes y lo que ganes es para ti», le dijo la madre. Entonces Hilda comprendió que tenía que dedicar su mayor esfuerzo al negocio que parecía una tabla de salvación. Sin embargo, a todas luces sería sólo una ayuda más que una solución por la ausencia del apoyo del marido.
Una inesperada colaboración se dio días después. Una persona cercana le regaló una pipa de vino para que lo vendiera entre el vecindario ante la proximidad del 18 de septiembre y así obtener algún dinero extra. Ya con la pipa en casa –recuerda Hilda– fue a ofrecer el vino a las bodegas penconas. Pero, las ofertas que le hicieron los bodegueros resultaron desalentadoras. Ella pensó, teniendo muy presente que su «boliche» no contaba con patente de alcoholes, intentar vender el vino ahí. Pero, respetuosa de la ley no estaba en su ánimo cometer una infracción. Fue en ese momento que se acordó del capitán de carabineros y corrió a entrevistarse con él en la tenencia donde le contó todo el asunto. El oficial, con un gran corazón solidario, le dijo que vendiera el vino en el boliche en vista de la emergencia y que él procuraría que la comisión no pasara por el sector en su tarea fiscalizadora. Ambos hicieron los cálculos de cuánto se demoraría en vender el contenido de la pipa. Llegaron a la conclusión: diez días. La autorización informal, de mutuo silencio además, expiraba al décimo día y punto. Hilda regresó a su boliche y ofreció su vino entre el vecindario. La respuesta fue inmediata, la gente venía con chuicas a comprarle para guardarlo para el 18, la pipa se desocupó al tercer día. Le restaban siete para que expirara la autorización temporal. Tenía tiempo para vender una segunda pipa. Así lo hizo y dentro del plazo se terminaron la venta y la autorización. Ganó el doble.
Hoy este relato de un hecho real adquiere caracteres de anécdota pero pone en evidencia dos razones: la rápida acción de una viuda para mitigar el efecto de la ausencia del marido y sobrellevar dificultades; y por otro lado, la decisión humanitaria del jefe policial. Porque si se hubiera negado habría profundizado un problema, en cambio su autorización por un breve plazo resolvió, nadie podría reprochárselo porque aplicó un juicio justo.
Como hemos dicho Hilda Medina partió hace una década, sus hijos y quienes la conocieron en el barrio San Vicente la siguen recordando como un ejemplo de entereza. Se sobrepuso a puro empeño, tanto así que en el video, en que narra esos hechos de su pasado se ve que ella habla con seriedad, por momentos con sonrisas y también alguna risa gesticulando al mismo tiempo con sus manos finas en una conversación distendida. Hilda fue una mujer inteligente, intuitiva, luchadora, nunca se quebró ni se dejó avasallar por la adversidad. Su temple tuvo recompensa porque salió adelante, le ganó al destino.
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La señora Hilda Medina es la madre de nuestro colaborador del blog Abel Soto Medina, el menor de sus 4 hijos.
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