domingo, noviembre 23, 2025

LA CUECA DEL CAJÓN DE AZÚCAR

UNA RAMADA TÍPICA EN LIRQUÉN

 Hace unos días, en una conversación, un viejo amigo de Penco me recordó el chispazo de imaginación que tuvo un vecino nuestro de aquellos años y que expondré más adelante. El caballero era de apellido Gajardo y trabajaba en Fanaloza. Lo recuerdo perfectamente porque usaba una boina algo extraña. Junto con su labor en la industria, para agregar unos pesos al ingreso familiar, el señor Gajardo instaló en su casa un taller de reparación de radios. Sin duda él tenía conocimiento acerca de los circuitos radioeléctricos de los receptores anteriores a la llegada del transistor. Por entonces las radios funcionaban con tubos de vacío para tareas como amplificar las señales de radio, modularlas, hacerlas audibles, etc. Bueno, cuento antiguo. A su casa llegaban clientes con sus radios maltrechas para que el señor Gajardo se las reparara. Un tubo quemado. Dos tubos quemados. Él hacía los reemplazos y las radios quedaban funcionando como nuevas.

    Como el señor Gajardo era inteligente y rebuscaba de dónde obtener más dinero para él y su familia, en un mes de mayo allá por los años 50, me recordó mi amigo que cité el inicio, se le ocurrió instalarse con una ramada para el 18. Eso es harto trabajo pero la recompensa suele ser importante. Sus hijos se pusieron a sus órdenes para avanzar con los trámites, las autorizaciones, etc. Y he aquí, la esencia de esta historia. El señor Gajardo quiso que su ramada tuviera música fuerte. Para ello, su idea era incorporar modernos equipos de audio (que no tenía). Pero se las ingenió. 

    Las ramadas de esos años usaban bocinas para difundir la música. Sin embargo, el señor Gajardo tuvo otra idea, bastante más barata a la vez que futurista. Se puso a fabricar amplificadores, apelando a sus conocimientos de radio. Simplemente usó cajones azucareros, que empleaba la Refinería para envasar sus productos. Se consiguió varios a los que les hizo agujeros circulares en la base y les ajustó parlantes de las radios en reparación. Hechas las conexiones alámbricas con una tornamesa los cajones reproducían las pistas de los acetatos con música popular. Su ramada dio que hablar por la novedad de los altoparlantes, que muchos hallaron ridículo. Aún así los cajones resultaron menos chillones que las estridentes bocinas. Los cajones azucareros permanecieron colgando en lugares estratégicos de la ramada a la entrada y en torno a la pista de baile todas las jornadas de fiestas. Al ver tanta creatividad dieciochera, algún compositor popular quizá tuvo la idea vaga de escribir la cueca del cajón de azúcar. Pero, por último movió la cabeza y esbozó una sonrisa de incredulidad.

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