lunes, mayo 08, 2006

BUEN NADADOR ERA "EL MELENA", DEFENSOR DE FANALOZA


(N. de la R. : Esta simpática historia pencona nos la hizo llegar el periodista Max Wenger, gran relator de fútbol y actualmente director gerente de Radio Parque Nacional de Villarrica. Wenger vivió unos años en Penco y es un lector habitual de este blog.)

EL MELENA
¡ Qué raro ¡ podría decir más de alguien.
Creía que la expresión era “la melena” en alusión a cabelleras femeninas o masculinas.
Claro, pero es que en ese momento se acordaba de un personaje que había conocido en Penco, hacía ya tanto tiempo que de la fecha precisa no estaba seguro.
El asunto es que se trataba de un futbolista de apellido Cortés, apodado el Melena, que vestía la camiseta de raso blanqui-azul del Fanaloza, igualita a la de la Católica, con el Sapo Livingstone y todo.
Octavio "Melena" Cortés
Era un fornido zaguero que debía su apelativo a una impresionante melena negra, algo rizada, que peinaba a la gomina y que reflejaba los rayos del sol gracias a la también típica brillantina que siguiendo la moda usaban muchos jóvenes.
A su presencia imponente que se elevaba alrededor del metro ochenta, agregaba el Melena un atemorizante mostacho que, según se decía, terminaba por inhibir a sus rivales en la cancha.
Por aquellos días de verano, solían visitar casi a diario la limpia y blanca playa del balneario, que había sido el destino preferido de “la creme” penquista.
El niño admiraba al Melena. Con su hermanita, caminaban de la mano de su joven madre, en una especie de ritual que cumplían cada mañana con verdadero deleite.
A veces, la breve marcha la hacían por la tarde, en que alguna brisa se empeñaba en asustar a los bañistas con un oleaje de mayor respeto.
Así , que grande fue su sorpresa cuando mientras jugueteaba sobre la infinidad de granos de color arena, vio pasar al trote ágil por entre la gente al famoso deportista a quien sólo había divisado antes en la cancha, y que sin titubear se dirigía derechamente hacia las aguas.
Se quedó mirándolo largo rato a la distancia con verdadera unción, mientras su ídolo de entonces, se internaba nadando con destreza en el océano.
El sol en el poniente hacía brillar más aún su famosa melena negra.
Súbitamente, su admiración se transformó en ansiedad, cuando el atleta desapareció de su vista en la lejanía.
Presuroso se lo comentó a su madre, quien quiso tranquilizarlo diciéndole que era más que probable que el Melena hubiera vuelto a la playa sin que él se diera cuenta.
Por esos mismos días se supo después que el Melena emigró de Penco, por lo que su ausencia agrandó sus aprensiones.
Sin embargo, el Melena no había sido tragado por el mar y disfrutaba de buena salud en el sector pesquero de Talcahuano, vecino frente al mar. Llegó a pensar entonces que lo más seguro era que el viaje lo hubiese hecho a nado, directamente.
El tiempo no sólo cura las heridas, como dicen los que saben.
Comprobó que además termina por encontrarle explicación a casi todo.
Lo pensó porque hace poco, de paseo por el centro de Concepción divisó al Melena, con el cabello igual que el suyo, luciendo ya como si la espuma de las olas hubiese teñido sus cabezas.
Decidido, se acercó al “crack” de otrora y le contó la anécdota que lo tenía como protagonista. Al escucharlo, el Melena sonrió aunque con cierto pudor quizás por haberle provocado temor con sus audaces incursiones marinas.
Le explicó entonces que era cierto que se internaba demasiado entre las olas y le confidenció que él mismo casi perdía de vista a los bañistas. Le contó que tenía como hábito, cuando el cansancio ya asomaba, dejarse llevar por las olas en diagonal hacia Playa Negra, un par de kilómetros al sur, lo que el niño no había ni remotamente alcanzado a sospechar.
Fue así como al cabo de varias décadas, el propio Melena se encargó de cerrar esta pequeña historia infantil.

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