jueves, junio 01, 2006

LA TENTACIÓN DEL TRENCITO DE LA REFINERÍA


Nuestro colaborador Max Wenger nos narra aquí una historia acaecida en Penco mientras funcionó la refinería de azúcar. Es un relato que evoca una experiencia infantil --no sabemos si fue como testigo o como protagonista-- que pudo tener un desenlace grave, pero que nos cuenta acerca de una realidad que ya no existe. Es una historia vinculada a un tren industrial muy característico en Penco durante sesenta años. Agradecemos a Max transportarnos en el tiempo y rescatar de este modo fragmentos olvidados de nuestro pasado pencón. La imagen escogida aquí para ilustrar excede el tamaño del objeto de esta historia.

EL PUÑADO DE AZÚCAR
Por Max Wenger M.

Se llamaban Laura y Olga y tenían una hermana cuyo nombre no recordaba(*). Como ellas lucían siempre muy bonitas, compuestas y relucientes, la gente las nombraba por sus diminutivos.

Era parte del paisaje urbano de entonces verlas cruzar por calle Talcahuano, desde el sector del muelle hasta la Refinería. El recorrido lo hacían lentamente, como si quisieran que las admiraran en cada detalle.

A la muchachada le gustaba esperarlas, sobre todo cuando iban hacia el recinto industrial, porque la carga que llevaban los cautivaba más que ellas mismas.

Laurita y Olguita no eran otra cosa que dos locomotoras a vapor que arrastraban una hilera de carros descubiertos. En sus plataformas transportaban sacos de azúcar amarilla sin refinar que venían probablemente de la caribeña Cuba de los años 50.

Era un convoy pequeño en longitud aunque utilizaba una trocha corriente, del mismo ancho que los trenes convencionales. Los gruesos rieles estaban adosados a durmientes que descansaban a unos 50 centímetros bajo la solera y la vereda paralelas a la línea férrea.

Cuando los chiquillos olfateaban la carga amarilla, como verdaderos enjambres se lanzaban al acoso de los carros para extraer la golosina que se les brindaba con harto riesgo, pero gratuitamente al fin y al cabo.

En una tarde soleada de otoño, un chico poco avezado en el menester, desoyendo severas advertencias, no resistió a la tentación. Con el impulso de sus cortos años, se sumó a los que ya corrían junto al tren recogiendo puñados de granitos dorados que más encima despedían un aroma irresistible.

A esa hora algunas vecinas aprovechaban los rayos del sol en la puerta de un almacén y observaban el paso del tren y las piruetas de los muchachos.

El pequeño desobediente se propuso también conseguir un premio, pero su falta de destreza lo hizo tropezar en el borde de la solera y caer junto al riel bajo el carro en marcha.

Las vecinas testigos de la escena dieron un grito de espanto, adelantándose a lo que seguro era una tragedia.

Sólo su instinto de auto-protección en un rápido reflejo, había hecho al niño encoger sus piernas que habían quedado sobre el acero a poca distancia de las ruedas traseras del último carro.
El chico esperó inmóvil unos segundos a que rodara lo que quedaba del tren y luego se incorporó y salió corriendo hacia su casa.


(N. de la R.: (*) La tercera pequeña locomotora refinera se llamaba "C.Werneking".)

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