miércoles, junio 21, 2006

"TERRORÍFICO" CORTEJO NOCTURNO POR CALLE ALCÁZAR

No me es fácil recordar esta historia, porque ha transcurrido tanto tiempo. Pero, fue como un cuento creado por Edgar Alan Poe narrado por Orson Welles, aunque en la realidad, la trama la relató el atleta Rolando Sandoval.

Sandoval era agudo y tenía sentido del humor. Por eso una noche, congregados un grupo de niños, nos dijo que nos iba a contar la historia que le ocurrió ahí en calle Alcázar. Con el solo anuncio de su cuento, todos nos pusimos en guardia a oír y a imaginar.

Rolando captó nuestro interés y partió diciendo: “La otra noche venía muy tarde de mi trabajo caminando por calle Freire. No andaba un alma. Serían eso de las tres de la mañana. Estaba nublado y muy oscuro, teniendo en cuenta que hay tres ampolletas del alumbrado público por calle y que dos por lo menos están quemadas. Al llegar a la esquina de Alcázar, doblé y apuré el tranco para llegar luego a la casa.”

Se puso bueno el cuento, pensé entonces. Y noté que esa noche de invierno, como ocurre en el sur, llovía fuerte. O sea, la hora y las circunstancias sintonizaban con el ambiente que nos describía el narrador y éste prosiguió:

“Sentí un ruido enorme como un trueno que venía del lado de Villarrica. No se veía nada y la calle estaba desierta. Me detuve para averiguar. De pronto el trueno dejó de ser tal y pude identificar el galope de muchos caballos en estampida. Extrañísimo, de dónde salieron esos animales. Pero, no los divisaba, salvo una enorme polvareda que avanzaba por Alcázar hacia donde estaba yo, en la esquina con Freire.”

“De la curiosidad por el ruido, pasé al miedo y corrí para protegerme detrás de un poste del alumbrado. Ahí me quedé esperando qué ocurriría, porque yo no estaba dispuesto a ser arrollado por la estampida”.

“El ruido de los cascos en la tierra dura de la calle se hizo ensordecedor. Me oculté bien. Y pasaron los primeros caballos corriendo desbocados a más no poder. A pesar de la polvareda, vi que los caballos iban todos atados a una pértiga que los unía a una enorme carroza negra. Los animales iban cubiertos por una malla oscura, con crespones. El vehículo era un carro mortuorio con cuatro ruedas enormes con rayos de madera. Divisé a un caporal vestido de negro a quien no había visto nunca de aspecto feo y tétrico, y que azotaba a las bestias para que corrieran más rápido. Cuando terminó de pasar este atemorizante cortejo, me di vuelta para mirar hacia dónde se dirigía. La carroza se perdió en la polvareda y en la noche y me pareció que dobló antes de llegar a la línea rumbo al cementerio. Minutos después todo quedó tan quieto y solitario como antes. Helado de puro miedo me fui a mi casa. Lo conté al día siguiente y nadie oyó nada del galope de los caballos y la tremenda crujidera de la carroza.”

Rolando terminó su historia. Muchos de los niños que escuchaban se habían ido a dormir. Me di cuenta que el único que se quedó hasta el final fui yo. Nos despedimos y me fui a acostar. No pude dormir tratando de hallar una explicación a tan terrorífico cortejo.

(N.Palma)

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