martes, julio 25, 2006

LAS CORRERÍAS DEL HOMBRE DEL SACO

(Mucha gente de Penco recordará a este personaje, muy bien descrito aquí por nuestro colaborador. Nadie tenía idea de su nombre, pero todos sabían que le decían "el Ñajo". Junto con él había otro que vestía un abrigo café hasta los tobillos, ése era "Flores". Ojalá "el Ñajo" y "Flores" se quedaran en los bosques y no bajaran al pueblo a sorprender y asustar a los niños, pensaba uno. Sin embargo, con cierta frecuencia se los veía en el vecinadario o cruzando la plaza. Pero, mejor, leamos qué nos dice nuestro amigo Max a este respecto.)
(Foto bog.pucp.edu.pe)
¡ AHÍ VIENE “EL ÑAJO” !

Por Max Wenger M.

Corrían los finales de los 40 y Penco estaba próximo ser testigo de los nuevos puentes que cruzan el estero que atraviesa la ciudad.
Recuerdo que justamente fue entrando los 50 cuando el Intendente de Concepción presidió los actos de inauguración del puente de hormigón situado en la esquina de Las Heras con calle Penco. El nombre de la autoridad provincial era don Rafael Ogalde, aparentemente uno de los líderes de las históricas asambleas radicales.
Con mi hermana mayor apenas si tuvimos que dejar el asiento que nos proporcionaba el único escalón que llevaba a la mampara de la casa que habitábamos, justo al lado del Dr. Suárez, para observar lo que ocurría a poca distancia. Desde allí también muchas veces fuimos testigos asustados de la presencia para nosotros atemorizante del “Ñajo”.
Era éste un personaje que al parecer habitaba en el sector alto del pueblo y que no se distinguía precisamente por la pulcritud en su vestir.
En realidad, el “Ñajo” parecía un peón de campo trasplantado a la ciudad: ojotas, pantalón estrecho que llegaba sólo a la altura de la canilla, camisa sin cuello, una chaqueta remendada y ... un sombrero viejo, cuya ala lucía arrugada y dispareja sobre su frente.
Aparte de su atuendo, el “Ñajo” no disimulaba su adicción a la bebida y además tampoco ocultaba la falta de la mayoría de las piezas de su dentadura.
Solía caminar rápido, como si fuera saltando sobre la punta de los pies que a veces olvidaban las ojotas, y en sus espaldas portaba un saco cuyo contenido nunca se pudo conocer, pero que servía muy bien a la especie de mito que lo rodeaba como “el hombre del saco” que acostumbraba a llevarse a los niños que se portaban mal.
Verlo acercarse por la vereda de calle Penco y escapar aterrorizados hacia el interior de la casa, era casi un solo gesto. El drama para nosotros se escenificó cuando una vez comprobamos que la puerta había quedado cerrada y no podíamos escapar.
Discurrimos rápidamente que la salvación estaba en la cabina de un camión de nuestro padre que estaba estacionado ahí mismo . Sin saber cómo nos subimos, cerramos la puerta y nos agachamos para no ser sorprendidos. Claro que no contamos con que el “Ñajo” nos había visto y su rostro curtido y sonriente, apareció pegado a la ventanilla cerrada.
Casi seguro que el hombrecito sabía de las historias que se tejían sobre él y más aún, había advertido el miedo que nos provocaba su figura. Porque, aparte de reírse, no pasó nada más y siguió su marcha en dirección hacia la playa.
Pero, el susto vivido nunca lo he podido olvidar.

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