Antonio se llamaba el hombre que tuvo el valor de crear en Penco su propio servicio de DICOM, seguramente para evitar su bancarrota, --sin pretender con esto justificar tan enojoso sistema público de información confidencial--.
Tenía una carnicería en el local que aparece pintado de verde en la fotografía que acompaña a este texto, en la esquina de Alcázar con Cochrane. Los clientes entraban en el negocio y allí estaba Antonio afilando su cuchillo carnicero contra una barra de metal. Parecía espadachín ejercitándose para un lance.
Atendía bien a sus conocidos y como la demanda de bistecs, osobucos o huesos para sopa era alta y a fin de mes ya no había dinero para pagar en efectivo, Antonio abrió un libro de crédito, con sus respectivas libretas. Así, cada vez que no había plata, el cliente compraba carne y era anotado en el libro con la promesa de saldar la totalidad de la deuda para cuando recibiera su sueldo.
Sin embargo, no todos pagaban según el compromiso, por lo que a Antonio no le quedó más opción que cobrar por la vía de un tipo específico de fuerza: la ignominia. No es que a sus deudores los apercollara a causa de sus olvidos, ideó una forma más efectiva.
En la ventana de su negocio que daba a la calle Cochrane, comenzó a publicar la lista de sus deudores y el monto de la deuda, de modo que todo el público que circulaba por allí se podía informar en detalle. Pero, Antonio, un hombre de mirada franca e inteligente, terminó pronto con esta práctica. Para él bastó con publicar un par de veces. Así sus deudores aprendieron la lección de la vergüenza, siguieron teniendo crédito, y controlaron sus gastos para cumplir a tiempo con Antonio.
1 comentario:
Jajajaja conozcovarios negocios de abarrotes que aun continuan con estas listas publicadas en sus ventanas, lo encuentro genial, pues los caras duras en vez de pagar lo adeudado compran en el local del lado....
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