Carretela repartidora de leche (foto tomada de www.taringa.net) |
Don Arturo y don Lorenzo fueron por largo tiempo los lecheros repartidores de Penco. Como tales se hacían la competencia, aunque tenían la clientela bien repartida. Don Arturo pasaba primero por las calles con sus tarros de leche en su carretela y más tarde lo hacía don Lorenzo en su propio vehículo a tracción animal. Otras veces era al revés. Las dueñas de casa salían a comprar lo que necesitaban en ollas, botellas y tiestos al llamado de un pito. Porque don Arturo y don Lorenzo hacían sonar su silbato parecido al de los árbitros de fútbol cuando avanzaban con sus carretelas de caballos.
Don Arturo venía del fundo Cosmito. Sus tarros lecheros los llenaba con la ordeña de la hacienda y se dirigía a Penco por el camino antiguo, ése que bordea el río Andalién y la línea para entrar en las calles penconas por Playa Negra.
Don Lorenzo (Arrau era su apellido) salía de la calle Cruz con el producto de la ordeña de las vacas del fundo Coihueco. De cuando en cuando ambos repartidores se cruzaban por las calles y se saludaban con exagerada reverencia y acto seguido hacían sonar sus silbatos.
En días de lluvia cerrada, las dueñas de casas que salían a comprar la leche corrían el riesgo de equivocarse de proveedor, porque las carretillas de los dos lecheros eran iguales y porque poseían una lona que servía a los repartidores para cubrir todo el espacio frontal abierto al aguacero. Este parabrisas de lona tenía solamente un agujero cuadrado en el centro, de no más de diez por diez centímetros. Don Arturo y don Lorenzo miraban para adelante por esos portillos, que a su vez les servían de ventana para controlar las riendas.
De allí que la despistada señora Juanita tapándose de la lluvia estiraba el jarro y saluda a don Arturo, pero en realidad era don Lorenzo y viceversa. Con el tiempo, las carretelas de la leche suelta o a granel dieron paso a la modernidad y hoy son sólo recuerdos de las personas mayores de Penco –niños entonces--. Lo último que supe de don Arturo fue que se dedicó a guardabosques de Cosmito, donde vestía gruesa manta de castilla, sombrero alón y pingo engallado. Don Lorenzo, en cambio desapareció silenciosamente de mi horizonte.
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