Cuando hoy la antigua vivificante industria Fanaloza se desploma por la acción de la naturaleza, por el descuido o por el olvido, hay que recordar realidades que afectaron a cientos de sus trabajadores durante su pasado esplendoroso. En la fabricación de loza se utilizaba caolín (arcilla blanca), un recurso extraído de depósitos naturales en los cerros de Penco. Con ese mineral y otros ingredientes se preparaba una pasta gredosa, material con la que se hacían las tazas, los platos, los azulejos y los artefactos sanitarios que dieron vida a la industria y a Penco. Pero, trabajar con caolín encerraba riesgos. El abundante polvo en suspensión en las faenas (mayormente silicato de alumnio) y la falta de medidas de prevención enfermaban a los obreros de silicosis. O sea, trabajar expuestos a esos materiales por espacios prolongados constituía un grave peligro. Había obreros que morían a causa de este mal al pulmón. Fabricar loza sin resguardos adecuados es por tanto una actividad de riesgo para la salud, porque la silicosis termina por ahogar a quienes la padecen, debido a que los pulmones se inundan de partículas microscópicas de sílice cristalina.
Enfrentados a este fantasma amenazante, considerado una enfermedad profesional, tanto la empresa como las organizaciones sindicales tuvieron que realizar acciones para mitigar los costos económicos y humanos de las tareas industriales. Por eso se aplicó un régimen de salud que alcanzaba a todos los trabajadores expuestos al riesgo. Se la denominó medicina preventiva la que consistía en someter a exámenes periódicos a los trabajadores. Quienes primero manifestaban los efectos de la silicosis eran aquellos que presentaban “sombras al pulmón”, según los médicos debido al material inerte depositado en sus vías aéreas.
La preventiva –como la gente llamaba entonces a ese programa de medicina laboral—determinaba el efecto de la exposición al polvo de caolín. Dependiendo de cada situación los pacientes recibían un tratamiento especial. Por esos años funcionaba en el Cajón del Maipo, en Santiago, un sanatorio especial para enfermos al pulmón (foto). Debió existir algún convenio entre Fanaloza, el mencionado hospital y el ministerio de Salud, mediante el cual trabajadores pencones con sombra al pulmón eran derivados a este centro para someterse a largos períodos de recuperación. La calidad del aire cordillerano y las medicinas aplicadas eran el santo remedio que permitía el retorno de los loceros al seno de sus familias en Penco.
Deben ser muchos los parientes de trabajadores de la ex Fanaloza que aún recuerden las largas ausencias de sus familiares, que debieron ser trasladados al Cajón del Maipo en busca de la salud minada por la traicionera fabricación de la loza. Aquellos trabajadores regresaron felices y recuperados. Pero, también existió otra cifra de obreros –silenciosa y desconocida-- que no alcanzó a recibir el tratamiento oportuno con las consecuencias obvias.
Enfrentados a este fantasma amenazante, considerado una enfermedad profesional, tanto la empresa como las organizaciones sindicales tuvieron que realizar acciones para mitigar los costos económicos y humanos de las tareas industriales. Por eso se aplicó un régimen de salud que alcanzaba a todos los trabajadores expuestos al riesgo. Se la denominó medicina preventiva la que consistía en someter a exámenes periódicos a los trabajadores. Quienes primero manifestaban los efectos de la silicosis eran aquellos que presentaban “sombras al pulmón”, según los médicos debido al material inerte depositado en sus vías aéreas.
La preventiva –como la gente llamaba entonces a ese programa de medicina laboral—determinaba el efecto de la exposición al polvo de caolín. Dependiendo de cada situación los pacientes recibían un tratamiento especial. Por esos años funcionaba en el Cajón del Maipo, en Santiago, un sanatorio especial para enfermos al pulmón (foto). Debió existir algún convenio entre Fanaloza, el mencionado hospital y el ministerio de Salud, mediante el cual trabajadores pencones con sombra al pulmón eran derivados a este centro para someterse a largos períodos de recuperación. La calidad del aire cordillerano y las medicinas aplicadas eran el santo remedio que permitía el retorno de los loceros al seno de sus familias en Penco.
Deben ser muchos los parientes de trabajadores de la ex Fanaloza que aún recuerden las largas ausencias de sus familiares, que debieron ser trasladados al Cajón del Maipo en busca de la salud minada por la traicionera fabricación de la loza. Aquellos trabajadores regresaron felices y recuperados. Pero, también existió otra cifra de obreros –silenciosa y desconocida-- que no alcanzó a recibir el tratamiento oportuno con las consecuencias obvias.
2 comentarios:
Interesantes tus artículos sobre Penco.
Interesantes tus publicaciones sobre Penco.
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