Mi interés por el periodismo nació una hermosa tarde de verano en la playa de Penco. Estábamos los niños gozando de la luz del sol, de la arena amarilla y de la suave brisa que venía del mar, fenómeno único de Penco. Seguramente era un día domingo porque el balneario estaba pleno de bañistas, sombrillas, toallas con el ambiente inundado por la música que provenía de los casinos (que hoy no existen). ¿Pero cuál fue la semilla?. Mi madre me la plantó ese día en mi alma infantil. Ella me dijo mirando a un fotógrafo que tomaba imágenes con su cámara: "yo quiero que seas como él, que trabaja para el diario". Me concentré en el hombre: pantalón negro, camisa blanca de manga corta y llevaba corbata. Vi como tomaba fotos y anotaba en un cuaderno. Mi madre me sujetó de la mano, quedó en silencio y ambos seguimos mirando como el hombre de la cámara fotográfica avanzaba entre el público hasta que lo perdimos de vista. Los otros niños integrantes del grupo de bañistas no repararon en la situación y me gritaron para salir corriendo a un chapuzón en el frío mar de Penco.
Semanas después del episodio playero tuve la idea de hacer mi propio diario, contaba con un colaborador entusiasta que me seguía en el plan, Víctor Aqueveque. Me daba ánimos y a él le parecía que con el diario dispondríamos de una nueva fórmula para seguir jugando. Y comenzamos a reportear. El primer día, cuando tomamos el acuerdo, salimos a la calle por separado con el fin de obtener noticias. Yo quedé embobado por un taco vehicular que se formó en la subida del cementerio. Autos y micros avanzaban a un metro por hora, situación por lo demás embarazosa en la cuesta. Corrí para averiguar cuál era la razón del taco, una situación muy rara para la época. Hoy eso no revestiría ningún interés. Corrí y llegué al origen del problema. Un enorme camión arrastraba una pesadísima carga bufando como un toro rabioso para ganarle a la subida y avanzaba en primera marcha reforzada a la vuelta de la rueda. El conductor transpiraba mirando hacia adelante y a los instrumentos. De vez en cuando echaba un vistazo por el retrovisor, sin duda le preocupaba el enorme taco que estaba causando. El problema terminó cuando el vehículo de carga alcanzó la cima. Ese hecho me pareció que merecía un relato entretenido porque nunca se había producido un embotellamiento tan grande y tan premonitorio de modo que me puse a escribirlo.
Esa noche nos juntamos con mi colaborador y conversamos las cosas que habíamos visto. Víctor estuvo muy de acuerdo en que el taco debía ser la primera noticia del diario. Él en cambio descubrió que andaban muchos perros sueltos por las calles. Me dio los datos y yo escribí la historia, lo divertido del caso era que Víctor se conocía los nombres de todos los perros del vecindario. La razón de la noticia era las frecuentes peleas de canes ¿la causa podría ser por la hidrofobia? Buen cuento.
Ambos reunimos seis pequeños relatos. ¿Y cómo los publicamos?, me preguntó Víctor y yo le enseñé mi cuaderno de copia. Debo haber sacado unas diez hojas. Me lancé a escribir en una de las hojas sueltas y con la composición periodística llené las dos caras. Se me ocurrió separar las historias con una línea horizontal. Terminado el primer ejemplar, Víctor y yo nos pusimos a copiar con letra manuscritra y caligráfica (para que todos entendieran) los otros ejemplares. Lo bueno era que teníamos paciencia. Diez ejemplares del diario estuvieron terminados y listos para su distribución al cabo de media hora.
Víctor inquieto me preguntó que cómo se llamaba el diario. Yo sonreí porque el nombre de mi diario me daba vueltas en la cabeza. El Planeta, le dije. A mi colaborador le pareció extraordinario. Esa noche salimos a vender el primer ejemplar de El Planeta. Nuestros vecinos estaban sorprendidos, el más alegre de ellos por mi iniciativa era don Roberto Martínez. Recuerdo que tomó el papel y comenzó a leerlo de inmediato. Cobrábamos cincuenta pesos. No estaba mal.
El Planeta siguió circulando normalmente durante un par de semanas. No siempre los vecinos tenían cincuenta pesos, así que en algunos casos teníamos que regalarlo.
La naturaleza sepultó a mi diario. Justo cuando nos preparábamos para una edición especial con una amplia cobertura en Penco del aniversario del Combate Naval de Iquique, el proyecto se truncó para siempre. Ese 21 de mayo de 1960 sobrevino el terremoto. Aterrados por el fenómeno ni mi ayudante ni yo tuvimos ánimos para nuevas publicaciones. Peor aun, al día siguiente vino el movimiento más fuerte y esa noche tuvimos que arrancar a los cerros temerosos de una salida de mar. Mientras observábamos el desastre desde Villarrica, mi ayudante me preguntó: ¿Y qué vamos a hacer con El Planeta? Lo miré y me encogí de hombros. Fue tal el trauma de los efectos devastadores de los sismos, que estimé que el juego había terminado. Y desde entonces El Planeta no volvió a circular por el vecindario, aunque haya amigos que aún recuerdan la tinta fresca y sus modestas historias entretenidas.
1 comentario:
ese hermoso paisaje,tan estropeado por el terremoto último, daba para soñar con lo que quisieras,recuerdo a un niño jugando a periodista,no sólo a través de un periodico,sino haciendo los primeros programas de televisón,ya más joven,y teníamos que "mamarnos"los noticieros,¿remember you?.
TU ayudante corrió tan lejos de ese terremoto que a Venezuela fue a dar
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