viernes, diciembre 14, 2012

AQUEL VERANO DE 1960 EN LA PLAYA DE PENCO

En el verano de 1960, meses antes del gran terremoto (el mayor del que la Humanidad tenga registro), la playa de Penco se inundó de música: la que provenía de los altavoces de los casinos de entonces y aquella que emitían las radios portátiles. Era una mezcolanza de ritmos y voces. La gente iba a la playa con su portátil recién comprada y ponía la música a todo full. Hacia finales de los años cincuenta ingresaron al mercado de la electrónica las radios a pilas. Antes todos los receptores radiales tenían que estar conectados a la red eléctrica. Pero, cuando irrumpieron masivamente las pilas en la oferta como fuente de energía, de atrás llegaron las radios portátiles y también las linternas pequeñas. A Dios gracias me habían regalado una de esas linternas ese verano, de manera que estaba preparado cuando vino el gran sacudón del 21 de mayo.
Pero, volvamos a las radios. Las marcas alemanas dominaban el mercado: Grundig, Telefunken. La que teníamos en casa usaba seis pilas AA, caras, que duraban apenas una hora. A alguien se ocurrió que esas baterías descargadas se podían recargar echándolas a hervir. Y funcionaba: se podía obtener una carga de yapa de unos diez minutos. Terminado ese tiempo, adiós mi radio.
Pero, la gente llevaba sus portátiles a la playa: era de buen tono, daba independencia, era cool. Quien poseía una de esas radios, parecidas a una maletita, obtenía prestancia, cierta categoría, un grado de distinción. (Las mujeres se fijaban en eso). Su equivalente de hoy sería tener un auto cero K. (Que ya no es gran cosa, pero, en fin, nuevo). 
La playa, entonces, junto con su carga de música popular era escenario de vendedores de helados, de dulces, de sándwiches y de empolvados. Aquellas radios no tenían audífonos. O sea, todos se imponían de lo que estabas escuchando. ¡Súper cool! Pero, siempre había que llevar una carga de pilas de repuesto por lo expresado anteriormente. Las radios portátiles lucían una cubierta de cuero café, como los zapatos. En la zona del parlamente les hacían perforaciones. La nuestra era color crema: Grundig. Nos lucíamos con la radio (aunque sonara por sólo algunos minutos). Había que juntar plata con los integrantes del grupo y mandar a un voluntario a comprar más pilas al Menaje Lina, la tienda de electrónica que la llevaba en Penco. Todavía no se oían los Beatles, pero sí creaciones chilenas: Marcianita y otras. Antes de presentar una canción los locutores leían largas listas de personas que pedían algún tema determinado. Así que primero había que escuchar quiénes habían mandado una carta para solicitar la canción tal o cual y luego de haberse mamado toda la lista, por fin, escuchar el tema. Hoy día, el panorama no ha cambiado mucho: no hay casinos, por tanto no hay música pública. Pero, ¿quién no anda colgado de sus audífonos?

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