Recuerdo que lucía un bigote oscuro. Bien vestido el
hombre, con traje gris marengo y corbata en tono rojo oscuro. No tendría más de
37 años, serio, pero no grave. Llevaba un maletín grande de cuero café lleno de
papeles. Era el cobrador de la electricidad, porque entonces la compañía
eléctrica cobraba su servicio a domicilio. Sólo quienes se atrasaban en los
pagos debían acudir a las oficinas en Concepción ubicadas en la Plaza España,
para ponerse al día y evitar los cortes.
Este empleado de la empresa iba casa por casa, puerta por
puerta, recolectando el cobro del servicio. En el umbral de la puerta informaba
al dueño de casa el costo y le extendía una boleta amarilla alargada que tenía
una banda oscura al reverso, que servía de calco. El dueño o dueña de casa,
según fuera quien atendiera a sus golpes en la puerta, lo hacía esperar un
minuto mientras sacaba el dinero correspondiente de alguna parte y pagaba. El
cobrador llevaba sencillo para dar vuelto. Dejaba el comprobante, se despedía y
se iba para volver al mes siguiente. El hombre de terno oscuro seguía muy
serio su programa de visitas.
Si cada casa pagaba un promedio de doce mil pesos equivalentes en moneda de hoy el cobrador recaudaba un millón doscientos mil pesos (dos mil quinientos dólares) en su maletín de cuero al término de una jornada que incluyera cien visitas. O sea, que esa persona, sin compañía especial de seguridad, y en conocimiento de toda la gente de la cantidad de dinero que portaba, jamás fue objeto de un asalto. Simplemente terminaba su recorrido, cerraba el maletín, se subía a la micro y regresaba a Concepción a rendir el dinero recaudado. Para entonces nadie hubiera imaginado la existencia de los camiones de transporte de caudales y valores. Sorprendente, por decir algo. Increíble que así haya sido, mirado hoy en retrospespectiva y frente a las nuevas realidades.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario