La marcha hacia Primer Agua punto fijado por la jefatura para
establecer el campamento sería al día siguiente antes que rayara el sol. Uno de
los integrantes de mi patrulla, de apellido Cereceda, que vivía en la subida al
cementerio habló con el comandante para pedirle permiso para incorporarse al
grupo de scouts cuando éste pasara frente a su casa en ruta hacia su destino. Así
él se evitaba tener que bajar a calle Cochrane donde estaba el cuartel y
después deshacer el camino andado. El jefe aceptó. Muy temprano la marcha con
mochilas, fondos para preparar comidas, carpas, cordeles, etc. endilgó por el
camino del cementerio. Y al pasar frente a la casa señalada, Cereceda se metió en
el grupo no sin antes saludar al jefe. La patrulla
–Cereceda incluido—prosiguió su marcha forzada interpretando cánticos
escautivos. Luego de avanzar unos cinco kilómetros de los diez que separan a
Penco de Primer Agua, un elemento poco familiar para el grupo (no así para
Cereceda) se incorporó también a la caminata: un perro. El quiltro se hizo el
simpático y de inmediato fue aceptado por los integrantes de la patrulla, más
aún cuando Cereceda lo llamó por su nombre. El animal le cayó en gracia al
comandante puesto que se trataba de la mascota de uno de los integrantes
del grupo. De modo que el perro pasó a convertirse en la mascota de la
patrulla. Moviendo la cola y olisqueando por aquí y por allá marchó con
nosotros haciendo sus gracias, bajo la atenta mirada de su amo: Cereceda. Al promediar las 11 de la mañana llegamos a Primer Agua Abajo, lugar fijado
para instalar el campamento. Mientras nosotros despejábamos el terreno,
instalábamos las carpas, fijábamos el espacio de la cocina, construíamos el
baño, recogíamos leña y hacíamos el fuego para preparar el almuerzo, el perro
de Cereceda jugaba feliz con su amo y con el resto de los compañeros.
Al final del día, el grupo se fue exhausto a dormir luego de
una jornada de actividades extenuantes. El rancho se sirvió a eso de las nueve
de la noche y después, todo el mundo a sus carpas. La diana nos despertó al día
siguiente. Ya en pié y luego del aseo que se cumplió con religiosidad en el
estero que cruza Primer Agua, la patrulla se abocó a la preparación del
desayuno. Unos prendieron el fuego y otros fuimos a nuestras mochilas para
sacar las provisiones reservadas para esa merienda. Pero, ocurrió que que éstas
ya no estaban en su sitio. Se corrió la voz y comprobamos que el percance era
generalizado. El responsable del robo nocturno: el perro de Cereceda, quien a
esa hora dormía plácido luego de haber engullido a discreción la mayor parte de
nuestros alimentos. Como la situación no fue para nada agradable, se le ordenó
a Cereceda corretear a su perro de inmediato. Para enfrentar el problema el
jefe envió a tres voluntarios a Primer Agua Alto distante un kilómetro para
adquirir huevos y pan y así superar la impasse. Desde entonces quedó
terminante prohibido que un scout incluyera mascotas en la delegación.
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