miércoles, junio 05, 2013

PENCO FUE LA CALIFORNIA DEL PELILLO


       La gracilaria chilensis el pelillo crecía como la mala hierba bajo el agua, aferrada a la arena del fondo, desde la desembocadura del estero Penco hasta isla Rocuant. En Playa Negra era un problema entrar al mar sin enredarse entre tanta planta subacuática que ondulaba al compás de las mareas y de las corrientes. El pelillo convertía al fondo marino cerca de la orilla en una maraña de algas color café-rojizo y brillante. Era densa esta pradera submarina que albergaba a peces y crustáceos a discreción. Hasta que llegó la fiebre del pelillo. 

El pelillo aún sirve para obtener unos pocos pesos.
  Los investigadores descubrieron que la composición de la gracilaria chilensis tenía cualidades útiles para aplicar en la industria de los alimentos, la farmacopea y la cosmética. Del pelillo se extrae el agar agar, elemento gelatinoso, transparente e insípido que permite espesar y dar consistencia a otras substancias de uso cotidiano 
      A comienzos de los sesenta (1960) comenzaron las exportaciones a países asiáticos, donde el agar agar es muy apreciado y en Penco se instalaron empresarios que se dedicaron a comprar pelillo a los recolectores para llevarlo al exterior. Lo compraban por kilo. Uno de estos compradores, a quien llamaban el “conejo”, se instaló en Playa Negra. Tenía una báscula y luego de pesar el pelillo seco lo pagaba. Y pagaba bien. En seguida guardaba el producto en una casucha a la espera del camión que venía periódicamente para llevarse la carga. El “conejo” armó toda la cadena de producción. 
        Era una excelente actividad en el verano para jóvenes pencones interesados en ganar unos billetes para disfrutar la temporada. Así entonces el pelillo comenzó a ser el objeto de búsqueda y acopio. La gente venía en bote. Y desde sus embarcaciones extraía el pelillo del fondo usando largas varillas de madera con un gancho en un extremo. Los que no tenían botes (entre ellos, yo), atacaban desde la orilla adentrándose hasta que el agua les llegaba al cuello. Usaban sus manos para enredar el pelillo entre los dedos y cortarlo. Después metían en unas bolsas las algas arrancadas del fondo y se retiraban a la playa para asolear el producto y secarlo. Bastaban un par de horas de lograr el propósito y poder venderle el pelillo deshidratado al “conejo”.

       Al pelillo nos íbamos en grupos. Llevábamos sándwiches caseros y alguna botella de agua para pasar toda la jornada al otro lado del Andalién. Todo el día al sol o bajo el agua sacando pelillo. Más tarde, mientras las algas se secaban al sol abrazador del verano, los palilleros nos jugábamos un partido de fútbol en la arena. Al caer la tarde, regresábamos a casa con harto dinero en el bolsillo y por las noches, a comer un barros luco con una cerveza en el Llanquihue de Concepción con parte de la plata recaudada.

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