viernes, noviembre 29, 2013

¿EL EDIFICIO DEL MERCADO EN ETAPA TERMINAL?

El mercado en los sesenta (Libro de Oro de Penco).
El edificio del mercado hoy.
         Sebastián Parada con sus 23 años era un tipo alegre, juvenil y emprendedor. Tenía una carnicería en el mercado de Penco. Era el puesto que estaba entrando a la izquierda. Detrás del mostrador colgaban desde gruesos ganchos de acero trozos enormes de  vacunos faenados. 
La puerta del mercado, de hermoso diseño, elaborada
en madera, hierro y vidrio.

      Sebastián estaba presto a atender a las "caseritas", siempre con simpatía no falta de malicia. Con su delantal blanco abrazaba los trozos de vacuno, los descolgaba haciendo gala de técnica y fuerza, los ponía sobre el mesón de piedra y seccionaba con cuchillo y serrucho el corte que le solicitaban. Silbando, cantando o echando la talla envolvía la compra en pliegos de papel de diario. Así se estilaba entonces. No había plásticos. Y como tampoco había refrigerador para mantener la carne, Sebastián rogaba que el producto se vendiera rápido. Así y todo, cuando no había clientes, Sebastián se entretenía comiendo sabrosas cholguas con limón que se vendían en los puestos del fondo. El hombre no se aburría.
      Así era el mercado de Penco. Lleno de gente a media mañana. Dueñas de casa con bolsones recorrían el recinto fresco y bien iluminado. Había más carnicerías por todo el contorno del lado izquierdo, más allá del puesto de Sebastián. Si uno entraba al recinto y avanzaba de frente, existía un pasillo central flanqueado por puestos de verduras frescas y frutos de país. Mi amigo Luchito Campos hacía pololitos en el primer puesto de la entrada ofreciendo las verduras de todo tipo, papas, zapallos y lo demás. Así era la parte central del mercado.
Al lado izquierdo estaba la carnicería
de Sebastián.
       Caminando hacia el fondo y en la última línea del lugar, estaban las pescaderías. En unos grandes lavaderos blancos tapizados de azulejos, mujeres llenas de vida vendía pescadas, les quitaban las tripas y las cabezas para envolverlas en el único recurso para ese fin de ese tiempo, decíamos: el papel de diario. También  ofrecían mariscos de Penco: caracoles de mar, pancoras cocidas, machas ensartadas en junquillos, luche, ulte, cochayuyo y hasta cajones con changayes… Ahí se abastecía Sebastián para darse esos plataches de mariscos en su puesto carnicero. Como era un tipo extrovertido, a personas amigas que veía, antes de saludarlas de mano, le extendía una cholgua recién abierta nadando en jugo de limón.
Al fondo, cruzando el pasillo central,
atendían las pescaderías.
   Por el otro lado había vendedores de canastos tejidos en mimbre, yerbateros… Había un puesto de flores por ese sector. Y al salir, como parte del mismo edificio pero de cara a la calle, uno se encontraba con pequeños bazares y tiendas de hilos, agujas, dedales y botones. Don Darío Andrade tuvo uno de esos locales.

       Tal era el mercado de Penco, un polo de atracción, de colores, olores e intensa actividad comercial en especial en las mañanas. Hasta que llegó la modernidad. El recinto se deprimió, no se renovó y salió la competencia: la nueva feria que se instaló en calle El Roble. Hoy el mercado local está cerrado, su interior vacío a la espera de nuevos proyectos que se anuncian que más tienen que ver con la actividad cultural de la comuna que con el pequeño y pintoresco comercio de las "caseritas".

1 comentario:

Mona dijo...

Que hermosas narraciones,que albergan el sentir de un pasado tranquilo y de personas con corazones puros,felices y bondadosos.Añoro,los tiempos idos...Un gran abrazo.