viernes, diciembre 27, 2013

BARRIO DE GENTE DE MAR: EL REINO DE LA PESCADA SECA

Don Raúl Oliveros recuerda la actividad de la pescada seca.
En la casa de los padres de don Raúl Oliveros habían destinado una pieza amplia para almacenar el producto del trabajo familiar: la pescada seca o merluza disecada. Este delicioso charqui de pescado llegó a ser una pequeña industria en el sector Gente de Mar en Penco. Las familias de pescadores de ahí hacían buen dinero procesando los peces que ellos mismos capturaban en la bahía. Les iba bien.
Don Raúl Oliveros recuerda hoy que su familia se iba al atardecer a pescar ya fuera en dirección a Playa Negra o hacia Punta de Parra. “En la noche, luego de echar las redes al mar”, nos cuenta don Raúl con chispeante sonrisa y buen humor, “llevábamos el bote hasta la orilla y dormíamos en la playa a la salida del túnel del tren a la espera de tener suficiente pescada para volver. De regreso, llegábamos remando a la playa de Gente de Mar con el sol alto, principalmente en primavera. Era sacrificado”.
Una vez en la playa, los pescadores vendían peces a la gente que los esperaba, pero parte importante de la faena de captura se procesaba de la siguiente manera:  a la pescada se le retiraban las vísceras ahí mismo en la arena, se lavaban los filetes en el mar y luego se tendían al sol, ya fuera en un sector de la playa o en los cercos de alambre de púas dispuestos para este fin en el sector. Dos días de intenso sol y aire marino y el producto estaba completamente deshidratado. Entonces, venía la segunda fase del proceso, cada pescado seco se golpeaba con un martillo contra una piedra, las carne rosada se tornaba blanca por efecto de los martillazos. Esta faena era la más monótoma, pero daba resultados. Al poco rato, si trabajaba toda la familia, las pescadas secas, lisas, blancas y estiradas sumaban decenas. Por orden del padre de don Raúl, el producto se ordenaba en fardos de cien merluzas y en una carretilla se llevan los fardos a casa y se disponían en la pieza especialmente habilitada.
Al término del verano comenzaba la venta de los fardos de pescada seca y el resultado era espectacular. Turistas de Santiago que veraneaban en Penco aprovechaban de comprar dos cosas en la ciudad antes de regresar a la capital: adquirían juegos de loza de Fanaloza y cientos de pescada seca.

Pero, ¿cuál era el destino de este producto? Con pescada seca se preparaban apetitosos caldillos muy reponedores al decir de los entendidos, también era la base para un plato de charquicán, sin embargo, los consuetudinarios parroquianos de la bodega de don Leopo afirmaban que una pescada seca desmenuzada y consumida a media mañana era la fórmula imbatible para llamar sed. El barrio de Gente de Mar fue la capital de la pescada seca.

miércoles, diciembre 25, 2013

LA BRILLANTINA, LA PERMANENTE Y SUS IMITACIONES EN PENCO

       Para tener estilo, carácter y destacar por la personalidad en Penco había que estar a la moda. Y la modernidad, lo que se usaba en el mundo de las estrellas, la daba a conocer el cine. Muchos jóvenes asistían a las funciones del teatro de la Refinería a ver las películas, pero también a ver cómo se vestían o presentaban en público los actores y actrices. Ésa era la gente que dictaba la usanza que se debía imitar.

     Uno de estos jóvenes de entonces era Víctor Riquelme, quien cuidaba de su presentación personal y a su vida social le ponía estilo: chaqueta de gamuza con adornos en las mangas, tipo apache como la de los vaqueros del oeste norteamericano (John Wayne) y brillantina para el cabello como lucía Lucho Gatica en las carátulas de los longplays de boleros. Si bien, Víctor no pauteaba la forma de vestir entre sus pares, sorprendía cada vez cuando adoptaba y estrenaba el último alarido de la moda que dictaban las películas del teatro de la Refinería. 


      Tampoco era distinta esta práctica entre las mujeres penconas: ellas querían verse como las niñas de Hollywood. Por eso entró fuerte en Penco el peinado de la permanente tipo Marilyn Monroe. Todas o casi todas querían andar con crespos o con el pelo ondulado. Entonces los salones de belleza introdujeron el servicio de permanentes que consistía de aplicar cachirulos en caliente al pelo de las clientas. No había mujer joven en Penco que  no anduviera con permanente.
La actriz Grace Kelly.
      ¿Y cómo se resolvía el asunto cuando no había plata para ir al salón de belleza o para comprar brillantina? Había soluciones. En primer lugar, comprar una pilsen. Las mujeres le quitaban las chapa a la botella y se mojaban el pelo con la bebida. Alguna amiga acomedida le ayudaba a hacer los rulos y al poco rato, el peinado quedaba fijo, como resorte de acero, no se desarmaba. La pilsen seca fijaba el cabello. Bueno, si no había dinero para comprar una de esas cervezas, bastaba con un limón. Las mujeres y los hombres se aplicaban con las manos el jugo de limón en el pelo, se pasaban las peineta y al poco rato, el peinado quedaba fijo. O sea, aplicarse limón o pilsen y ya teníamos el peinado requerido para salir a la calle o ir a al baile. El problema del limón y el de la pilsen, sin embargo, era que una vez que el pelo se secaba se ponía opaca, no brillaba.
     Pero, existía la brillantina que era lo más recomendable y no tan cara. En la farmacia Méndez, de calle Penco y Freire, la vendían a granel. Había que llevar una botella chica y allí el dependiente medía la cantidad en un jarrito y la echaba al envase con un embudo. En la farmacia siempre sugerían agregarle unas gotas de perfume, por lo que el mejunje final era de color lechoso aromático. La recomendación del dependiente era agitar bien el frasco antes de usar porque colonia y brillantina era como unir el agua con el aceite.
    Una vez vi a Víctor Riquelme comprando este preparado cosmético y más tarde lo vi con su peinado brillante conversando con unos amigos cerca del puente de calle Freire. Si bien, como decíamos, Víctor, a pesar de ser un juvenil buen vecino y deportista local, no dictaba la moda, muchos de quienes lo miraban o admiraban optaban por lavar un frasquito, juntar unos pesos, ir a la farmacia Méndez, comprar brillantina y peinarse con el producto. El pelo quedaba reluciente y oloroso como los actores y actrices de Hollywood. 
        Después de la fiebre de la brillantina, Víctor se puso a la moda también. Fue uno de los primeros jóvenes de Penco en usar botas beatles. 

viernes, diciembre 20, 2013

LA NIÑA QUE VINO A PENCO A CONOCER EL MAR


     De Santa Bárbara, al oriente de Los Ángeles, la trajeron a Penco con la gran promesa de que ella por fin conocería el mar. Eloísa tenía diez años y en casa a su corta edad había oído tantas historias –para ella aterradoras—que ocurrían en el mar desde piratas sanguinarios, varazones de miles de peces y monstruos marinos de las profundidades que emergían con enormes fauces amenazantes. Porque el mar era profundo y quienes tenían la mala suerte de morir allí no aparecían jamás. Le habían dicho a Eloísa que olas gigantes se formaban inmediatamente después de un terremoto y que embestían tierra adentro sin respetar nada. La gente y los animales morían ahogados. Esas imágenes caóticas, -surgidas de relatos aún más caóticos-, nunca vistas por sus lindos ojos claros serían las que ella iba a comprobar llegando a Penco.
     Ese día del caluroso mes de enero de 1956 Eloísa se aferró de la mano de su madre cuando ambas bajaron de la micro en la esquina de Las Heras y Yerbas Buenas. Un grupo de niños y sus familiares aguardábamos su llegada. Luego de los saludos, hicimos turnos para ayudarlas a llevar las bolsas con sus pertenencias a la casa de sus anfitriones en calle Alcázar. La madre de Eloísa explicó allí que una de las grandes expectativas de su hija estando en Penco sería conocer el mar. ¡Por favor, haberlo dicho antes!
   En efecto, bastó con que los niños escucháramos ese íntimo anhelo de Eloísa para que la tomáramos de la mano y la lleváramos corriendo a la orilla de la playa. La niña no alcanzó ni a sentarse para un café en la casa que la había recibido. Nos fuimos trotando por la calle. Eloísa reía nerviosa y esperaba con temor ese encuentro con el mar. Nosotros apuntábamos con el dedo hacia al oeste diciéndole allá está, allá está. Pero, el talud de la línea del tren impedía ver la vastedad de la bahía. Con los otros niños decidimos que la mejor calle para salir a la playa era El Roble. Y por ahí nos fuimos.
     Faltaban unos metros para subir hasta la línea cuando Eloísa se detuvo. La miramos y le dijimos que nos siguiera. Pero, ella no quiso, movió la cabeza y no dijo palabra. Nosotros llegamos a la parte alta del talud y desde ahí tratamos de persuadirla para que avanzara. Así lo hizo, lentamente, paso a paso llegó a unirse con nosotros parados en los durmientes.
     Eloísa levantó la vista y miró temerosa el suave oleaje del mar y sus ojos siguieron la superficie azul hasta chocar con la isla Quiriquina y de ahí más allá. Nosotros la contemplábamos. Y notamos que sus ojos claros se llenaron de lágrimas. A su pequeña memoria llegaban todos los monstruos marinos y piratas sanguinarios que ella oyó de sus mayores en su casa natal. Los niños también quedamos mudos al comprobar la emoción de nuestra amiga visitante. Ya sin prisa ni presiones, la tomamos de la mano y la invitamos a bajar hacia la playa. Ella nos siguió cautelosa. Nos quitamos los zapatos y metimos los pies en el agua. Ella nos miró, en seguida nos imitó. Avanzó con sus pies llenos de arena y chapoteó en la orilla. Con uno de sus dedos de la mano tocó el agua y se lo llevó a la boca, comprobó entonces lo salado que era el mar, tal como le habían contado. Eloísa siguió chapoteando y después con los demás niños hicimos rondas jugando en la arena. Al día siguiente Eloísa regresó a Los Ángeles para contar entre los suyos aquella inmensa experiencia de haber conocido el mar. Seguramente volvió tiempo después a Penco, pero no lo supimos.

domingo, diciembre 15, 2013

UNA TACITA DE CAFÉ DE TRIGO, POR FAVOR

Preparando café de trigo en una callana.
(Imagen: www.ruta-abierta.com)
        En Penco, en ese tiempo, no se conocían ni el café en polvo ni el café granulado instantáneo porque no los habían inventado. En los almacenes se compraba un café molido de marca Sirocco que venía en bolsas selladas de papel. Por algún motivo, para consumirlo, la gente le agregaba un café de higo que se vendía en paquetes tubulares de papel color verde. En las casas existían cafeteras, donde se mezclaban ambos productos. Las cafeteras tenían una manga de tela de algodón que servía de filtro. Luego de hervir un rato, el café estaba a punto para servir. Se escanciaba directamente a la taza. Pero, para los tiempos de las vacas flacas, cuando la plata no alcanzaba para comprar Sirocco no quedaba más remedio que consumir un sucedáneo artesanal y casero: el café de trigo.
Un frasco de café de trigo sobre un tarro de café soluble común junto a unas sopaipillas en una mesa de Chillán.
        Bastaba un puñado de trigo maduro para hacer café. Y para fabricarlo, se usaba una callana que era un recipiente rectangular de lata con una pértiga de palo y un arco de alambre para suspenderlo del techo. Se le allegaba fuego por debajo, entonces rítmicamente se movía la callana desde la pértiga (pa´tras-pa´elante) para que el trigo se fuera tostando lentamente y en forma pareja sobre el fondo de lata caliente. El procedimiento terminaba cuando quedaba completamente oscuro (no quemado). En seguida, los granos morenos iban a un molinillo manual. La harina negra que resultaba era el café o, si usted quiere, un sucedáneo de café. De ahí a la cafetera con agua, a hervir unos diez minutos. En ese tiempo ya estaba listo para consumirlo.
Café en granos de Colombia, al lado izquierdo; "café" de trigo chileno, al lado derecho.
            Antes de escribir este post, averigüé sobre las propiedades del café de trigo. Y me sorprende lo bueno que es. Primero, dicen que es antioxidante, segundo que no tiene cafeína y otra serie de beneficios para la salud. No sé si esta práctica de hacer café de trigo en casa todavía se estila en Penco. Lo más probable es que no, que la gente vaya al supermercado y se compre el frasco de café instantáneo como todo el mundo hace. Sin embargo, ofrecer una tacita de café de trigo, como el espresso, podría ser una alternativa de negocio para quien tenga algún interés emprendedor en Penco, marcaría una diferencia, onda retro, vintage, en estos tiempos de vuelta a lo natural y lo orgánico.
            ¡Servido su café de trigo!

viernes, diciembre 06, 2013

LA RIVALIDAD QUE ANIMÓ LAS OLIMPIADAS DE PENCO




Olimpiada 1968: tiradores de la cuerda desfilan por el centro de Penco.
Había una diferencia implícita y explícita (rivalidad) entre refineros y loceros que se manifestaba en voz baja y a veces a todo grito, principalmente en alguna cancha de fútbol y hasta en alguna bodega de vinos. Los refineros eran un poquito más presuntuosos: vivían mejor, su empresa era más disciplinada e inclusiva. Los obreros loceros, más humildes, juntaban rabia para desahogarse en algún recinto deportivo. Sólo el cuerpo de empleados de Fanaloza se igualaba a sus pares refineros.
El equipo de remeros de la Refinería.
Esta bronca encontró una eficaz válvula de escape en las olimpiadas. Los torneos pencones de las más variadas disciplinas, incluso aquellas no olímpicas, fueron organizadas por CRAV y acogidas con beneplácito por Fanaloza hacia finales de los cincuenta y los sesenta. La refinería tenía olimpiadas internas desde los años cuarenta. Pero, después se hizo extensiva a toda la comunidad pencona. No supe de ninguna otra ciudad de Chile que haya tenido estos torneos. Eran, sin duda, una exclusividad de Penco. 
José Astudillo a la izquierda, participando también en la
carrera de ensacados.
La ciudad completa se involucraba en estas competencias. Las pruebas se realizaban en todas partes dentro del espacio de la comuna: en el fortín (la cancha de la refinería), en los gimnasios de Fanaloza y el Deportivo, en la playa de Penco. Las medallas se disputaban en fútbol, básquetbol, salto alto, salto largo, cien metros, maratón, boga, manejo del hacha, rayuela, tirar de la cuerda, tiro al blanco, brisca y carreras de ensacados. A juzgar por las competencias, parecería que había competidores diestros para cada disciplina. Pero, no era así puesto que quienes disputaban eran trabajadores comunes y corrientes, no especialistas en esos deportes. Por tanto, cobraba pleno sentido el slogan: lo importante no es ganar, lo importante es competir.
La prueba de tirar de la cuerda.
Veamos algunas anécdotas que llegan a nuestros oídos. José Astudillo, el zapatero, por ejemplo era un conocido atleta y defendía los colores de Refinería. Nunca había jugado al fútbol. Pero, tuvo que ponerse la camiseta debido a la ausencia de un jugador del equipo refinero. Lo obligaron a meterse en la cancha. La sorpresa para sus compañeros, para sus rivales y la el público fue que corría tan rápido que no había defensa de Fanaloza capaz de alcanzarlo. Sin embargo, su falta de técnica, no le permitía hacer goles. O sea, su pura velocidad no era una solución para el equipo.
Fanaloza tenía una ventaja clave frente a la Refinería en la competencia de la boga. La prueba consistía en remar desde los hornos caleros para llegar a una meta fijada frente a la Planchada. Los loceros ganaban siempre. ¿La razón? La mayoría de esos trabajadores se habían ganado la vida en la pesca antes de entrar a la empresa, sabía mucho de botes y cómo maniobrar los remos. En cambio los refineros, no. La diferencia se veía en los resultados.
Competidores olímpicos en el centro de la cancha.
El inicio de las olimpiadas contemplaba un desfile de carros alegóricos en el que participaban todos los competidores. La columna refinera la encabezaba el orfeón CRAV. Como Fanaloza no tenía músicos, el desfile lo precedía la banda de la Escuela de Grumetes. Había llama olímpica en el estadio el fortín. Los refineros tenían el orgullo que se expresaba en que ellos endulzaban la vida de todos los chilenos. Pues bien, y aquí la anécdota final de esta historia: en 1970, en el desfile de lo que sería quizá la última olimpiada pencona, Fanaloza desplegó una taza gigante en su carro alegórico principal. Bajo ella se leía lo siguiente: “Aquí es donde muere el azúcar”. Publicaciones refineras posteriores admitieron el ingenio del creativo locero.

domingo, diciembre 01, 2013

ASÍ SE INAUGURÓ LA POBLACIÓN DESIDERIO GUZMÁN

La población en 1961. (Foto Arch. Hist. de Concepción)
         El guarda bosques de la Refinería, que tenía una enorme casa de campo en el sector de Las Bateas, lamentó la orden que recibió de la empresa para que retirara sus vacas y caballos que pacían en  las vegas junto al camino a Concepción en los altos de Penco, porque a la brevedad comenzarían allí los trabajos para levantar un conjunto habitacional. Para el guarda bosques, un hombre rudo que recorría los cerros a caballo, la notificación que a lo mejor llevaba la firma del administrador Desiderio Guzmán no fue ninguna gracia. Porque su gente ordeñaba las vacas ahí mismo. Transportar la leche en botellas a casas de familias, sus clientes, en el Recinto era una corta caminata por un sendero a través del bosque que desembocaba en la iglesia de Cristo Redentor. Tendría que trasladar la actividad lechera hacia alejados y escondidos valles cerro arriba, hecho que haría más pesado el trámite del reparto de botellas a domicilio.
Concurrencia en el día de la inauguración.
(Arch. Histórico de Concepción)
         
En efecto, los trabajos para urbanizar las vegas donde se instalaría la población se iniciaron hacia fines de la década de 1950. Primero, se trazaron las calles y después se instalaron las soleras. Sin embargo, la tarea de urbanizar tropezó primero con serias dificultades para construir el alcantarillado. La tierra suelta se desmoronaba sobre los hoyos hechos con pala y picota y las lluvias inundaban los agujeros con el aspecto de profundas trincheras llenas de agua. Hubo que lidiar por meses para ganarle a la naturaleza y habilitar ese servicio.
        La empresa CRAV encomendó su proyecto urbanístico a la oficina de arquitectos Santiago Roi y Ricardo Hempell. Para las casas, la refinería pidió que se utilizaran las últimas tecnologías en materia de construcción de viviendas. Fue así como se usó por primera vez en Penco la fibra de vidrio para aislar el ruido y la temperatura entre los espacios interiores y el exterior. Don Desiderio Guzmán seguramente dio personalmente su aprobación al diseño de las casas teniendo en consideración que la modernidad se acercaba a Penco a pasos agigantados. Las viviendas tendrían que ser amplias, cómodas, dignas y con estilo, todas de una planta con la opción de futuras ampliaciones. 
La ceremonia congregó a mucha gente en el sector.
(Arch. Histórico de Concepción).
         En el intertanto, obreros forestales se hicieron cargo de cortar árboles allí donde el proyecto contemplaba la instalación de casas. A golpe de hacha (no se conocían las moto sierras) pinos y eucaliptos fueron cayendo uno tras otro. El guarda bosques, que observaba, no imaginó que la tarea de los forestales, limitada a la creación de pequeñas superficies habitables, con el tiempo continuaría hasta hacer desaparecer el último de los añosos árboles que rodeaban el sector.
       La población se llamaría Conjunto Habitacional para Obreros de la Compañía Refinería de Azúcar de Penco. La construcción, sin embargo, sufrió una demora a causa de los violentos terremotos del 21 y 22 de mayo de 1960. Pero, por otro lado, también se hacía urgente terminar las casas para entregarlas a las familias, muchas de las cuales, vivían en unos pabellones básicos de ladrillos en la calle San Vicente entre Freire y la línea férrea. Hasta que por fin, la fría mañana del 7 de octubre de 1961, se procedió a la inauguración de la obra. Fue un acontecimiento en la historia de Penco. De Concepción asistieron autoridades y el anfitrión fue don Desiderio Guzmán  quien pronunció el discurso inaugural ante centenares de personas presentes.
      La Refinería, de algún modo, estaba respondiendo a sus obreros y sus familias, que habían quedado afuera de los planes del Recinto. Alrededor de las 12 de ese día se izó el pabellón patrio, se interpretó la Canción Nacional y se participó en la liturgia de bendición del conjunto habitacional.

       Una vez que sus nuevos moradores se instalaron en ese ámbito campestre, comenzó el paulatino desarrollo urbano del sector. El día de la inauguración, el guarda bosques terminó de arrear las últimas  vacas hacia un nuevo lugar habilitado para la actividad lechera en los faldeos del cerro Copucho. Aunque la medida le incomodaba, pronto se dio cuenta que con la nueva población se le abría un nuevo mercado para su negocio de la leche.