sábado, marzo 28, 2015

EL DURO OFICIO DE AQUELLAS MUJERES QUE LAVABAN ROPA EN PENCO


P
ara las dueñas de casa de Penco lavar fue siempre un "cacho" hasta que las máquinas lavadoras y las secadoras entraron en el mercado como un aluvión. Antes ellas le sacaban el cuerpo a la obligación de lavar por lo sacrificada y aburrida. Así la ropa sucia se iba juntando en grandes rumas en los hogares. Esta situación por sí sola creó el oficio de lavandera, mujeres que prestaban el servicio de lavar ropa. Y las había de dos tipos, una las que llevaban la ropa sucia ajena para lavarla en sus casas; y la otra, era el lavado a domicilio. Un trabajo no apetecido, de baja remuneración y harto sacrificio.

Aquellas que lavaban en sus casas tenían las herramientas: una artesa o batea de madera, una tabla para restregar y una escobilla de mano con cerdas de escoba. La ropa la remojaban en abundante agua y detergente en la artesa y luego venía el refregado con la escobillas contra la tabla de lavar. Dependiendo de la cantidad de mugre, el agua sucia quedaba de color gris. La lavandera entonces quitaba el tapón de la batea y el agua se iba por gravedad, caía a una acequia y el curso seguía hasta la calle. El agua sucia corría por la calle y se iba a la pozos de aguas-lluvia. Después venía el primer enjuague en la misma artesa, el segundo enjuague y a colgar la ropa en largos alambres en los patios. El viento pencón hacía lo suyo y a las pocas horas las sábanas estaban listas para ser entregadas a la clientela. El resto de la ropa también. Las camisas se planchaban, lo demás iba así no más. A menos de una cuadra de la plaza de Penco se veía la evidencia de esta actividad emprendedora por la calle Las Heras –cuando lucía adoquines-- donde sus cunetas estaban la mayor de las veces cargadas de agua fétida.


Las lavanderas a domicilio tenían menos recursos. Iban de casa en casa prestando sus servicios. Se instalaban a lavar todo el día. Sus manos sin protección permanecían metidas en el agua con detergente (lavasa) restregando y restregando. Al final de la jornada se retiraban agotadas de tanto estar de pie, e inclinadas aplicando su fuerza sobre la tabla de lavar. Pero, regresaban contentas a sus modestos hogares con algo de dinero y con la esperanza de obtener algo más al día siguiente en otra casa pencona. 

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