jueves, abril 30, 2015

LAS TINTORERÍAS DOMÉSTICAS EN PENCO


Las modernas tintorerías no se conocían entonces, menos todavía en Penco. Había un par importante en Concepción: Limpiatex era una; Olimpia, la otra. Sin embargo, en la ciudad penquista también había más de estos negocios pero de menor monta. En esas empresas teñían y limpiaban los textiles que usted pidiera.
 
En Penco, la gente ensuciaba sus ropas con frecuencia porque había grasa por todas partes: las cortinas metálicas de los almacenes estaban embadurnadas con lubricantes negros y espesos. Si alguien entraba allí corría el riesgo de recibir una mancha rebelde. Y había otra serie de fuentes para untarse o mancharse. La edad industrial que se tuvo una potente expresión en la comuna ofrecía más opciones para sufrir uno de estos accidentes que hoy en día. Así, la gente lucía los vestones o los pantalones manchados como resultado del entorno… Y qué decir de las micros sucias por dentro, las carretas de mano y la  lubricación de sus ejes, etc. Ir en tren significaba ensuciarse por el humo del carbón o porque las bielas de las locomotoras aceitadas dispararan gotas calientes y penetrantes en todas direcciones. En ferreterías como El Ancla, ubicada en Las Heras esquina Robles, vendían dos tipos de grasa: una negra y espesa que parecía alquitrán y otra rubia, que la llamaban grasa consistente. Don David Queirolo las tenía expuestas en barricas de madera en la puerta del negocio. Los campesinos le compraban ese producto a granel para engrasar sus carretas y lubricar otras herramientas de labranza…
A ese panorama descrito hay que agregar las manchas propias de otras actividades como las fiestas, las reuniones sociales, las cenas. En esos casos, por ejemplo, un trozo de carne desprendido del tenedor que rodaba por la pendiente de un pantalón dejaba una mancha feroz. Una copa de vino pipeño que alguien sin querer pasaba a llevar mojaba a los comensales. O sea, manchas feas aquí y allá. Los ternos, los ambos y los trajes sastre no podían lucir esas sombras grasientas. ¿Qué hacer?
La necesidad hizo que en Penco muchas personas se dedicaran a este oficio quienes ponían carteles en sus ventanas “limpiamos trajes”, “saque sus manchas aquí”. Nacieron, por así llamarlo, las tintorerías domésticas. Mi vecina María Ortiz, por ejemplo se dedicaba a esta actividad. Ella era una maestra en dejar los ternos, los ambos y los trajes sastre como nuevos gracias a su técnica. Para retirar las manchas se usaba bencina blanca. Ella tenía su botella de este producto con grandes cantidades de algodón. Los días soleados ella se instalaba a limpiar ropa sobre una tabla de planchar en la puerta de su casa. De ese modo los efectos de respirar bencina blanca eran menos molestos. Cuando lo hacía en espacios cerrados corría en riesgo de dolores de cabeza. Impregnaba las zonas manchadas con el combustible que de inmediato disolvía la grasa, entonces María aprovechaba la humedad para retirar los residuos con los algodones. Esta tarea le llevaba horas. Hasta que por fin terminaba. Tendía la ropa al aire para que se le fuera el olor y más tarde se instalaba a planchar. Dejaba los trajes impecables. La gente valoraba su trabajo y cada vez clientes conocidos venían a su casa a pedirle que les hiciera limpiados. Hoy en día, esa práctica parece olvidada…

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