jueves, octubre 01, 2015

LA MUERTE DE UNA VENDIMIADORA DE ROA

Un descanso cerca de Primer Agua de funerales rurales camino a cementerio parroquial de Penco.
          Hay gente que confunde las cruces a las orillas de los caminos polvorientos. Creen que son memorias de “animitas”. Según mi entender, estas últimas recuerdan el lugar de un accidente fatal, marcan el punto donde una persona pasó a mejor vida en circunstancia trágica. En cambio, las cruces en los recodos a las que nos referimos acá son los llamados “descansos”, el sitio donde un maratónico funeral detuvo su andar por un momento para tomar un respiro antes de seguir marcha al cementerio. Los familiares del difunto marcan después ese lugar con una cruz de madera. Si usted va por el camino de Villarrica hacia Agua Amarilla, va a ver uno de estos descansos poco más allá del cruce sobre nivel de la ruta del Itata… Digamos que ésta es la introducción de la simple historia que conocimos cuando visitamos una casa para tomar fotos en el alto de Primer Agua y que narramos a continuación.

         Era el mes de abril de 2015 y allí nos contaron de la triste noticia de la muerte de una vecina que había ocurrido el día anterior. La dueña de casa nos decía que le parecía increíble que esa señora hubiera muerto si tan sólo dos días antes la había visitado y estaba tan bien, no tendría más de 50 años, nos contó.
Un campesino nos indica el lugar donde queda la
casa de la difunta vendimiadora.

        ¿Y cómo fue que se produjo la desgracia? Eso era muy difícil de comprender y menos de explicar. Pero, la relación de los hechos según los primeros testimonios fue que la fallecida había participado el día de su muerte en una agotadora jornada de vendimia en una viña cerca de Roa. Junto con un grupo de mujeres de Primer Agua aceptó la oferta del patrón para vendimiar a cambio de una paga. Así que ella se decidió a participar como lo hacía todos los años en el mes de abril. Esa mañana el patrón pasó en una camionera recogiendo a su gente temporera y se fue con ellas a la faena de vendimia.

           La jornada, sacrificada por cierto, transcurrió trabajando bajo el sol abrasador. Hombres y mujeres, mayores y jóvenes, cortaban los racimos, los metían en un cajón y los llevaban por sus medios al pesaje. Tallas, de por medio, de todas maneras porque si bien sacrificada la vendimia es también una fiesta: buen desayuno, contundente almuerzo y a la loma, a recoger uva.
Vendimia, bajo el sol ardiente de abril en el área de Portezuelo.
          La vecina, de nuestra historia, participó de las bromas, pero de vez en cuando le decía a sus compañeras que sentía un dolor de cabeza; igualmente cumplió como todos los demás y se anotó para el cobro al final de la vendimia. Cuando caía la tarde y luego de ocho horas de trabajar y trabajar a cielo descubierto, el patrón dispuso su camioneta para llevar de regreso a sus casas a los vendimiadores. El viaje de vuelta, como siempre, estuvo lleno de abromas y chascarros. Nuestra vendimiadora le dijo a sus amigas que cuando pasaran por la casa de su hija, ella le haría una broma. “Ustedes le dicen: tu mamá se quedó dormida en la camioneta. Y yo me cubriré la cara con mis manos haciendo como que estoy durmiendo”. Todas estuvieron de acuerdo y así lo hicieron. Le dijeron a su hija lo que ella les había pedido como parte de la broma. “Cómo es que mi mamá se queda dormida con tanta facilidad”, comentó la hija sin comprender la chanza al tiempo que se acercaba a la camioneta para despertarla. Allí estaba su madre, acurrucada y con sus manos cubriendo su cara. “Ya mamá, despierta”, le dijo. Pero, la mujer siguió inmóvil. Todas las otras rieron y celebraron. Pero, ella no se movió. De las risas pasaron a la preocupación, le dijeron “ya pues, vecina, se terminó la broma”. Y entonces con estupor se dieron cuenta que la vendimiadora estaba fallecida… La condujeron al hospital de Concepción, donde sólo constataron que estaba muerta.

Vendimiadoras, alegres recolectoras de uvas, en el área de Portezuelo. Imagen referencial.

          Por ese motivo, la dueña de casa de los altos de Primer Agua no hallaba explicación para una muerte tan súbita, tan inesperada en una mujer joven y trabajadora. Ella nos dijo que en el hospital indicaron que la causa fue un derrame cerebral. Esa noche, después de nuestra visita para las fotos, ella y su marido asistirían al velorio en la casa de la difunda a poco más de dos kilómetros de ahí, en un valle hacia el este, entre bosques. El funeral, nos dijeron, sería en 48 horas. Aquel debió ocurrir como nos informaron. Y, sin duda, una cruz clavada en un árbol por sus parientes, recordará a la vendimiadora de Primer Agua, en ese rincón del camino que llaman “descanso”. Nosotros nos fuimos de allí con un dejo de amarga emoción, porque de algún modo y sin haberla conocido nos tocó de cerca el episodio de la vendimiadora.  

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