Un autocarril en la estación de La Calera. Foto captada por Hart Preston en 1941 para la revista Life. Esta imagen fue facilitada a nuestro blog por ARPF. |
Don Miguel Berríos, gerente de Transportes de la empresa Ferrocarriles del
Estado en Santiago, debió efectuar --como parte de su rutina de trabajo-- una misión inspectiva a las vías ferroviarias del ramal
Rucapequén-Concepción, tarea que inició el 18 de noviembre de 1955. Según
consignó el diario El Sur de la fecha el señor Berríos tenía especial interés
en la revisión del tramo Dichato-Tomé-Penco. Lo que a los lectores del diario les pudo
parecer curioso fue que esa tarea, el señor Berríos la efectuaría en un
autocarril de la empresa. El Sur no entregó más detalles. Por lo que construir esta historia significó suponer algunas situaciones y averiguar
otras.
Gracias a Jaime Robles, presidente de la Sociedad de Historia de Penco (SHP), nos pudimos contactar con el señor Rodrigo Chávez, de la Asociación Regional
del Patrimonio Ferroviario (ARPF). Le preguntamos sobre los usos del autocarril, un peculiar medio de
transporte para los ejecutivos de la empresa de entonces. Pues bien, el
autocarril, según nos dijo, era un automóvil adaptado para correr por los
rieles. La única diferencia con aquellos que van por la carretera radicaba en que no necesitaban el volante para la dirección, ya que ésta quedaba comandada
por las pestañas de sus ruedas metálicas. Pero, en lo demás, todo igual.
Agradecemos esa información técnica.
UN AUTOCARRIL A DISPOSICIÓN
Sin embargo, volvamos al trabajo puntual del señor Berríos
en aquel viaje de 1955. Si él venía de Santiago, lo más probable fue que llegara
a Chillán en un tren de itinerario. Ahí, en la Tercera Zona de la empresa,
dispusieron para él de un autocarril de los mencionados. Subió su maleta al
vehículo menor y en compañía de algún ingeniero chillanejo se dirigió a Rucapequén
para iniciar la inspección. Digamos que en el ramal sólo en Ñipas, Coelemu y Tomé había hoteles. La zona de su recorrido tenía fama de cariñosa en agasajos, especialmente para autoridades de la empresa. Debió haber una que otra invitación a alguna mesa generosa. O sea, todo bien.
Finales de noviembre ya era una explosión de primavera en
esta parte del mundo. El autocarril se detenía cada cierto tramo para que
Berríos revisara el estado de los durmientes, la condición mecánica de los
puentes, las bóvedas de los túneles, los postes y el tendido de alambres de cobre de las
comunicaciones y anotaba todo en un cuaderno. En el sopor del medio día la tarea la realizaba rodeado del
incesante canto de chicharras, los trinos de chercanes, lloicas y zorzales,
además del bullicio de sorprendidos treiles sin contar el zumbido de abejas y
el revoloteo de mariposas. Después, subir de nuevo al autocarril para seguir la
marcha y detenerse en un desvío de la próxima estación para dejar vía libre al tren ramal de la mañana. Cada jefe
de estación querría, sin duda, recibir a un representante de la alta jefatura lo mejor posible. Sabrosos almuerzos daban lugar a constructivos análisis para mejorar el servicio ferroviario. Bueno, también pudo haber convites a la caleta de
Quichiuto, en Tomé, para un refrescante mariscal; al barrio chino en Lirquén
donde las reinas eran las cholguas al vapor; o al casino Oriente en Penco, justo frente de la estación.
REGRESO A LA CAPITAL
Suponemos que una vez que terminó su visita de cuatro o cinco días, el
señor Berríos llegó a Concepción en el autocarril donde entregó las llaves y se
reportó con Santiago. La idea era embarcarse esa misma noche en el tren
nocturno que salía de la estación Arenal, en Talcahuano con destino a Alameda
en Santiago. Sin abundar en detalles lo más seguro fue que el almuerzo del
último día de Berríos en la zona haya sido en el hotel Cecil frente a la plaza España cruzando avenida Prat desde la estación ferroviaria penquista.
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