Enrique Puente y su señora Elena Marín Z. |
NOTA
DE LA EDITORIAL: Enrique «Pin» Puentes, pencón con residencia en Australia,
estuvo de visita en Chile y en Penco en octubre del 2017, por tanto, le
solicité tuviera a bien contarnos sus vivencias y sentimientos de su breve
regreso y estada en el terruño después de una ausencia tan prolongada, para
incluirlas en nuestro blog. Enrique tuvo la cortesía de prepararnos un texto y,
al mismo tiempo en su nota, se refirió en elogiosos términos a nuestras
publicaciones. Nos dijo: «la reiteración de mis congratulaciones por el gran
trabajo que despliegas con tanto cariño, para rescatar las historias perdidas u
olvidadas de nuestro reciente pasado pencón y en particular aquellas que
resaltan con tanta propiedad el lado humano de sus personajes que tan hondo
calaron en la vida pueblerina de nuestros mayores, que de no ser por tu
acuciosa investigación y empoderamiento profesional que te dice que estas
maravillosas vidas no deben olvidarse, desaparecerían en corto tiempo del
acervo cultural de las generaciones venideras». Junto con visitar Penco,
Enrique presentó su libro sobre el lado B de Cristóbal Colón, volumen fruto de
una larga investigación histórica. El siguiente es el relato que nos hizo sobre
su fugaz paso por Penco, su ciudad natal.
LA VUELTA AL
PAGO DESPUÉS DE 57 AÑOS
Por Enrique Puentes, desde Australia
Querido y entrañable amigo y
periodista Nelson Palma. Muchas gracias por tu amable invitación a exponer
algunas impresiones de mi viaje a Chile en tu querido Blog de Penco-Chile.
Es difícil explicar el cúmulo de sentimientos, recuerdos y nostalgias, que una persona puede experimentar después de faltar al terruño luego de 57 largos años. En verdad 25 años lejos de Chile y 57 de Penco. Volver al lugar que te vio nacer; recorrer de nuevo el sitio exacto donde junto a nuestros progenitores y vecinos aprendimos a conocer el mundo, dimos nuestros primeros pasos y balbuceos y experimentar la dulce emoción de establecer que aún permanece allí incólume, como si se hubiera detenido el tiempo, la casa que un día cobijó a nuestra familia primigenia. Es una sensación indescriptible que obliga a la mente a rebuscar y traer a flote hechos y situaciones queridas y nunca olvidadas de nuestros afectos y nuestras pérdidas.
Es difícil explicar el cúmulo de sentimientos, recuerdos y nostalgias, que una persona puede experimentar después de faltar al terruño luego de 57 largos años. En verdad 25 años lejos de Chile y 57 de Penco. Volver al lugar que te vio nacer; recorrer de nuevo el sitio exacto donde junto a nuestros progenitores y vecinos aprendimos a conocer el mundo, dimos nuestros primeros pasos y balbuceos y experimentar la dulce emoción de establecer que aún permanece allí incólume, como si se hubiera detenido el tiempo, la casa que un día cobijó a nuestra familia primigenia. Es una sensación indescriptible que obliga a la mente a rebuscar y traer a flote hechos y situaciones queridas y nunca olvidadas de nuestros afectos y nuestras pérdidas.
LA BRISA MARINA DE PENCO
Curiosamente y contra lo que se
puede suponer, son estas reminiscencias
simples, que tienen que ver con una forma de vivir y de redescubrir el proceso
de la niñez en el Penco de 1941 y siguientes, quizás los hechos más potentes
que golpearon mi memoria, así como los olores, sabores y timbres de nuestra
brisa marina, comidas, costumbres y giros lingüísticos coloquiales, con la
carga de saber que ya nada es igual, sobre todo cuando como en mi caso, casi la
mitad de la ausencia transcurre en el extranjero, con otra cultura, distinto
idioma y ajeno por tanto tiempo, a la típica atmósfera y características
amigables de nuestras ciudades y pueblos latinoamericanos. Por eso, cuando se decidió mi viaje a
Chile, a invitación de mis tres hijos chilenos de mi primer matrimonio, todos
ellos profesionales ya consolidados y con siete nietos que no conocía, solo dos
pensamientos presidían el listado de mis prioridades: estrechar contra mi pecho
a mis hijos, a sus parejas y su progenie, en cuya vida laten corazones hechos
con parte de mi sangre, y segundo, viajar a Penco, para sumergirme en sus
calles, acariciar con la mirada sus paisajes queridos, abrazar a los amigos que
aún residen allí y visitar la casa y el barrio donde nací, en Max Grissar 211,
tras la Iglesia del Recinto de la ex
Refinería de Azúcar CRAV, PENCO, para recordar con gran regocijo interior, a cada paso y en cada minuto, tantas
aventuras infantiles y luego juveniles vividas en sus lares, recovecos, playas
y sectores del Penco de esos veinte años anteriores a 1960, donde todos me
conocían como El Pin Puentes.
ENCUENTRO CON EL ALCALDE
Lo apretado de mi agenda de viaje
por Chile durante octubre, me permitió estar solo un día en Concepción y otro
en Penco, donde muy temprano tuve la oportunidad de ser recibido en su despacho
por Víctor Hugo Figueroa, el gran Alcalde del nuevo Penco, con quien nos
escribíamos por varios años y a quien tuve el agrado de conocer personalmente
en su pletórica entrega de servicio
público que le caracteriza y que ha catapultado a la ciudad como una urbe
pujante, independiente y moderna, que junto con el avance e inauguración de
importantes edificios, lugares de recreación pública, mejoras paisajistas y
dotación de beneficios y modernizaciones al engranaje municipal y sus distintos
departamentos, no ha olvidado el rescate de las mejores tradiciones y de su
gloriosa historia, que le entregan a Penco una personalidad distinta y
exclusiva que aplaudimos.
Pudimos en este coloquio, donde
me acompañó mi querido amigo Raúl Moraga Roa que aun vive en el terruño,
compañero de tantas aventuras de colegio y dirigencia estudiantil, de
incursiones en la política local y cómo entusiastas voluntarios de la Primera
Compañía de Bomberos, comprender que este Alcalde valiente y consecuente,
valiente porque enfrenta los problemas y consecuente, porque los prioriza y
soluciona en terreno, establecer sólidos lazos de empatía e intercambiar
nuestros escritos, «El Libro de Oro de la Historia de Penco» escrita
magistralmente por Víctor Hugo y mi obra, «Descubriendo a Cristóbal Colón,
la otra cara del descubrimiento de América», una crónica documental que se
enfoca en resaltar el lado B del personaje Colón y la desconocida trama de lo
que significó la aventura de la gesta invasora de nuestra América, en especial
Chile.
LOS GRANDES CAMBIOS DE PENCO
Pese a que me considero bien
informado, ya que leo y veo las noticias de Chile y me contacto con algunos
amigos de Penco y de Concepción que están en las redes sociales, así como
algunos blogs locales que resaltan su realidad, me sentí altamente sorprendido
de los profundos cambios ocurridos en el pueblo, donde me costó no solo
reconocer sus calles sino los hitos, los personajes, las entidades, edificios y
comercios de antaño. Ya no estaban sino las ruinas de la poderosa industria
CRAV, que recogía obligadamente la mirada de todo quien venía a Penco desde
Concepción atravesando el puente Andalién,
pasando por el fundo Cosmito y recorriendo sus 11 kilómetros de
escabroso camino empedrado que desembocaba en la caprichosa pendiente de su
curva final que finalizaba en el primer paradero de micros junto al imponente
portal enrejado, que enfrentaba al recordado Teatro CRAV, en un tiempo
administrado por mi padre, y sus instalaciones deportivas.
Tampoco reconocí la obligada ruta
de calles para arribar al centro del pueblo y a la playa, a partir del empinado
laberinto de calles del recinto, en aquel entonces privado, de la población
CRAV, que descendía desde la hermosa
capilla refinera y su avenida principal, que circundando la mole del edificio
fabril y su gran chimenea, conducía hasta la trecha angosta de los rieles del
tren azucarero que desembocaba en su imponente muelle, pasando frente al
tradicional almacén Melitón, la peluquería Molina, el cuerpo de Bomberos, la
Casa Coello, el Mercado Municipal y la
Barraca Contreras para torcer y llegar a la Estación de Ferrocarriles del
Estado, pletórica de locomotoras a vapor con amplia cobertura de trenes en
ambos sentidos que dificultaba el tránsito a la hermosa y popular playa
pencona, su muelle señorial y el histórico Fuerte La Planchada con sus tres
cañones coloniales apuntando al mar. Entonces comprendí, con resignación, que
el Penco de los años cincuenta y sesenta que disfruté, solo estaba en mi memoria
y que era necesario valorarlo ahora a la luz de su nuevo prisma.
PERSONAJES POPULARES AUSENTES
Ya no solo estaban ausentes de la
vida cotidiana sus personajes populares tan típicos y queridos, rescatados en
el tiempo y puestos en relieve tan vívidamente en las páginas de tus crónicas
de Penco, que hacen las delicias de quienes visitamos sus páginas; sino las
arboladas avenidas y casonas coloniales de gruesos muros de adobe y sus
industrias señeras como la cerámica y el azúcar, y antes la pesca y el carbón
que daban brillo y colorido a su naciente sociedad, que el progreso y el paso
del tiempo ha sumergido en el olvido, como ha ocurrido también con los milenarios bosques de pino insigne que
encerraba por tres costados la ciudadela, hoy en retirada y que han dejado al
descubierto nuevos espacios donde han
surgido nuevos barrios y aparecido cordones montañosos que antes eran senderos
peatonales casi inaccesibles, pero que ahora son atravesados por calles con
veredas y alumbrado, que aterrizan en su Plaza de Armas y alrededores, expandiendo
la ciudad hasta el límite mismo de sus fronteras con las ciudades colindantes
hasta hacerlas irreconocibles.
Enrique Puentes almorzando en el casino «Oriente», junto a él, Raúl Moraga. |
Lo más doloroso fue tal vez
preguntar por los amigos y las familias conocidas de antaño que ya no estaban.
Visité a Luchito Navarrete en su negocio Menaje Lina, y tuve la emoción de
volver a abrazarlo, saber de sus seres queridos y tantos amigos comunes. Por
supuesto almorcé en el Casino Oriente, atendido amablemente por José, el más
joven de los hijos de Emilio al que estuve ligado en tantas actividades
societarias de ese Penco fantasma. José
me contó que el día anterior asistió al sepelio de Enrique Barra, uno de los
pocos que antes de salir de Australia me constaba estaba viviendo aún en Penco
y que yo esperaba saludar. A ambos les pregunté por veinte otros caros amigos
de esos tiempos, pero en su mayoría estaban fallecidos o enfermos, otros vivían
una vida solitaria.
“COLÓN” A LA VENTA EN MENAJE LINA
Portada del libro de E. Puentes, a la venta en Menaje Lina en Penco. |
Le encargué a mi amigo Luis
Navarrete Fehrenberg, que a falta de librerías en la ciudad, expusiera en su
Menaje Lina de Freire 809 algunos ejemplares de mi obra, en el afán que algunos
coterráneos interesados pudieran acceder a mi libro "Descubriendo a Cristóbal
Colón, la Otra Cara del Descubrimiento de América", lo que en mi calidad de hijo
de ese pueblo, me llenaría de gran orgullo
y me haría muy feliz, advirtiendo que no es un cuento ni una novela de ficción,
sino una investigación documental de corte histórico y fuerte crítica
religiosa, respecto al
rol protagónico y nefasto de la iglesia católica
medieval tanto en Europa como en los sucesos que determinaron lo que se dio en
llamar el Descubrimiento de América y el lado B del personaje Cristóbal Colón,
que culminaron en el mayor genocidio conocido de la historia, la pauperización
de las etnias primitivas americanas,
despojo de sus riquezas, el esclavismo y
la destrucción de su cultura y lenguas originarias, historias soterradas por el
paso del tiempo y que los poderes fácticos interesados disimularon y torcieron,
para que los chilenos modernos nada supiéramos de esa tragedia que enlutó
nuestro territorio y que la historia oficial que nos contaron elude
mencionar.
Enrique con Lucho Navarrete en Menaje Lina. |
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