viernes, octubre 05, 2018

CUANDO NO QUEDABA MÁS QUE IR NECESARIAMENTE A PENCO

Los campos de Penco. Vista hacia el oriente desde los altos de Primer Agua.

               Las realidades de los campos de Penco no eran tan apacibles como cualquiera lo hubiera creído. La gente, de aspecto tranquilo, caminaba mucho, ya para ir de visita adonde vecinos, para saludar o informarse de lo que ocurría, para pedir un favor o solicitar prestada alguna herramienta de labranza. Periódicamente también pasaban carabineros a caballo entregando notificaciones o conociendo de tal o cual asunto…
               En esta rutina, movida por lo demás, los moradores de la intrincada zona rural entre Roa y Florida, por el camino de Villarrica (Penco-Florida) tenían a Penco como la última opción capaz de proveerle soluciones a problemas o carencias, mucho más que Concepción incluso, que está a un paso. Desarrollemos más esta idea. Bien sabido es que el área mencionada se conforma de fundos de amplia extensión y también de muchas propiedades menores insertas entre valles, lomas, bosques o chacras. Para esa gente desplazarse desde sus lugares de origen a Penco les tomaba un día entero de ausencia, o dos y hasta tres. Por tal motivo, aplicaban criterios de sentido común para decidir a qué punto geográfico dirigirse para ir descartando. La decisión dependía de la urgencia, llámese salud, las compras o los trámites burocráticos.
               La primera opción era Florida.  Así hubiesen sido patrones o minifundistas del sector aludido optaban por dirigirse a ese pueblo a buscar lo necesario. Si la respuesta en esa comunidad era negativa, quedaba otro lugar en un radio razonable de unos ocho kilómetros y ése era Roa. Porque allí también había a lo menos un almacén y un servicio de atención de salud. Si en este segundo intento tampoco se podía disponer de lo requerido, no quedaba más alternativa que partir a Penco, a unos 30 kilómetros en promedio, donde se iba a la segura.
Roa, a 30 kmts de Penco, era la segunda opción para hallar lo necesario.
               Estos eran viajes silenciosos y rápidos, la mayor de las veces. Para ello, los vecinos rurales bajaban desde los cerros a caballo, los que disponían de ese medio de transporte, o simplemente venían a pie. Hacerlo de este último modo podía ser incluso más corto, porque esa gente se conocía los campos como la palma de la mano y avanzar hacia Penco caminando por atajos disminuía los tiempos. Las posibilidades, como decíamos, eran mucho mayores acá, en especial si las tiendas y almacenes se orientaban inteligentemente a proveer a esa gente: la ferretería Queirolo, la Casa Boeri, donde Zunino, el Almacén Chile, Gardella, Mario Zúñiga y estaban las farmacias Olavarría y Penco, etc. Venir a Penco de un sopetón y regresar de inmediato con lo necesario era posible, aunque el esfuerzo fuera mayúsculo. 

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