Los campos de Penco. Vista hacia el oriente desde los altos de Primer Agua. |
Las realidades de los campos de
Penco no eran tan apacibles como cualquiera lo hubiera creído. La gente, de
aspecto tranquilo, caminaba mucho, ya para ir de visita adonde vecinos, para
saludar o informarse de lo que ocurría, para pedir un favor o
solicitar prestada alguna herramienta de labranza. Periódicamente también pasaban
carabineros a caballo entregando notificaciones o conociendo de tal o cual
asunto…
En esta rutina, movida por lo
demás, los moradores de la intrincada zona rural entre Roa y Florida, por el
camino de Villarrica (Penco-Florida) tenían a Penco como la última opción capaz
de proveerle soluciones a problemas o carencias, mucho más que Concepción
incluso, que está a un paso. Desarrollemos más esta idea. Bien sabido es que
el área mencionada se conforma de fundos de amplia extensión y también de muchas
propiedades menores insertas entre valles, lomas, bosques o chacras. Para esa
gente desplazarse desde sus lugares de origen a Penco les tomaba un día
entero de ausencia, o dos y hasta tres. Por tal motivo, aplicaban criterios de sentido común para decidir a qué punto geográfico dirigirse para ir
descartando. La decisión dependía de la urgencia, llámese
salud, las compras o los trámites burocráticos.
La primera opción era Florida. Así hubiesen sido patrones o minifundistas del
sector aludido optaban por dirigirse a ese pueblo a buscar lo necesario. Si la
respuesta en esa comunidad era negativa, quedaba otro lugar en un radio
razonable de unos ocho kilómetros y ése era Roa. Porque allí también había a lo
menos un almacén y un servicio de atención de salud. Si en este segundo intento
tampoco se podía disponer de lo requerido, no quedaba más alternativa que partir
a Penco, a unos 30 kilómetros en promedio, donde se iba a la segura.
Roa, a 30 kmts de Penco, era la segunda opción para hallar lo necesario. |
Estos eran viajes silenciosos y
rápidos, la mayor de las veces. Para ello, los vecinos rurales bajaban desde
los cerros a caballo, los que disponían de ese medio de transporte, o
simplemente venían a pie. Hacerlo de este último modo podía ser incluso más corto,
porque esa gente se conocía los campos como la palma de la mano y avanzar hacia
Penco caminando por atajos disminuía los tiempos. Las posibilidades, como
decíamos, eran mucho mayores acá, en especial si las tiendas y almacenes se
orientaban inteligentemente a proveer a esa gente: la ferretería Queirolo, la
Casa Boeri, donde Zunino, el Almacén Chile, Gardella, Mario Zúñiga y estaban
las farmacias Olavarría y Penco, etc. Venir a Penco de un sopetón y regresar de
inmediato con lo necesario era posible, aunque el esfuerzo fuera mayúsculo.
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