Un mariscador en la playa de Penco. |
El museo de Penco incluye un relato de los hábitos y costumbres de los habitantes del lugar en un
pasado remoto. Trabajos científicos sobre indicios hallados en los alrededores clasifican
a esos antiguos moradores como “recolectores” y, de todas maneras, cazadores. No
estamos hablando de unas cuantas centurias anteriores a la llegada de los
conquistadores, sino de unos 4.300 años.
Si hiciéramos un equivalente temporal, esa actividad recolectora habría sido contemporánea con los reinados de los faraones.
Pero, este no es el punto. Quiero
centrarme en la cultura de la recolección, mencionada en la muestra del museo. A
decir verdad, dista poco lo que hacían entonces aquellos ancestros a lo que
hacemos hoy en el siglo XXI. Ellos, los antepasados, cosechaban frutos de los
bosques que existían en el plan y en los cerros, tal vez, equipados con cestas
y bolsas. Con toda seguridad se concentraban en los maquis, las murtillas, las moras, las avellanas, los chupones, las frutas del boldo, del copihue, los queules, las frutillas, las nalcas, los digüeñes. De
las vegas y esteros recogían verduras como romaza, berros y, en su período,
sacaban camarones. Pero, mucho más
obtenían del mar. Extraían todo el abanico de mariscos y algas disponibles
entre las piedras cuando quedaban expuestas durante las bajas mareas. Hay una
hipótesis que sostiene que también capturaban peces con una suerte de tejidos
semejantes a las actuales redes de pesca.
Donde quiero llegar con todo esto
–en parte ciencia, en parte creencia, en parte especulación a partir de los
indicios como los conchales de Quebrada Honda y Playa Negra– es a actividades
paralelas que practicamos hoy. Es cosa de enumerar: hay gente que todavía va a
los cerros a buscar murtillas, por ejemplo; otros que provistos de bombas
hechizas sacan camarones en las vegas; están
los que rebuscan changles; los que van a recolectar moras, y qué decir de
aquellos que bordean la playa para recoger algas o los que esperan las bajas
mareas para mariscar…
Hay prácticas ancestrales,
milenarias que se mantienen en Penco, quizá como en pocas partes. Lo comprobamos
por las muestras del museo y por lo que vemos en nuestro entorno casi todos los
días…
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