domingo, octubre 21, 2018

AQUELLOS SIGNOS QUE ORIENTABAN O DESORIENTABAN

Imagen compuesta. El guairavo es una foto de www.picbon.com/user/gusvarelam  y el fondo de 
www.wikiwand.com (horizonte crepuscular de Santander, España).

               Es una costumbre que viene de la Antigüedad: la gente ve signos por todas partes. Y sus creencias, que suelen ser arraigadas, les otorgan significaciones. Como en todas las sociedades, en Penco había creencias respecto de signos los que eran, unos artificiales y otros naturales.
               Si bien, estos signos eran muchos, en este texto nos enfocaremos en dos y comenzaremos con uno natural. Se relaciona con un ave: el guairavo. De este pájaro, de comportamiento diurno o nocturno, de buen tamaño, parecido a una garza y de plumaje gris opaco, decían que anticipaba malas noticias. La causa de su fama premonitoria se la atribuyeron al sonido destemplado de su graznido el que rasgaba el aire de las noches penconas.  En los campos más allá de Primer Agua creían, incluso, que el plumífero, con su canto desaliñado, anunciaba la muerte de alguna persona. En esos parajes se hacían comentarios al respecto y trataban de hallarle una justificación. Tanto así que en esas conversaciones a medio terminar no faltaba quien completaba la idea que andaba rondando: «se nos va ña Domitila…» aludiendo así, con nombre, al frágil estado de salud de una vecina mayor de las inmediaciones.
               En Penco mismo los guairavos surcaban el cielo nocturno emitiendo sus gritos como almas en pena. Para la gente letrada y citadina el sonido no pasaba de ser una cuestión habitual. Pero, no para aquellos recién llegados de los campos para afincarse aquí en la expectativa de un futuro más atractivo. Ellos traían bajo la piel el significado que comentaban sus ancestros. Por eso, se difundía también en la ciudad el supuesto mensaje de muerte detrás del canto de un guairavo.
               Entre Penco Chico y Membrillar falda abajo hacia la población FECH, hubo un bosque de pinos añosos. Eran árboles enormes, con un altísimo e inalcanzable follaje verde oscuro. Pues bien, entre el enramado más elevado de esas coníferas, anidaban guairavos. Bastaba una honda para lanzarles piedras y obligarlos a volar en bandada a pleno sol. La llegada del nuevo siglo parece haber terminado con la mala fama que les achacaron a esas aves. Asimismo, a juzgar por su escaso número, los nuevos tiempos amenazan la existencia misma de los últimos guairavos. Pobres pájaros, qué culpa tienen.
               El segundo signo que nos corresponde ver es artificial y se lo interpretaba según la conveniencia. Para entonces se usaban pañuelos confeccionados en tela de algodón. La acción con el pañuelo que detallaremos funcionaba, decían, como ayuda memoria(*). Consistía en que había que hacer un nudo en una de sus cuatro puntas para recordar realizar algo impostergable, no fuera cosa que el encargo se olvidara. El nudito era un recordatorio que había que deshacer una vez realizado el compromiso “tarea cumplida”. La conveniencia funcionaba y el significado dependía de cada cual: si pagar una deuda, si ir a retirar algo, si entregar un recado, lo que fuera. El nudito, sin embargo, servía cuando el encargo era uno solo. Si las obligaciones impostergables eran muchas, ya no había nudo que ayudara… Hubo personas con hasta cuatro pequeños nudos en sus pañuelos. Si la memoria era frágil, los recordatorios se volvían en contra y se convertían en un quebradero de cabeza, ¿qué era lo que tenía que hacer?
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(*) La costumbre de anudar
una esquina de un pañuelo
y el significado que se le dio
fue un uso común en Europa.
Umberto Eco «Los Límites
de la Interpretación», 1990.

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