Imagen compuesta. El guairavo es una foto de www.picbon.com/user/gusvarelam y el fondo de www.wikiwand.com (horizonte crepuscular de Santander, España). |
Es una costumbre que viene de la
Antigüedad: la gente ve signos por todas partes. Y sus creencias, que suelen
ser arraigadas, les otorgan significaciones. Como en todas las sociedades, en
Penco había creencias respecto de signos los que eran, unos artificiales y otros
naturales.
Si bien, estos signos eran
muchos, en este texto nos enfocaremos en dos y comenzaremos con uno natural. Se
relaciona con un ave: el guairavo. De este pájaro, de comportamiento diurno o
nocturno, de buen tamaño, parecido a una garza y de plumaje gris opaco, decían
que anticipaba malas noticias. La causa de su fama premonitoria se la
atribuyeron al sonido destemplado de su graznido el que rasgaba el aire de las
noches penconas. En los campos más allá
de Primer Agua creían, incluso, que el plumífero, con su canto desaliñado, anunciaba la muerte de alguna persona. En esos parajes se hacían
comentarios al respecto y trataban de hallarle una justificación. Tanto así que
en esas conversaciones a medio terminar no faltaba quien completaba la idea que
andaba rondando: «se nos va ña Domitila…» aludiendo así, con nombre, al frágil
estado de salud de una vecina mayor de las inmediaciones.
En Penco mismo los guairavos
surcaban el cielo nocturno emitiendo sus gritos como almas en pena. Para la
gente letrada y citadina el sonido no pasaba de ser una cuestión habitual.
Pero, no para aquellos recién llegados de los campos para afincarse aquí en la
expectativa de un futuro más atractivo. Ellos traían bajo la piel el
significado que comentaban sus ancestros. Por eso, se difundía también en la
ciudad el supuesto mensaje de muerte detrás del canto de un guairavo.
Entre Penco Chico y Membrillar falda
abajo hacia la población FECH, hubo un bosque de pinos añosos. Eran árboles enormes,
con un altísimo e inalcanzable follaje verde oscuro. Pues bien, entre el
enramado más elevado de esas coníferas, anidaban guairavos. Bastaba una honda para
lanzarles piedras y obligarlos a volar en bandada a pleno sol. La llegada del nuevo
siglo parece haber terminado con la mala fama que les achacaron a esas aves.
Asimismo, a juzgar por su escaso número, los nuevos tiempos amenazan la existencia
misma de los últimos guairavos. Pobres pájaros, qué culpa tienen.
El segundo signo que nos
corresponde ver es artificial y se lo interpretaba según la conveniencia. Para
entonces se usaban pañuelos confeccionados en tela de algodón. La acción con el
pañuelo que detallaremos funcionaba, decían, como ayuda memoria(*). Consistía
en que había que hacer un nudo en una de sus cuatro puntas para recordar
realizar algo impostergable, no fuera cosa que el encargo se olvidara. El
nudito era un recordatorio que había que deshacer una vez realizado el
compromiso “tarea cumplida”. La conveniencia funcionaba y el significado
dependía de cada cual: si pagar una deuda, si ir a retirar algo, si entregar un
recado, lo que fuera. El nudito, sin embargo, servía cuando el encargo era uno
solo. Si las obligaciones impostergables eran muchas, ya no había nudo que ayudara…
Hubo personas con hasta cuatro pequeños nudos en sus pañuelos. Si la memoria
era frágil, los recordatorios se volvían en contra y se convertían en un
quebradero de cabeza, ¿qué era lo que tenía que hacer?
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(*) La costumbre de anudar
una esquina de un pañuelo
y el significado que se le dio
fue un uso común en Europa.
Umberto Eco «Los Límites
de la Interpretación», 1990.
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