El sol se levanta, a nuestras espaldas, sobre los cerros de Primer Agua en Penco... |
prefiera noviembre. No es que durante el resto del año no
fuera aconsejable, es simplemente porque el penúltimo mes del año es
excepcional y desmenuzaremos el porqué de esta afirmación. Incluso la gente
local pareciera esforzarse por hacer ese mes más largo, que ojalá no terminara
nunca. Y ratifica esa apreciación, el hecho que el día que se inicia noviembre,
muchos se levantan antes que el sol asome por encima de los cerros de Primer
Agua. Ellos dicen que madrugan para llevar flores frescas al cementerio, en el
día de los difuntos. La luz lechosa del alba recién comienza a barrer la
oscuridad cuando ya centenares de personas caminan por las callejuelas del
panteón con brazadas de rosas, claveles, reinas-luisas, crisantemos para
hermosear las tumbas de los que partieron. A primera vista, levantarse más temprano ese día para ir a arreglar las tumbas es verdadero, pero también, una excusa. El
propósito añadido sería no perderse ni un minuto de tan bendito mes para Penco.
¿Qué pasa en noviembre que lo
hace especial? Primero, el estallido verde de las plantas y de los árboles de
hojas caducas es avasallador, como si su despertar de la modorra del invierno
fuera súbito, sin aviso. Todo se vuelve verde ─en todos sus matices─ desde el cerro hasta la playa.
También es el mes de la novena de la Virgen del Carmen, que comienza el 8 y se
prolonga por nueve días, concluyendo con la gran procesión por las calles
penconas. Si uno va cruzando la plaza o camina por sus alrededores al caer la
tarde se oye con claridad el tañer de las antiguas campanas de bronce de la
parroquia que siguen sonando igual como hace décadas. Es un sonido evocador, familiar,
de nuestro pasado, la tónica auditiva de Penco que llama y llama a la novena. Entonces
la gente se acerca a la entrada de la iglesia, a oír el mensaje del cura, a
rezar u orar. Allí todavía hay jóvenes que se miran, se saludan, se enamoran. El
mes contiene la promesa que el verano se acerca.
En noviembre se preparan los
exámenes. Los alumnos sacan sus promedios, hacen los cálculos que les permitan materializar
el sueño de pasar de curso. El tiempo se acelera, se acorta y los plazos se
vienen encima. Los estudiantes son parte importante del paisaje humano de
Penco.
Durante este mes irrumpen los
primores. Una visita a la feria de calle Robles (El Roble) basta para
comprobarlo y sorprenderse. Las mujeres compran las arvejas sin desgranar, las
habas en sus capis, las papas nuevas todavía embadurnadas con barro. Asoman los
nísperos, aparecen las primeras cerezas y en canastos apoyados en el suelo se ofrecen
los digüeñes y sus parientes mayores: las pinatras. Por último, sobre un
encatrado lleno de polvo, la gente del campo muestra los tallo de los pangues: las
nalcas de piel verde, espinuda y refrescante pulpa color sandía.
Los vecinos
que tienen huertas, en cambio, se solazan sacando sus propias habas, sus
porotillos verdes, sus puerros, plantados por ellos mismos, desmalezan y
riegan. Por esta razón las comidas saben más ricas durante estos días. Y qué
decir de los aromas: las huertas se inundan de olor a albahacas, algunas calles
adquieren el característico tono oloroso de la inflorescencia del manzanillón,
el hinojo…
En Penco, noviembre es una paleta
de colores y olores, de caras alegres, de niños corriendo de la mano de sus
madres, de trabajadores de rostros viriles y de mujeres con altivez en sus miradas. Si me dieran a elegir, me quedo con
noviembre… Pero, ah, bueno, un verano en Penco es…
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